Estreno de teatro: la adaptación local de "Niño perdido" se presenta este sábado en el Selectro
Daniela Otaegui, la directora, da las claves de una historia que promete emocionar. "El espectador se irá del teatro con el corazón más liviano", promete.
Una buena historia trasciende cualquier frontera. Y "Niño perdido", la multipremiada comedia dramática del autor mexicano Quecho Muñoz, pertenece a esa categoría de historias capaces de hablarle al corazón sin importar la geografía. Tras conquistar al público de México con más de seis mil espectadores, el montaje llega ahora a Mendoza bajo la dirección de Daniela Otaegui, en una adaptación local que promete propiciar un reencuentro con nuestro niño interior.
El estreno es este sábado 1 de noviembre en elTeatro Selectro, y contará con un elenco integrado por Graciela Lopresti, Lucas Segreti, Yamila Maza, Adrián Luna y Fernando Cossano. Este último, además de actuar, es el productor responsable de traer la obra desde tierras mexicanas, confiando en que su mensaje trascienda fronteras. La cita es a las 21 en la sala de Capitán Fragata Moyano 102 (Ciudad), con entrada general de $13.000 en Entradaweb.com.ar y Andes Ticket.
Teatro universal, pero adaptado
Como anticipa la gacetilla, “en el peor día de tu vida, algo mágico puede suceder”. El argumento nos muestra a un empleado de oficina, hundido en la frustración y la soledad, que decide poner fin a su vida. Pero una aparición inesperada —una pordiosera carismática y un tanto extravagante— interrumpe su decisión. Dice ser su “hada madrina” y le ofrece un don que supuestamente resolverá sus problemas. Lo que sigue es un viaje de autodescubrimiento, entre el absurdo y la ternura, que sabe dosificar el drama y la risa, para revelarnos heridas, vínculos y sueños olvidados, siempre asentándose en el oficio de Lopresti para cautivar al espectador.
“La historia que plantea esta obra es muy conmovedora, a su vez divertida y reflexiva”, nos dice ahora Otaegui. “Habla sobre valores que resuenan profundamente en nuestra sociedad actual, que en ese sentido no es muy distinta a la de un país como México. Su mensaje sobre la búsqueda del niño interior, las emociones reprimidas y la reconciliación con uno mismo trascienden fronteras”.
Esa universalidad fue lo que convenció al equipo de que la pieza podía funcionar en Mendoza, pero también sabían que era necesario “traducir” ciertos matices para conectar con el público local. La directora cuenta que “se hizo un trabajo previo de adaptación dramatúrgica, ajustando ciertos matices culturales y de lenguaje, buscando que el público local se sienta identificado sin perder la autenticidad del texto”.
Obra Niño perdido foto de promoción
La versión mendocina de "Niño perdido" mantiene el espritu original del texto de Muñoz, pero le imprime nuevos guiños culturales y una cadencia más cercana al oído argentino. “La adaptación la realizó Fernando Cosano junto con Graciela Lopresti. Uno de los principales desafíos fue trasladar la esencia y el humor del texto original mexicano a la idiosincrasia mendocina, conservando su espíritu universal”, explica Otaegui.
“La obra tiene un ritmo muy propio, con giros y expresiones que en México funcionan de un modo particular; por eso, el trabajo de adaptación buscó referencias y guiños más mendocinos, que creo que resultarán muy bien”, apunta.
Detrás de escena
Cuando Fernando Cossano buscaba quién dirigiera la versión mendocina, pensó en alguien capaz de mantener la ternura del texto sin perder el ritmo y la potencia visual que la historia requería. Fue entonces que Yamila Maza, actriz del elenco, le sugirió el nombre de Daniela Otaegui. Sobre su incorporación al proyecto, recordó: "Cossano, quien trajo la obra de México, estaba en busca de alguien que pudiera llevar a cabo la misión de dirigir 'Niño perdido'. Él conoce a Yamila Maza en el montaje de 'Plan V' y ahí Yamila le dice que yo podía ser la persona ideal para dirigir esta propuesta".
La conexión fue inmediata. “Yamila había sido alumna mía en varios talleres, y conocía mi trabajo dirigiendo. Sabía que soy una persona exigente y comprometida al momento de dirigir. Cuando leí la obra me gustó mucho el tratamiento del humor y los juegos de magia-realidad que propone”.
Su mirada, profundamente visual, imprimió un sello particular a la puesta. “Soy una persona muy cinéfila, entonces me imaginé inmediatamente muchas soluciones tipo cinematográficas para algunas escenas de la obra”, revela.
Pero la producción tiene otra característica interesante: el elenco reúne a figuras de distintas generaciones y trayectorias.
Sin embargo, Graciela Lopresti destaca como el eje emocional del montaje. Actriz de larga trayectoria, aporta experiencia, timing cómico y una humanidad que, según Otaegui, contagió a todo el equipo.
“Los ensayos se dieron de manera muy fluida, natural y siempre con un muy buen clima de trabajo. Tuvimos una primera etapa de trabajo de mesa, donde leímos el texto, charlamos sobre los temas de la obra, compartimos ideas, reflexiones y experiencias personales”, recuerda la directora.
El vínculo entre ambas se había consolidado incluso antes de este proyecto. “A Graciela ya había tenido el placer de conocerla el año pasado cuando hice la asistencia de dirección de Guillermo Troncoso con la obra 'Negociemos' [N. del R.: obra junto a Daniel Encinas, que estrenó en junio de este año en el Independencia]. Ahí quedé sorprendida con su talento, su naturalidad con la que encara a cada personaje, y su manera de trabajar el humor en la escena”, cuenta. "Ella es una actriz muy humilde, profesional y respetuosa tanto con sus compañeros como con la figura del director. Por supuesto que muchas veces le pedí consejos y opiniones, tiene la voz de la experiencia".
- Pero más allá de la risa, la obra invita a reflexionar sobre la frustración, los sueños y la reconciliación con uno mismo. ¿Qué mensaje esperan que el público se lleve al salir del teatro?
-La obra deja una reflexión poderosa: nunca es tarde para reencontrarse con ese niño interior que llevamos dentro, el que sueña, juega, se emociona y no teme mostrarse vulnerable. En medio del vértigo cotidiano, nos recuerda la importancia de volver a lo esencial: los afectos, la risa, la empatía y la capacidad de sentir. El espectador se irá del teatro con el corazón más liviano, con la sonrisa de quien se reconoció en una historia ajena y, al mismo tiempo, profundamente propia.