Anoche, en el Arena Maipú, Divididos volvió a demostrar por qué es la banda más demoledora del rock argentino. Fueron dos horas y media implacables. Un recital brutal, abrumador, sin concesiones. Un torbellino de distorsión, potencia y virtuosismo que dejó al público con el pecho explotado y con los oídos al rojo vivo.
La banda que forman Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella ya no necesita demostrar nada, pero cada vez que se sube a un escenario, lo vuelve a hacer. Porque lo suyo no es nostalgia, es presente constante y latiente.
Divididos
mariana Carrion
El show comenzó unos minutos pasadas las 22, con el video de presentación por los 35 años, que se cumplieron en 2023, pero que Ricardo Mollo pidió especialmente para el inicio del recital de anoche, por no haber venido en aquel momento a Mendoza. “Se lo pedí al operador para empezar hoy, porque no vinimos a celebrar nuestros 35 años con ustedes”, dijo en la prueba de sonido realizada durante la tarde de ayer.
El video es apenas un sutil preámbulo de lo le espera al público durante las siguientes tres horas: muestra una aplanadora de frente, en primer plano, desplazándose a toda velocidad y pasando por encima del espectador subjetivo. No es una metáfora.
Desde los primeros acordes, la banda se mostró afiladísima. El Arena, explotado de almas que respondían con una una ovación a cada gesto, no cedió ni un centímetro. Solo pulsión y clamor. La banda es desmesurada en todo sentido, no por desprolija, sino por intensa e inabarcable. Cada riff de Mollo es una trompada; cada línea de bajo de Arnedo, una lección de groove; cada golpe de Ciavarella, el epicentro de un terremoto.
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Y ahí está una de las claves: Catriel. Es una bestia. Un baterista de otro planeta. Hizo solos imposibles, jugó con los tiempos, cruzó ritmos, empujó la banda como si tuviera un motor V8 en el pecho. Y lo hizo todo con una sonrisa y una actitud generosa, como si tocar así fuera lo más normal del mundo.
Mollo y Arnedo: alquimia pura
Ricardo Mollo se mueve con la seguridad de un chamán. No necesita gritar para tener presencia: la impone con cada frase, con cada movimiento de ceja, con cada rasgueo brutal o sutil de su guitarra. Su voz sigue sonando intacta, cálida o furiosa, según requiera cada tema. Y como siempre, se toma el tiempo para mirar a los ojos, para agradecer, compartir y hacer sentir al público en un ritual íntimo. Su conexión es emocional, directa, sin artificios.
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Diego Arnedo, por su parte, toca el bajo como si lo estuviera inventando de nuevo cada noche. Hay algo ancestral en su forma de tocar, una sabiduría rítmica que no se aprende en ninguna escuela. Tiene esa cosa misteriosa de los grandes músicos: suenan a sí mismos y a algo más grande al mismo tiempo.
El setlist fue un viaje completo. Comenzó con “Sobrio a las piñas”, “Paisano de Hurlingham”, “Cuadros colgados” y “Haciendo cosas raras” entre los primeros diez temas. Luego de un breve impas, el momento sueve del recital comenzó con Mollo bajo un reflector haciendo “Spaghetti del rock”, para continuar continuar con un movimiento de fichas (Catriel pasó a tocar el bajo, Arnedo, la armónica e invitaron a los stages de la banda a ocupar una segunda guitarra y la batería) en el tema “El burrito”. Antes, el mendocino Tilín Orozco subió invitado a tocar "La flor azul", el tema compuesto por gran folklorista Mario Arnedo Gallo, padre de Diego.
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Setlist del show de Divididos, anoche en Maipú.
Clásico tras clásico, cada tema era celebrado como un himno. La banda tocó sin parar, siempre al máximo, con apenas una pausa mínima para que Mollo hablara al público agradeciera por la energía y el amor.
También hubo lugar para versiones sorprendentes, zapadas psicodélicas, puentes instrumentales que parecían sacados de otro planeta. Porque eso es Divididos en vivo: una banda que no se conforma con repetir. Reinventa cada una de las 25 canciones que presenta en el show y las lleva a sonoridades imposibles.
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Para el final, el infaltable homenaje a Sumo que, a pedido del público pasó por un “enganchado” de temas como “La rubia tarada” y “Nextweek”. Solo faltó “Crua Chan”. Tras los últimos acordes, las luces se fueron apagando de a poco. Mollo, Arnedo y Catriel se despidieron de a uno, en penumbras y, fiel a su estilo, la banda no volviò para un bis sino que dejó el sabor de los últimos acordes en el paladar de sus fans.