Al margen del análisis sobre el resultado en cada elección, es conveniente que la dirigencia política, en general, contemple con atención el nivel de adhesión de la ciudadanía a los distintos procesos, lo que queda expresado siempre en los porcentajes de votantes.
En tal sentido, se advierte en la Argentina en los últimos años una caída importante de personas que responden a los distintos llamados. Y en lo que va de 2025 las cifras pasan a ser significativas. En Santa Fe, primera convocatoria del año, en este caso para la elección de convencionales constituyentes, votó sólo el 55,6% de la población empadronada. El panorama se repitió posteriormente con elecciones legislativas de distritos: en Chaco, 51,2%, Jujuy, 65%; Salta, 59,7%, San Luis, 60% y el último domingo nada menos que en la ciudad de Buenos Aires, con sólo 53%.
Al margen de algún debate que se pueda plantear en adelante sobre la obligatoriedad del voto por parte de la ciudadanía, corresponde que los responsables del sistema democrático, como son los partidos políticos, se interesen sobre la indudable apatía creciente de la sociedad a la hora de elegir a sus representantes.
La indiferencia ante las elecciones puede estar marcando un mal síntoma por parte de la ciudadanía, que con su actitud denota una suerte de rebeldía hacia el sistema. Es que más allá de la expectativa que pueda despertar el nacimiento de un nuevo liderazgo político nacional o en determinada región o provincia, sigue existiendo una mayoritaria percepción de desapego de los dirigentes hacia la gente, a la que deben representar correctamente. Y por lo general no queda de lado el arraigado sentir popular sobre el político que sólo se acuerda de sus votantes en tiempos previos a la cita electoral, cuando se necesita pedir el apoyo en las urnas.
Y con más razón deberá tener en cuenta esta situación la clase dirigente a partir de la paulatina suspensión de las PASO (primarias abiertas) en el escenario nacional y muy probablemente en la mayoría de las provincias que adhirieron en su momento a ese sistema. Caerá en gran medida el argumento de la saturación electoral. Si así fuese debería haber un sano equilibrio. Pocas votaciones con escaso interés popular pueden alentar intentos autoritarios.
¿Será capaz la dirigencia, sin distinción de partidos, de hallar los mecanismos que permitan generar las condiciones para que las expectativas de la población resurjan? No hay ninguna ciencia al respecto; sólo preocuparse por los problemas de la gente y demostrarlo. Sirve como ejemplo de lo que no pasó en ese sentido la elección porteña, claramente nacionalizada por una puja de poder y posicionamientos de cara al futuro inmediato. Además, rencillas y celos predominan hasta entre los principales referentes de los sectores partidarios más encumbrados, lo cual se suma a la hora de influir en el desprecio de la población demostrado en el bajo porcentaje de votantes.
Que la población descrea de los mecanismos democráticos no representa un buen síntoma para un sistema republicano que ha atravesado tantos vaivenes, como el argentino.