Denominaciones de origen: una forma de agregar valor a la producción regional

El autor asegura que el desarrollo de este tipo de designación geográfica mejora la rentabilidad de los pequeños productores. Considera que se trata de una de las tareas pendientes de la clase dirigente.

Denominaciones de origen: una forma de agregar valor a la producción regional
Denominaciones de origen: una forma de agregar valor a la producción regional

Cada vez más estamos tomando conciencia de la importancia que tiene el origen de los alimentos y bebidas. Estos no son meros commodities ni productos apátridas: tienen padre y madre, personas concretas, manos que dedicaron su esfuerzo a prepararlos.

Algunos lugares del mundo lograron que, gracias al esfuerzo de la comunidad local, sus productos adquirieran prestigio y reconocimiento en los mercados. El consumidor está dispuesto a pagar un poco más por el producto de esa región porque sabe que es una garantía de calidad.

Algunos países han logrado fortalecer la identidad de sus productos regionales y obtener así mayor rentabilidad para los habitantes de sus regiones. Francia tiene más de 700 denominaciones de origen reconocidas a nivel internacional.

Esta situación, tan difundida en Europa, se encuentra todavía en pañales en Argentina en general y en Mendoza en particular. Todavía no se han generado productos a partir de una denominación de origen fuerte. Para comprender esta debilidad, hay que comprender la historia.

En la segunda mitad del siglo XIX se instalaron en Mendoza muchos agrónomos, enólogos y técnicos europeos, liderados por Michel Aimé Pouget.

Ellos introdujeron el malbec y otras variedades de uva francesa y contribuyeron a mejorar y modernizar la forma de cultivar la viña y elaborar el vino. Fueron un aporte indiscutible. Pero junto con estos aportes, aquellos pioneros tuvieron efectos secundarios negativos, entre ellos, la contaminación identitaria de los vinos argentinos.

Los especialistas europeos introdujeron la costumbre de llamar a los vinos elaborados con uva francesa como “burdeos” o “borgoña”. El uso de denominaciones de origen europeas para llamar vinos argentinos se extendió también al  “champagne”, “oporto” y  “jerez”.

Estas ideas fueron aceptadas y difundidas por enólogos, empresarios y estadistas argentinos. Hasta en las leyes de vinos y alcoholes se alentaba la elaboración de “cognac”, “burdeos”, “champagne”, “jerez”, “oporto” y hasta “pisco” (aguardiente elaborado en Chile).

La difusión del uso de estas DO tuvo una ventaja comercial de corto plazo, pues facilitó las ventas en los mercados rioplatenses. Pero a la larga, esta costumbre inhibió el desarrollo de las propias DO de los vinos de Mendoza.

Esta situación comenzó, tímidamente, a revertirse a fines de los ‘90, con las primeras normas de fomento de las DO en Mendoza. Pero hasta el momento, esto es poco más que letra muerta. Sobre todo porque no hay cultura de cuidar y desarrollar las DO en el medio.

La DO es una marca colectiva y requiere de un espíritu de cuerpo para, entre todos, organizar un proyecto y llevarlo adelante; implica inversión y solidaridad.

Es una de las tareas pendientes de la clase dirigente. El esfuerzo es grande, pero vale la pena pues la tendencia mundial es a valorar los alimentos y bebidas con origen conocido, pues genera confianza en el consumidor. Ello va a ayudar a mejorar la rentabilidad de los pequeños viticultores que se esmeran, cada día, por cultivar sus viñas .

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA