6 de diciembre de 2025 - 00:25

La muerte de Rufino Ortega y el funeral que hizo historia en Mendoza

Velorio en la Casa de Gobierno, honores militares y un cortejo multitudinario hicieron del adiós a Rufino Ortega un hecho histórico.

En los últimos días se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Rufino Ortega, protagonista decisivo de la Mendoza que entró en la modernidad vitivinícola y agroindustrial.

Su funeral, descrito con detalle por el Los Andes de entonces y retratado por Caras y Caretas, fue una ceremonia oficial y emblemática.

La muerte de un militar con historia

El teniente general Rufino Ortega murió en noviembre de 1917 en Mendoza, rodeado de su familia y asistido según los ritos de la fe católica. Había nacido en 1847 y su vida estuvo atravesada por la frontera sur, las campañas militares y la política provincial. Gobernador entre 1884 y 1887, su figura se asoció a las transformaciones que hicieron de Mendoza una provincia vitícola, abierta a la inmigración europea y con una economía agroindustrial en expansión. En su edición del 1 de diciembre de 1917, la revista Caras y Caretas lo definió como un “político progresista”, destacando que su trayectoria militar había sido brillante y recordando su avance hasta el sur mendocino, cuando “con 6 oficiales y 80 hombres de tropa llegó hasta las cercanías del Neuquén con el mayor éxito”.

En Mendoza, el impacto fue inmediato. Los Andes escribió que su fallecimiento privaba a la provincia y a la nación “del militar de graduación más alta que encarnaba la vieja tradición del militarismo argentino”, y subrayó que su carrera había comenzado “desde la modesta esfera de soldado raso” para luego vincular su nombre “a diversos progresos y acontecimientos”. El tono necrológico, como era habitual en la época, exaltaba su trayectoria y asociaba su figura a la idea de progreso ya que era Don Rufino un hombre de la Generación del 80’.

Un duelo que ocupó la ciudad

El gobierno provincial reaccionó rápidamente. La resolución oficial ordenaba tres días de duelo, con la bandera a media asta en todos los edificios públicos. Además, se le atribuyeron los honores correspondientes “al gobernador de la provincia”, y sus restos fueron trasladados a la Casa de Gobierno para ser velados. Allí se levantó la capilla ardiente: un ámbito sobrio e imponente, tapizado de negro y con alhajas funerarias. El féretro, de roble, fue cubierto con la bandera nacional otorgada por el gobierno provincial, acompañado por las banderas de los regimientos mendocinos, la espada, el kepis y las medallas que resumían su vida militar.

La escena fue documentada fotográficamente. En las imágenes se lo ve amortajado con el uniforme y las insignias del Ejército, el cuerpo sereno y expuesto al público. Para la prensa nacional, ese retrato tenía valor pedagógico: representaba la continuidad entre el ejército de frontera, las campañas nacionales y el Estado moderno. El cadáver era la síntesis de su historia y luchas.

La vigilia de un pueblo

Durante todo el velorio, la Casa de Gobierno recibió una circulación incesante de público. Los Andes registró que hasta la mañana habían pasado cinco mil personas, una cifra excepcional para la Mendoza de 1917. El diario escribió que “el pueblo nunca había manifestado tan espontáneo y sincero duelo como el de ayer en homenaje a la figura más alta del ejército”, y describió cómo, a medida que se acercaba la hora de partida, las calles frente al edificio gubernamental se llenaban de sectores diversos de la sociedad mendocina.

La misa de cuerpo presente se celebró por la mañana, con la presencia de las principales autoridades civiles y militares, familiares y damas de la sociedad. El dato llamativo es que no se realizó en una iglesia, como había sido tradición hasta fines del siglo XIX. Desde 1896 la normativa prohibía las exequias fúnebres de carácter público en templos, y el gobierno eligió convertir su sede en espacio ceremonial. Fue, así, un funeral de Estado en el sentido moderno del término.

El cortejo

Una vez concluida la ceremonia, el féretro fue llevado “a pulso hasta la cureña de un cañón”, recordó Los Andes. Esa imagen —familiares cargando el ataúd y entregándolo al símbolo militar— condensaba la dualidad entre el duelo íntimo y la representación pública.

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Autoridades de la provincia, oficiales del ejército y personalidades, sacando el féretro de la Casa de Gobierno, en donde fué velado.

Autoridades de la provincia, oficiales del ejército y personalidades, sacando el féretro de la Casa de Gobierno, en donde fué velado.

La procesión partió desde la Casa de Gobierno y atravesó la calle San Martín. La fanfarria del Escuadrón de Seguridad encabezaba el cortejo, seguida por la cureña, los deudos, las autoridades, los cuerpos consulares y una “gran masa de pueblo”.

En el Cementerio de Mendoza, los regimientos locales presentaron armas y ejecutaron marchas fúnebres. El mayor del Ejército nacional habló en nombre de la fuerza. Después de los discursos, el ataúd fue depositado en el sepulcro perteneciente al político Joaquín Villanueva. La ceremonia concluyó con tres descargas de infantería. En palabras de Los Andes, se trató de un homenaje “justo” para quien había “coadyuvado al progreso” de la provincia “con todo patriotismo”.

La memoria después de la sepultura

El periplo de los restos de Ortega no terminó en 1917. En 1925 fue exhumado y trasladado al santuario de María Auxiliadora en Rodeo del Medio, localidad fundada por él mismo, en una jornada que también contó con honores militares, misa y una amplia participación popular. Según el diario, “el acto dio lugar a una importante manifestación de duelo”, y los restos fueron colocados en una cripta de mármol coronada por una figura alegórica.

tumba de rufino
Tumba de Rufino Ortega. Sepulcro Histórico Nacional.

Tumba de Rufino Ortega. Sepulcro Histórico Nacional.

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