12 de octubre de 2025 - 00:15

Letras mendocinas: un viejo hotel (recordando a Carlos Levy)

Un repaso por la vida y el legado de Carlos Levy, poeta y narrador que dejó una huella imborrable en las letras mendocinas.

Carlos Levy, a quien puede incluirse entre los máximos referentes de la poesía mendocina, nació en 1942 en Tunuyán y falleció en Mendoza en 2020. Durante su juventud entabló amistad con grandes personalidades del arte y las letras de la época, como Víctor Hugo Cúneo, Fernando Lorenzo y el artista plástico Ricardo Embrioni. En la década del 60 se mudó a Buenos Aires con el objetivo de dedicarse de lleno a la escritura.

Diecisiete años pasarían para su regreso a Mendoza. A partir de allí se dedicaría a varios oficios, entre ellos la venta de libros. Y durante la década del 90 también trabajó como editor. Llegó a ser director de Radio Nacional y de la emblemática Biblioteca San Martín, cargo desde el que organizó diversas actividades culturales relacionadas con la literatura y las artes plásticas, reuniones, exposiciones y distintos encuentros. Dirigió también “El Mirador”, una columna sobre personajes de la cultura, en el desaparecido diario Mendoza, y suplementos culturales con ilustraciones de Ricardo Embrioni.

También abrió su propia librería-biblioteca, “La Anticuaria”, que primero funcionó en Galería Bamac y luego se trasladó a la galería Tonsa. En 2005 publicó la traducción al judeo español (sefardí) del "Martín Fierro", de José Hernández, experiencia que le valió numerosos elogios. Diez años después, el entonces gobernador Francisco Pérez lo nombró embajador cultural de Mendoza. Luego de hacerse cargo de las diversas Ferias del Libro realizadas en el Espacio Le Parc, se retiró de la actividad pública.

Entre sus publicaciones figuran "Inmensamente ciudadano" (1967); "La memoria y otras piedades" (1984); "Anverso reverso" (con Fernando Lorenzo, 1989); "Café de náufragos" (1992); "La palabra y sus nombres (carpeta con poema elegíaco)"; "Té con hielo" (1997); "Doloratas" (con Marcos Silber, 2001); "Destierros" (2001); "Adiós Celina adiós" (2006); "Viejo hotel" (2008) y, en 2017, "Muertes a la orden", una colección de relatos policiales “negros”.

De entre todas sus publicaciones rescato hoy su último poemario: "Viejo hotel" es un libro singular, en tanto entabla con sus lectores un pacto que se aleja de lo que es usual en textos líricos para incursionar en la narratividad, en el afán de componer —líricamente, eso sí— una serie de estampas o retratos, con la unidad de lugar apuntada en el título: “En las coordenadas donde dicen / que nació la melancolía y a medio andar, sobre la calle de la eterna humedad, / terco, / persiste / el Viejo Hotel” (p. 11).

Entonces, las historias de todos los huéspedes de ese “viejo hotel” componen una rapsodia de fragmentos inconclusos, de desesperanzas y desengaños: “doña Vinagre”, “la Honorable Trotacalles Karina”, la “Vieja Julia”, Pablo Retamales, que “en su pieza piensa / en el suicidio y fuma /…/ sin ser ciego, fuma / y fuma / y fuma sentado en la única silla, / como si fuera, / el umbral del mismísimo Carriego” (p. 14).

Así, entre reminiscencias literarias discurre un mosaico de razas y un común denominador: la soledad, la fatiga de una vida ya demasiado vivida, como la del propio poeta, que suma a esas historias su propia confesión melancólica: “En una tempestad de bebida y memoria navego / cada noche. // Voy vengo de mis pérdidas, / de lo que me fui /…/ armo un rompecabezas, / con sus piezas me invento una mañana, / y en su luz, / Santa María la Blanca, / la Sinagoga de Toledo” (p. 32).

Así, lo narrativo y lo propiamente lírico, en tanto efusión sentimental, se anudan en un texto casi unitario, a pesar de la división en poemas que alternan los nombres de los personajes evocados con otros significativamente titulados “Yo”. Así, el poeta retorna a sus orígenes étnicos —“Después vendrán a celebrarnos los fantasmas / de los viejos judíos” (p. 32)—, del mismo modo que a viejos amores y antiguos conocidos, en un poemario que tiene mucho de testamento.

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