Una de las historias más interesantes de nuestro cementerio principal es la de Rito Baquero, que arribó a Mendoza en 1881 como comendador del rey Alfonso XII. Su paso por la provincia parecía temporal, pero el amor lo detuvo: se enamoró de una joven mendocina y decidió echar raíces en Cuyo.
Emprendedor y visionario, Baquero fundó junto a sus hermanos la firma Baquero Hnos. en 1886, y muy pronto su nombre empezó a figurar en la prensa y en los avisos fúnebres del Diario Los Andes, no solo por su éxito comercial sino también por su activa participación en la vida social mendocina.
Pero su historia no fue solo de amor y progreso. También conoció el conflicto. Los hermanos Arizu y Miguel Escorihuela Gascón, también bodegueros españoles, se convirtieron en sus adversarios dentro de la comunidad ibérica. La disputa surgió cuando el grupo de inmigrantes debatía cómo contribuir al bienestar de sus compatriotas en Mendoza: unos querían construir un hospital, otros un panteón para honrar a los muertos.
Baquero defendió la idea del hospital, proyecto que con los años daría origen al Hospital Español inaugurado en 1939. Pero la victoria no trajo paz: sus opositores, dolidos, esparcieron el rumor de que Baquero era ateo, una acusación gravísima en tiempos donde la fe era sinónimo de respetabilidad.
Un mausoleo como desagravio
Determinado a limpiar su nombre, Baquero decidió levantar un monumento que hablara por él: un mausoleo que fuera a la vez tumba y testamento de fe. Contactó a los hermanos Ventura, escultores y marmolistas catalanes conocidos por haber colaborado con Antoni Gaudí, y les encargó una obra singular: una pequeña iglesia gótica que perpetuara su memoria.
Desde Barcelona enviaron las piezas talladas en piedra —no en arcilla, como se pensó en un principio— que fueron trasladadas a Buenos Aires en barco y luego por tren a Mendoza. Las partes llegaron embaladas y tardaron un año en ser ensambladas en el Cementerio de la Capital. El encargado del montaje, Orellano, viajó con la carga y decidió quedarse en la provincia, donde sería sepultado años más tarde, también en el camposanto de la ciudad.
El resultado fue un monumento sin igual: una capilla funeraria de modernismo catalán con toques mudéjares y neogóticos, de proporciones equilibradas y ornamentación exuberante. Posee pináculos, vitrales, una cúpula central con cruz de hierro, y una puerta de bronce con incrustaciones de vidrio de colores. En su interior descansan los restos de Baquero y su familia.
Arquitectura de fe y arte
El mausoleo destaca no solo por su belleza sino por su simbolismo. Cada detalle parece desmentir las viejas calumnias: los capiteles decorados con hojas de acanto representan el triunfo espiritual; las esculturas de santos, entre ellos una figura atribuida a Santa Teresita del Niño Jesús, evocan la devoción y la esperanza en la vida eterna.
La estructura combina elementos del arte islámico —arcos de herradura, tracerías trilobuladas, arabescos— con el lenguaje arquitectónico del modernismo catalán, ese movimiento que buscó fusionar arte, función y espiritualidad. Cabe destacar que los datos sobre esta singular obra fueron tomados del trabajo Del modernismo catalán a Mendoza. El mausoleo de la familia Baquero, de la historiadora Emilce Sosa, especialista en arte funerario y patrimonio mendocino.
En la fachada, los juegos de luces de las vidrieras y los relieves florales le otorgan al conjunto un aire casi teatral. Cada línea curva, cada florón o pináculo parece vibrar con la energía de una época de prosperidad y optimismo.
La herencia patrimonial de los Baquero
El mausoleo no fue el único legado artístico de la familia. La Casa Baquero, ubicada en avenida España de la ciudad, también fue declarada Bien de Interés Municipal por su valor arquitectónico. Ambas obras —la casa y el mausoleo— integran hoy el inventario patrimonial de Mendoza, protegido por decreto provincial.
Más de un siglo después, en el Cementerio de la Capital, la tumba de Baquero continúa siendo punto de curiosidad para visitantes y estudiosos del arte funerario. Considerada por muchos como la más bella del lugar.
Entre amor, orgullo y eternidad
En tiempos donde la muerte solía ser también una forma de afirmar la vida, el mausoleo de Rito Baquero condensa las aspiraciones de toda una generación. Fue un gesto de amor hacia la tierra que adoptó y hacia la mujer que lo retuvo, pero también un acto de orgullo y reivindicación como católico.
El suyo es un ejemplo de cómo las historias funerarias no solo hablan de quienes murieron, sino de cómo quisieron ser recordados. En cada pináculo de piedra, en cada vidriera, Baquero dejó grabada una lección sobre la fe, el arte y la permanencia.
Su mausoleo, erguido entre cipreses y sombras, no solo guarda un cuerpo: custodia una historia de amor, disputa y redención, que sigue viva entre los silencios y epitafios del cementerio mendocino.