La historia de Marcelo Ayub, el mendocino que dejó la contabilidad para ser pianista en el teatro Colón
El destacado músico mendocino trabaja desde hace 20 años en el coliseo porteño y ahora dirigirá la ópera "Pagliacci" en el teatro del Bicentenario, en San Juan. Sus inicios en San Rafael, los años como contador y el día que decidió seguir su vocación.
El Teatro del Bicentenario de San Juan se acerca a su décimo aniversario. Y para cerrar esta novena temporada lírica, prepara una producción original de " Pagliacci", la célebre ópera de Ruggero Leoncavallo. Bajo la dirección escénica del maestro Eugenio Zanetti y la musical del mendocinoMarcelo Ayub, cimienta así su lugar como el centro operístico de la región. Las entradas para la obra, que se presentará los días 26, 28 y 29 de noviembre, están disponibles en boletería y Tuentrada.com.
La magnitud del proyecto se evidencia en la conjunción de figuras de renombre mundial: el tenor alemán Roberto Saccà interpretará a Canio (rol muy popular por el aria "Vesti la giubba"), la soprano mendocina Verónica Cangemi estará en el papel de Nedda (que debutó en 2016 en Dresde) y el barítono Mario Cassi como Tonio. Además, la Orquesta Sinfónica, el Coro Universitario y el Coro de Niños y Jóvenes de la UNSJ. Todos ellos estarán bajo la batuta de Marcelo Ayub, quien asumirá el desafío de conducir una de las partituras más intensas y emocionalmente exigentes del repertorio verista.
Esta producción no se limita a reproducir un clásico: lo reinventará bajo la creatividad exquisita de Zanetti, ganador del Oscar, quien ya cautivó con su puesta de "La flauta mágica" en este mismo escenario, en 2019. Ayub, por su parte, tiene la concertación de todos los elementos musicales. Un desafío que no es nuevo para él, puesto que en los últimos años se ha convertido en uno de los expertos de la lírica en el país. Lleva trabajando en el teatro Colón de forma estable desde hace casi 20 años.
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En este contexto, conversar con Marcelo Ayub es adentrarse en el corazón musical de esta producción, pero también es recapitular una vida musical que empezó en el sur mendocino, en San Rafael: nada menos que en la casa del eximio Fausto Burgos, cuando tenía 11 años.
Sus comienzos en San Rafael
- ¿Cuándo llegó la música a tu vida?
- Bueno, la música llegó a mi vida muy pequeño. Empecé a estudiar piano a los ocho años, pero ya desde antes veía el piano en la casa de mi tía y de mi abuelita. Yo quería tocar, quería ser concertista. A veces me ponía a jugar y hacía como que tocaba algo difícil —era nada—, pero bueno, alguna cosa empecé a sacar de oído, hasta que precisamente, a los ocho años, comencé a estudiar con Catalina Izaguirre y luego con mi amiga y colega Inés Batura, con quien después también seguimos haciendo música juntos muchos años, a dúo. Luego, en Mendoza, estudié en la Facultad de Artes con el maestro Roberto Urbay. Los años en San Rafael fueron muy lindos, porque era salir de la escuela e ir a tomar clases de piano. La verdad es que no era un hobby,ni tampoco una obligación: era casi una necesidad y un placer poder hacerlo, porque lo disfrutaba mucho. Sabía que estaba haciendo algo que me gustaba y que me alegraba el espíritu y el corazón.
- ¿Es cierto que tu debut fue con 11 años en la casa de Fausto Burgos? ¿Qué recordás de ese día?
- Sí, en efecto, mi debut fue en la Casa Burgos, a los 11 años. Recuerdo que me recibió la señora Yolanda, muy amable. Yo había ido a algunos conciertos y tenía hasta cierto temor, pero cuando llegué me dio mucha tranquilidad. Creo que era una mezcla de la inocencia de niño y, a veces, un poco de inconsciencia, porque hoy siento muchos más nervios que los que pasé ese día. Estaba, digamos, algo ansioso, pero recuerdo que lo disfruté mucho. Tengo un vago recuerdo de algunas obras que toqué: el "Rondo capriccioso" de Mendelssohn y algunas otras que en este momento no puedo recordar. Pero fue muy gratificante. Ver a mi familia en primera fila y a gente que yo veía en los conciertos. Fue el principio de varios conciertos que vendrían después, en esa casa y en otros lugares de San Rafael.
- Hay algo que me llamó la atención, y es el vuelco drástico que diste en un momento: estudiaste y te recibiste de contador, pero decidiste dedicarte a la música. ¿Cómo lograron convivir en vos facetas tan distintas?
-Bueno, siempre me han hecho esta consulta con respecto a la contabilidad y la música. No es fácil que convivan, porque la verdad es que son muy distintas, pero siempre supe que el camino era la música. Yo creo que la contabilidad fue, digamos, una circunstancia, pensando en que es difícil vivir de la música, también para tranquilizar a la familia, que se preocupa siempre por nuestro futuro. No es fácil vivir de la música, no es fácil vivir de la vocación, pero cuando hay mucha fuerza de voluntad, y apoyo también de nuestros seres queridos y mucho estudio de por medio, pueden llegar a convivir. Recuerdo que en esos años en que trabajaba de contador salía muy cansado, pero iba a las clases en la escuela de música. A veces eran más charlas que tocar el piano, porque estaba muy cansado. Pero después de la charla tocaba lo poco que podía haber estudiado. Eran épocas en las cuales el fin de semana no era tanto para salir, sino para estudiar el piano. Recuerdo que a veces mis compañeros —ya en la secundaria— me contaban que pasaban por mi casa y escuchaban el piano a altas horas de la noche. Pero bueno, yo creo que convivieron, porque, digamos, la música me daba las fuerzas para seguir estudiando o trabajando ya de contador.
-¿Sentís que ese costado analítico que incorporaste como contador influye en tu manera de entender la música?
-El costado analítico del contador no sé si influye en la manera de entender la música, sino —yo creo— en la forma en cómo uno se organiza y cómo lo organicé. Reconozco que siempre me gustó mucho estudiar desde chico; hasta el día de hoy estudio, y todos los músicos tenemos que estudiar toda la vida, ¿no? Pero yo creo que me ayudó también a organizarme, a ser muy metódico.Hacer convivir un trabajo tan fuerte como el de contabilidad con la música no era fácil, entonces había que sí o sí organizarse para estudiar. Y bueno, cuando era contador me decían que no parecía contador, porque me veían con otra faceta: esa faceta artística, menos seria. Y en música me decían que era demasiado serio para ser músico. Pero yo creo que se combinaron bien: una cosa dio fuerza a la otra, y fructificaron en este músico "organizado".
- En un momento decidiste irte a vivir a Buenos Aires. ¿Por qué se dio y cómo viviste ese proceso?
- La venida a Buenos Aires fue impensada. Se dio porque un gran pianista de aquí, el maestro Fernando Pérez, me había escuchado tocar el piano. Después fue a Mendoza a un concierto, y sabía —por un amigo músico en común— que mi vocación era la música, que me gustaba la ópera. Me dijo que había una audición para pianista del Coro Estable del Teatro Colón. Se la habían ofrecido a él, pero no podía, y en su momento me dio mucho temor. Había que dejar un trabajo de contador de tantos años, una ciudad tan grande como Buenos Aires, la familia en San Rafael... Bueno, me animé a venir a la audición, con el temor de que me había enterado de que, en pocos meses, habían pasado cinco personas por el puesto y las habían sacado porque no habían llenado las expectativas que buscaban para el cargo. Hice la audición y me tomaron a prueba. Tuve la suerte de poder continuar, de seguir en ese lugar, y ese fue mi primer trabajo en el teatro, como pianista del coro estable. Después, a lo largo de estos casi veinte años, fui pasando distintas etapas, pero la verdad es que fue un proceso de gran ansiedad, de muchísimos nervios y, a la vez, de muchísima alegría. Eso que estuve esperando siempre desde niño —poder dedicarme a la música— se estaba dando. Y gracias a Dios que se dio. Hasta el día de hoy agradezco al maestro Pérez y también el haberme animado. Creo que eso también es la fuerza de la vocación: tarde o temprano te ayuda a tomar ciertas decisiones, obviamente con muchos sacrificios y estudio, pero las puertas que se van abriendo hay que aprovecharlas.
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- Ya son casi 20 años desde que llegaste al Teatro Colón y se convirtió en tu segunda casa. ¿Qué significa para vos haber desarrollado gran parte de tu carrera en un lugar con tanta historia y exigencia artística?
- La verdad es que siento una gran alegría. Me siento honrado de poder trabajar aquí, porque cada día es llegar y sentir un gran agradecimiento por todo lo que el teatro te brinda. Es un lugar mítico, por el cual han pasado artistas tan grandes. Decir que esta es mi oficina hoy es realmente un privilegio. Uno se siente en la obligación de poder responder con el mismo grado de exigencia que te pide el teatro: con estudio, con responsabilidad y tratando de honrar cada día esta hermosa profesión, y la oportunidad que te da de poder estar trabajando en un lugar de esta excelencia.
- Una consecuencia natural de tu trabajo es cruzarte todo el tiempo con grandes artistas. Incluso trabajaste con Argerich y con Barenboim, los dos íconos musicales del país. De toda esa experiencia, ¿quién dejó una huella profunda en vos?
- Hay varios momentos muy hermosos compartidos con grandes artistas. Los que nombrás son sin dudas algunos de ellos. Voy primero para atrás: con Plácido Domingo, allá por 2010, cuando vino al teatro y dirigió un concierto del Coro Estable. Yo pude acompañarlo al piano, y eso fue, la verdad, una experiencia artística imborrable. Luego, cuando Barenboim dirigió la Novena Sinfonía de Beethoven, poder tocar el piano en el ensayo previo con el coro también fue algo increíble. Darle la mano y decirle “maestro, acá estoy” fue un momento único. Creo que la misma fuerza de los nervios, la adrenalina del momento, te dan la energía para tocar delante de estos monstruos musicales. Una anécdota: Marta, la primera vez que la vi, recuerdo que entró al teatro, yo estaba en la puerta, esperando. Llegó y me paralicé. Ella dijo “hola” con una sonrisa como de niña que todavía tiene Marta, tan cautivante, y me quedé mudo, no le pude contestar. Cuando logré decir “hola”, ya se había dado vuelta y había seguido caminando, como siempre, con su gran comitiva.
-¿Y recordás un concierto que haya sido especial para vos?
-Creo que uno de los hitos que me ha tocado vivir en el teatro, en estos casi veinte años, fue cuando compartimos con ella y otros grandes colegas — Iván Rutkauskas y Alan Kwiek — y tocamos a cuatro pianos "Las bodas" de Stravinsky, en 2023, dirigidos nada menos que por Charles Dutoit. Cuando me dijeron que teníamos que tocar con Marta me puse muy nervioso. Pero estudiamos mucho, mucho, mucho, y la verdad que fue muy lindo. Recuerdo que ella llegó y dijo: “No estudié, no estudié. Esto no lo toco hace veinte años”. Nosotros nos habíamos preparado muchísimo para estar a la altura de las circunstancias. Y el día del concierto, ella estaba tan nerviosa que nosotros también nos pusimos nerviosos. Pero después se puso a tocar y, obviamente, tocó como siempre: perfecto. Ahí está la humildad de los grandes. Yo creo que hacer ese concierto fue un antes y un después. Como también lo fue el momento en que pude dirigir por primera vez una ópera en el teatro.
- A lo largo de los años cumpliste distintas funciones: director de coro, pianista acompañante, asistente de dirección... En los últimos, sin embargo, te has subido al podio en importantes producciones. ¿Siempre supiste que la dirección era el lugar al que querías llegar?
-Siempre me gustó la dirección orquestal. Sabemos que en San Rafael no se podía estudiar, y en su momento en Mendoza tampoco. Pero estando en el teatro y viendo tantos directores, es como que el bichito empezó a sembrar su semilla. Y esto me gusta mucho, sobre todo la dirección de ópera. Siendo tantos años pianista de ópera, es como que uno se acostumbra a trabajar mucho con los cantantes, a acompañarlos, a respirar junto con ellos. Y eso, la verdad, ayuda mucho a un director de ópera, porque, como dicen los grandes maestros, cuando dirigís una ópera antes hay que haber acompañado cantantes. Y si bien también la música sinfónica me encanta, siento que con la ópera me siento más identificado. Hoy por hoy, si bien el piano ha sido siempre mi vocación, siento que está a la par con la dirección orquestal. Siento que sí, que es el lugar al que verdaderamente quería llegar, y bueno, se está dando.
La previa al debut en San Juan
- Y ahora vas a dirigir "Pagliacci". ¿Cómo te estás preparando?
- En efecto, Dios mediante, estaré dirigiendo en el Teatro del Bicentenario, que tuve la oportunidad de conocer este mes de octubre, cuando estuve como jurado en el Concurso Cangemi. Me habían hablado muchísimo de él y, algunas veces, había preparado cantantes para óperas que se habían presentado allí hace unos años, pero no había tenido la oportunidad de conocerlo hasta ahora. Es un teatro increíble, a la altura de cualquier teatro europeo, con una infraestructura moderna y de muy buen gusto, y con una acústica hermosa. Así que la verdad es que estoy muy contento y muy ansioso porque llegue la fecha para hacerlo.
-¿Qué podés decir de la obra?
- Es una ópera maravillosa, digna representante del verismo musical. Además de los solistas, también tiene coro, entonces es un trabajo conjunto. Me encanta trabajar con coros, porque desde chico lo hago: fue, como digo siempre, mi primer trabajo, también acompañando en el Teatro Colón, aparte de ser director del coro. Cada vez que uno tiene que pararse en el podio, dirigir una ópera o un concierto, hay que estudiar mucho, porque la cabeza del director musical tiene que abrirse en varias ramas: en lo que hace cada instrumentista, en los cantantes, en el coro, en las dinámicas, en los equilibrios sonoros. Es un trabajo muy minucioso, de mucho estudio personal y solitario, analizando la partitura, y después traducir eso en lo que uno quiere lograr: el objetivo, el mejor resultado artístico posible. Para quienes nunca han ido a la ópera, no se van a arrepentir: es una semilla que se siembra una vez y después se quiere volver.