“Hace mucho que no voy y me pone muy feliz volver a Mendoza, la tierra de la tonada y de la música cuyana”, declara el Chango Spasiuk apenas al empezar la charla con Estilo. Y es que este sábado 27, se presentará en San Martín, en la Sala del Polideportivo San Pedro, a las 21, en el marco de las actividades que en toda la provincia está desplegando la Feria del Libro.
De manera que los mendocinos podrán disfrutar allí de un concierto gratis de este enorme músico argentino, que ha explorado todas las dimensiones de su instrumento, el acordeón, pero, como él mismo dice, “con el centro de gravedad en el chamamé”. Antes de su llegada a Mendoza, Estilo mantuvo una charla con él para hablar de su música, de sus proyectos, del folclore y de sus cruces con la literatura y los libros.
—No es que esté haciendo una gira de promoción de un disco o un espectáculo, simplemente mi presencia se da en el marco de la Feria del Libro, me invitaron a tocar. Hace bastante que no voy a Mendoza, aprovecho y estoy súper feliz de dar un concierto. Ya hace muchos años que no soy un artista de éxitos y de canciones y de un single, que de golpe tiene que ir a tocar algo que está sonando en la radio. Me parece que la gente lo que viene a ver es a un artista o un músico que tiene una mirada particular sobre una tradición y lo que hace es compartir esa mirada general de esa tradición. Entonces, es un concierto en donde paso por mis composiciones, por mis discos, por mucha música instrumental, algunas cosas cantadas, algunos chamamés más tradicionales, muchas texturas y muchos elementos que tienen que ver con mi manera contemporánea de expresarme sobre esta tradición. Y hay polcas, hay chotis, hay chamamé, por supuesto, pero también puede aparecer Spinetta, puede aparecer Piazzolla.
—Taco y Suela es uno de los proyectos que he desarrollado. Y La Enramada es otro, que surgió después de haber hecho 3 años de un programa de radio en el cual leía para la gente, y después pasábamos música. Lo empezamos a hacer en el teatro y leemos Borges, Cortázar, Leila Guerriero, Juan Gelman… Eso es algo de lo que vengo haciendo. Entonces, hay algunos lugares a donde voy con La Enramada en vivo, y a otros lugares voy con Taco y suela. Pero a Mendoza voy con un ensamble en donde hay violín, acordeones, percusión, guitarra, voces, y en donde, en realidad, lo que planteo es un concierto bastante amplio de mi música y de mis últimos discos. Y tal vez, como estamos dentro del marco de la Feria del Libro, tal vez me lleve un libro y le lea algo a la gente también. ¿Por qué no? Porque es muy bonito eso de leer: Juan Gelman, Leila Guerriero, Clarice Lispector, Borges, Rilke, Esteban Agüero, el poeta puntano, no sé, hay tantas cosas hermosas que me gustan.
—Es otro cruce de géneros como has hecho con el chamamé, pero se me hace que con la literatura debe ser más difícil...
—En realidad es un poco más amplia la cuestión. La música es parte de la vida y entonces uno trata de que la vida de uno sea rica, y rica en impresiones. Y ahí es donde vale todo, el arte desde el libro, desde la poesía, desde los ensayos, desde la pintura, desde la escultura y desde otras expresiones musicales. Entonces, uno trata de enriquecer su propio mundo. No es una inconformidad con la propia tradición en la cual naciste, porque de alguna manera, en este caso la tradición en que yo nací, que es el chamamé, es como mi centro de gravedad, es como dice un poeta de Misiones: "Es mi canción de cuna y tal vez sea el sol de mi vejez." Entonces, bueno, vuelvo ahí todo el tiempo, pero no es una inconformidad de tratar de cruzar una música con otras porque no me estoy encontrando, sino que yo trato de que mi vida sea rica en impresiones, porque trato de cultivar mi carácter, de refinar mi carácter, de enriquecerlo, porque desde ese lugar de mi vida es desde donde me siento después con el instrumento a buscar mis composiciones y desarrollar mis proyectos, con un sentido estético y con una mirada.
—De qué poeta misionero es la cita que hiciste…
—Es de un chamamé de los hermanos Chávez, Félix y Héctor Chávez. Son autores que he interpretado mucho y que seguramente voy a tocar en Mendoza. Félix es un poeta de Concepción de la Sierra, del interior de la provincia de Misiones.
—¿Hay renovación en el chamamé, en el folclore en general?
—El chamamé es parte de la música folclórica, y la música folclórica y la música popular son de transmisión oral. Esa transmisión oral es ininterrumpida, o sea, constantemente hay un flujo generacional en donde gente va aprendiendo y componiendo y tocando y llevando adelante sus proyectos. Más allá de lo que uno puede después ver en los circuitos o en los festivales comerciales o no comerciales, más allá de lo que uno puede ver en las redes, hay una transmisión que nunca se corta, y eso está. Después la palabra renovación es una palabra muy subjetiva. En realidad no hay nada que renovar, cada persona que entra en una tradición y en un lenguaje trata de buscarse ahí, de encontrar su propio rostro. Es un mar de música en donde hay infinitos rostros y uno trata de buscar el propio. Y en esa búsqueda, bueno, hay prueba y error, y uno experimenta y combina a ver de qué manera puede encontrar su propio sonido. Entonces, a eso le llamamos renovación, pero en realidad es el desarrollo normal de una música. Y un músico de este tiempo trata de ser también contemporáneo de su tiempo y de leer lo que le rodea. No se puede repetir mecánicamente un tiempo al cual uno no pertenece.
Pero sí, obvio que uno tiene que ser responsable de ir hasta el hueso de la tradición y de conocer a los grandes compositores, a los grandes referentes, en este caso del chamamé: Cocomarola, Isaco Abitbol, Tarragó, Ernesto Montiel, o muchos otros más. Y uno conoce el lenguaje que ellos han dejado. Pero, después, uno se tiene que buscar a uno mismo. Y cada uno se busca con lo que tiene. Como dice Atahualpa Yupanqui: cada uno se tapa hasta donde le alcanza la cobija. Y de eso se trata un poco la vida también. Uno hace lo que puede con las herramientas que tiene.
—En una entrevista decís que el chamamé es una música peligrosa, ¿por qué?
—No, peligrosa en el sentido emocional, como mágica en ese sentido. Peligrosa en el sentido de que te atrapa, si uno abre su corazón y se deja atravesar por ese mundo sonoro. Se dice que el chamamé es un rezo que se baila y un baile que se reza. No es simplemente una música alegre o poderosa, sino que es una música que tiene muchos otros elementos, que hacen que sea un mundo sonoro. Entonces, uno trata de encontrar una palabra o una metáfora simplemente para llamar la atención y decir, "Préstale atención a algo que creés conocer, pero que en realidad hay mucho más por descubrir.”
—Otra frase tuya que me llamó la atención en un viejo reportaje es una en que decís que el sentido de la música es la fraternidad y la unidad de las personas ¿Seguís pensando lo mismo?
—Sí, obvio, porque eso es la vida misma. Hoy mucho más que nunca. En este momento de tanta violencia y de tanta fragmentación, donde hay un excesivo consumo de las plataformas y de las redes sociales, que nos vuelven cada vez más estúpidos y más imbéciles y más fragmentados y más desconectados, y en donde naturalizamos un nivel de violencia enorme, los espacios de la cultura, de la música y del arte siempre son espacios que nutren y que alimentan de humanidad: algo sano, algo bello, algo constructivo, algo que nos interpela, algo que nos cohesiona. Trato de estar a la altura de eso y todo lo que hago trato de que apunte en esa dirección. Este sábado tocamos con entrada libre y gratuita en el marco de la Feria del Libro. Vamos a tocar música. ¿Usted cree que solamente es un espacio para recreación? No, es un espacio más para reflexión, es un espacio para pensar en voz alta, es un espacio para fomentar la lectura, pero también para fomentar la cultura y todas las múltiples expresiones que tienen que ver con la cultura, como un espejo en el cual nos miramos y pensamos en voz alta. Entonces ahí aparece la fraternidad, la conexión, la celebración de lo colectivo. Aunque cada uno venga de otros espacios, de otras edades, de otros oficios, pero eso es un espacio que tenemos en común y que tenemos que cuidarlo, nutrirlo y por sobre todas las cosas celebrarlo.