10 de marzo de 2025 - 00:00

Actitudes que dañan a la democracia

Las controversias entre el presidente de la Nación y representantes de la comunidad artística resultan totalmente inapropiadas.

En los últimos días se intensificó una controversia de ya larga data entre el presidente Javier Milei y un conjunto de artistas críticos, entre quienes se encuentran las reconocidas cantantes Lali Espósito y María Becerra.

Durante una entrevista televisiva –en la que el Presidente trató de explicar su comportamiento en relación con el escándalo de la criptomoneda $Libra–, Milei volvió a referirse despectivamente hacia las cantantes.

Estas declaraciones surgieron en respuesta a críticas previas de las artistas hacia su gestión gubernamental. Lali Espósito, por su parte, respondió a estos comentarios compartiendo un video en sus redes sociales donde se la ve tomando mate mientras suena de fondo su canción “Fanático”, lo que fue considerado una respuesta directa a las críticas recibidas.

Es fundamental reconocer que en una sociedad democrática todas las voces tienen derecho a expresarse, independientemente de lo que piensen. También de su origen o de su profesión. El arte, en sus diversas manifestaciones, ha sido históricamente un vehículo para la reflexión, la crítica y el cambio social.

Por lo tanto, descalificar o menospreciar las opiniones de los artistas no sólo es un ataque a la libertad de expresión y a la democracia en su conjunto, sino también una negación del papel esencial que el arte desempeña en la construcción de una sociedad plural y tolerante.

Esto va más allá de las acusaciones hacia las mencionadas en relación con que hubieran cobrado o no de fondos públicos por presentaciones pasadas. Aun si lo hicieron, ¿merecen por eso ser descalificadas y de esa manera?

La actitud de Milei no sólo afecta a las artistas implicadas, sino que también erosiona la investidura presidencial. Un jefe de Estado debe mantener la altura y la responsabilidad que conlleva su cargo y evitar caer en ataques personales que degradan la institucionalidad y fomentan la polarización.

En un contexto de crisis y desafíos sociales, el país necesita liderazgos que convoquen al diálogo y a la unidad, en lugar de alimentar enfrentamientos innecesarios.

La intersección entre arte y política no sólo es inevitable, sino que resulta inherente y hasta necesaria. El arte tiene la capacidad de cuestionar, incomodar y desafiar el statu quo; sirve como espejo de la realidad y como catalizador para el diálogo y la transformación social.

Cuando artistas se pronuncian sobre temas políticos, ejercen su derecho y responsabilidad de participar en la conversación pública, aportando perspectivas únicas que enriquecen el debate democrático. Por ende, es imperativo que tanto los líderes políticos como la ciudadanía en general valoren y respeten estas contribuciones.

El disenso y la diversidad de opiniones son pilares fundamentales de una sociedad verdaderamente libre.

De lo contrario, volveremos –otra vez– al triste lugar de siempre.

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