26 de julio de 2025 - 00:00

Darío Sztajnszrajber: "La filosofía es siempre una confrontación al sentido común"

Darío Szeta y Soledad Barruti presentarán Historias de amor y de muerte en el Espacio Arizu, una experiencia filosófica y poética enmarcada en el ciclo Autores por los Caminos del Vino. El encuentro propone un viaje entre relatos, emoción y vinos.

El tándem Darío Sztajnszrajber y Soledad Barruti presentará esta noche Historias de amor y de muerte, una charla en la que se cruzan filosofía, mitología y literatura para invocar los grandes temas que atraviesan la existencia: el amor, la muerte, la otredad. El encuentro se da dentro del ciclo Autores por los Caminos del Vino y en el marco del histórico Espacio Arizu, en Godoy Cruz. Las entradas están disponibles en EntradaWeb e incluyen una degustación de vinos al finalizar.

Estilo habló con el reconocido filósofo y divulgador Darío Sztajnszrajber sobre los contenidos de la presentación que realizan esta noche, pero también de lo que significa hacer divulgación, del pensamiento como espectáculo e incluso de las relaciones entre la filosofía y el vino.

—¿Cómo surgió este ensamble con Soledad Barruti?

—Empezamos a encontrarnos en lo que nuestras actividades profesionales tienen en común, que, si lo pudiésemos de alguna manera resumir o sintetizar en un concepto, sería la cuestión del otro. A mí, desde la filosofía, es un tema que me fascina y me provoca todo el tiempo. La posibilidad de salirse de uno mismo, y el gran estímulo, el gran impulso para eso es la presencia irreductible del otro. Al que lamentablemente en general solemos domesticar devorar, aniquilar. Y desde ese lugar me encontré con Sole, que viene trabajando en su trayectoria profesional desde la comida y hacia distintas cuestiones que tienen que ver con la naturaleza, ese encuentro con la otredad. Así que a partir de ahí conceptualmente nos encontramos en un mismo deseo de conocimiento y, lo más importante, es que a ambos nos interesa mucho trabajarlo en el ámbito del relato. Corrernos un poco de lo que es la racionalidad, la lógica más analítica y encontrar cómo conectarnos con el otro a partir de lo literario, del relato mitológico, de las narraciones orales. A partir de eso empezó a surgir este encuentro, porque fuimos viendo que nos encantaban los mismos relatos originarios, que íbamos al mundo griego para entender allí cómo esos mitos siguen tan presentes en la explicación de nuestra contemporaneidad. Y a partir de eso empezó este trabajo que nos encuentra en un espectáculo en el cual contamos mitos con la intención de que, desde lo teatral y lo literario, algo de esas ideas puedan impactar y llegar de un modo distinto al ensayístico. Estamos convencidos de que el mito toca otra fibra más emocional, más divertida también, pero que tiene mucho más que ver con lo artístico que con lo científico.

—Hablando del “otro”, vos alcanzaste mucho de tu reconocimiento durante los gobiernos de Cristina, como una voz amiga que reflexionaba sobre, justamente, esa idea de que “la patria es el otro”. ¿Qué quedó de eso y cómo te entendés en este momento tan drásticamente distinto?

—Creo que el quehacer filosófico es claramente una invitación para que las personas puedan dudar de sus propios dogmas, pensarse a sí mismos más allá de cualquier tipo de abroquelamiento personal. Tiene que haber una decisión de querer interpelarse a uno mismo, no solo interpelar la sociedad o el mundo en el que vivimos, que es algo más que obvio que hacemos desde la filosofía, pero sí una decisión de dudar de nuestros propios basamentos. Entonces, me parece que es como una vocación en la que uno, si lo desea, y aunque parezca que haya pasado de moda, el pensamiento crítico, el trabajo filosófico, es una posibilidad de relacionarse con el mundo. Yo no puedo hacerlo de otro modo. A mí, más allá de las modas que vayan pasando y de los cambios de sentido común, hay algo en la filosofía que me atrapó desde siempre que tiene que ver con eso. Para mí la filosofía, en su búsqueda, en su pregunta por la otredad, es siempre una confrontación contra el sentido común. Tiene algo confrontativo la filosofía, tiene algo de ir en contra de los pensamientos vigentes. Me parece que, más allá de las situaciones coyunturales que se viven, es un poco la invitación que intento hacer desde la filosofía y que creo que atraviesa distintos momentos, distintas coyunturas políticas. La gente que se engancha, se engancha porque tiene ese deseo de pensarse a sí misma de un modo más libre.

—Y después del largo camino que has hecho, te seguís sintiendo un divulgador de la filosofía o más un showman filosófico, si esto es posible. ¿Cómo te definirías?

—Siempre trabajé en función de la divulgación de la filosofía. Me parece que el término showman tiene más una intención peyorativa, sobre todo porque, aunque es cierto que hay algo de entretenimiento que se da en la propuesta filosófica —entretenimiento en el sentido de que genera un enganche, un deseo de querer perderse en las propuestas que aparecen—, me parece que tiene también esta idea de pérdida de rigor o de llevar a la filosofía fuera de sí misma. Yo creo al revés: que la divulgación lo que busca es recuperar la vocación originaria de la filosofía, a mí me parece que, en los últimos tiempos, la filosofía fue perdiendo justamente su contacto con lo cotidiano. Y la divulgación lo que hace es devolverle a cualquiera un territorio en el cual ese cualquiera puede encontrar en textos, en charlas, la posibilidad de verse a sí mismo con esas preguntas a fondo o preguntas que todo el mundo se hace. O sea, ¿qué hace la divulgación? De algún modo transparenta que cualquier persona desde que se levanta la mañana o antes de dormirse, muchas veces introspectivamente se pregunta por estas grandes cuestiones existenciales. Entonces, que este tipo de trabajo filosófico no puede estar reducido para una elite. No puede estar reducido para pocos, sino que, al revés, me parece que se trata de devolverle sobre todo a todo aquel que se sienta identificado con este tipo de preguntas algo de su posibilidad. Es la experiencia que he tenido en todos estos años. Obviamente, la gente que lee algo de filosofía o que estudia puede conectar con lo que hago desde algún lugar, pero a mí lo que más me impulsa, y me da mucha satisfacción y agradecimiento, es ver a toda esa gente que por ahí nunca pensó que la temática filosófica le pudiera interesar y que de repente, leyéndome o escuchándome, encuentra una veta en la que se mete y después no la abandona más. Entonces, ese despertar, si querés más masivo, más popular, es lo que trae la divulgación. Y me parece que es uno de los pendientes de las instituciones académicas, ese salto para que todo el mundo pueda entender los conceptos.

—La pregunta vino porque pensaba en el caso de Felipe Pigna, quien ha hecho algo parecido a lo tuyo con la Historia. Y eso creó algún resentimiento en los historiadores más académicos. ¿En tu caso también se ha dado esa reacción?

—No me llegó. No, por ahí lo hay, pero no he tenido algo más frontal. Me parece que igual se trata de lenguajes muy distintos, que el lenguaje académico tiene su propósito, su intención, y el lenguaje de la divulgación tiene el suyo, que no es el mismo. Es como la misma disciplina, la Historia, la Filosofía, la Biología —pienso en Paenza con las Matemáticas en su momento—, son disciplinas que tienen como su contenido y, después, tienen como distintos idiomas o lenguajes a partir de los cuales llegan a su público, que es muy diferente. La docencia también es otro lenguaje. No se cruzan los lenguajes. Me parece que está bien que cada uno de los lenguajes se mantenga en su derrotero.

—¿Hay un espectáculo del pensamiento o un espectáculo de la filosofía? ¿Se puede hablar en esos términos? El pensamiento como espectáculo o la filosofía como espectáculo...

—Me parece que es cuestión de definir el término. Espectáculo en el sentido de que es una convocatoria a pasar un momento haciendo filosofía. Es más un nombre o un título que se le da a un tipo de convocatoria que tiene todos los elementos del espectáculo, porque es en un teatro, porque es un pasar ahí un rato en esta mezcla, si querés, más teatral que hay entre comprender, emocionarse, entretenerse. Desde ese lugar me parece que hablamos de espectáculo, pero no deja de ser una conversación y no deja de ser un intento, como te decía, escénico desde los relatos que nosotros llevamos. Acordate que te contaba en la primera respuesta que se trata de mitos griegos que vamos contando y que tienen todos los elementos más del espectáculo teatral. La filosofía se va trabajando a partir de eso, pero en el escenario lo que hacemos con Sole es contar historias.

—En la propuesta de ustedes están el Amor y la Muerte, la Filosofía y la divulgación o la Filosofía y el espectáculo, pero también hay otro invitado que es el vino… ¿Cómo se llevan la filosofía y el vino?

—Lo que tenemos es que la propuesta está enmarcada en el ciclo de Autores por los Caminos del Vino y se complementa este espectáculo con la presencia del vino, donde obviamente, por un lado, hace a la invitación y, por otro, es cierto que cuando vas a los primeros textos filosóficos, pienso en El Banquete de Platón, un texto que ya tiene 2500 años, la presencia del vino es determinante, ¿no? Porque de algún modo generaba una mezcla de placer y, al mismo tiempo, de capacidad de liberarse de ciertas rigideces a la hora de dialogar y discutir temas. Eso se hace en El Banquete, de Platón, cuyo tema es el Amor, justamente, que es el tema que nosotros estamos trayendo. Y en ese libro, por ejemplo, digamos como dato, era muy importante ver quién resistía hasta el final bebiendo vino y sin perder la capacidad argumentativa y expositiva a la hora de conversar sobre los temas. Entonces, hay una presencia histórica del vino, muy ligada a al origen mismo de la filosofía.

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