La ciudad estaba "atrasada" en obras, es cierto. Se están invirtiendo importantes montos en infraestructura, edificios, espacios verdes. Pero los resultados ¿están a la altura del esfuerzo presupuestario que implican?
La ciudad estaba "atrasada" en obras, es cierto. Se están invirtiendo importantes montos en infraestructura, edificios, espacios verdes. Pero los resultados ¿están a la altura del esfuerzo presupuestario que implican?
Podemos observar con preocupación el avance de ciertas decisiones sobre obras públicas con temáticas que hacen a los problemas de la ciudad, que merecerían un trato más adecuado, serio y a la altura de sus complejidades, y por otro, el llamativo silencio de instituciones que deberían velar para que eso se encarrilara por correctos andariveles y con la profundidad y conocimiento que requieren.
Tanto a nivel provincial como municipal, por lo menos en dos de las comunas más importantes del Gran Mendoza, parece haberse enseñoreado una catarata de obras, algunas queridas, esperadas y necesitadas por los mendocinos; otras, realmente innecesarias, que terminan en grandes inversiones públicas, con muy polémicos principios y dudoso pronóstico.
Obras en el Parque San Martín, calle Arístides Villanueva, plazas San Martín y Belgrano, Parque O'Higgins, calle Godoy Cruz, Centro de Información Turística en el predio de la Virgen, Km 0, por nombrar algunas de las más importantes, parecen pensadas para resolver una cuestión de imagen y de marketing en lugar de satisfacer la resolución de un problema o necesidad, o de promover la creación de hitos o hechos urbanos relevantes. Estas obras son productos mediocres, cuando no dañinos, que están más cerca de la moda imperante o de la imitación acrítica, que de reflexivos procesos, conocimiento, consensos, trabajo interdisciplinario, evaluaciones con la gente experimentada en estos temas, etc.
¿Y por qué sucede esto? ¿Qué pasó con la creatividad y el respeto entre los actores políticos y los profesionales y técnicos? Creemos en primer lugar que esto pasa porque son obras entregadas a los proyectistas, sin permitírseles el disenso o la discusión o la búsqueda de consensos, simplemente impuestas, lo que las ubica en el plano de conveniencias políticas, de imagen, coyunturales, etc. y no como verdaderas obras para la gente y, aunque productos del tiempo presente, pensadas para durar, lejos del color político que gobierne. Por otro lado, profesionales jóvenes, sin experiencia, y obedientes al poder de turno, o temerosos de perder sus contratos o entrar en las consabidas listas negras o la directa marginación, acatan formas y contenidos, quitando a sus propuestas toda posibilidad de experimentación en un marco de imprescindible libertad, con una creatividad obstruida, pues lo que se debe hacer tiene que ser igual a lo que se hace, en Buenos Aires por ejemplo, sin imaginación, sin correr riesgos, sin desentonar, pero gastando mucho, que se vea que es nuevo.
Se instala entonces una asombrosa cadena de faltas de respeto: del funcionario al proyectista, del proyectista que a veces no reconoce a los colaboradores de otras ramas; de los proyectistas jóvenes que ignoran a los colegas que tienen experiencia, etc, para repercutir directamente sobre los serios y delicados temas de la ciudad, cuyo tratamiento merece más generosidad e inteligencia.
Hay una suerte de falta de memoria de cómo se hizo esta ciudad maravillosa, de desconsideración por las obras, la ciudad, la gente y su historia y su patrimonio. Y algunos profesionales, por lo general mayores, vinculados a la arquitectura y la ciudad, asistimos con estupor, asombro e impotencia al deterioro de la calidad urbana y nos resistimos al cambio de modos que se impone día a día y hace más difícil ese proceso de construcción de la ciudad en los términos que hoy los especialistas llaman "gobernanza" o buen gobierno, que en pocas palabras no es más que la institucionalización del diálogo y el respeto entre los que mandan, los que hacen y los que usan las obras.
En definitiva, se ha remplazado la búsqueda por moda y la creatividad por superficialidad y los proyectos no dicen nada en el marco de lo proyectual y de la identidad del lugar en que se insertan, pero menos dicen porque no se han creado los consensos con los mismos proyectistas y con las instituciones que saben sobre los temas de diseño, de urbanismo, de patrimonio, de investigación, de tecnologías, etc.
¿No sería mejor, esperar de la humildad y la inteligencia de los funcionarios, para dejar avanzar los grandes temas con las mejores soluciones, realizados por quienes verdaderamente lo merecen porque saben hacerlo y en el más amplio consenso, crear para todos y cada uno de los habitantes de nuestro lugar, con una idea de porvenir generosa, que necesariamente está más allá de quien gobierne, obras claras, que hablen con innegable calidad de nuestra identidad y nuestra cultura?