15 de noviembre de 2025 - 00:20

El asesino serial que terminó enterrado junto a sus víctimas en el Cementerio de Mendoza

Una trama policial convertida en leyenda funeraria: el asesino serial mendocino y sus víctimas quedaron enterrados a metros de distancia.

Entre los pasillos silenciosos del Cementerio de Mendoza hay tumbas que nadie visita, nombres que se han borrado y rincones donde la memoria se vuelve un susurro. Allí, en una misma zona hoy difícil de identificar, reposan —o se pierden— las sepulturas de un asesino y las de sus víctimas.

Esta es una de esas historias funerarias que se agazapan en la necrópolis mendocina: un eco oscuro que todavía late bajo la tierra.

“Pocas veces, el ambiente tranquilo de las ciudades del interior se ha sentido tan violentamente agitado por la noticia sensacional de un crimen monstruoso, como en estos días la ciudad de Mendoza”. Con estas palabras, la revista Caras y Cartas presentaba al país el caso que convertiría a los Leonelli en los primeros asesinos seriales de nuestra provincia.

Un grito en la noche

El 20 de diciembre de 1916, los vecinos de una vivienda en la calle Urquiza —casi al llegar a Salta— escucharon un grito que heló la sangre. Un llamado desesperado, breve y desgarrador. Avisaron a la policía de inmediato. Cuando los agentes entraron, ya era tarde.

Dentro de la casa, los hermanos Marcos Mauricio y José Mauricio Leonelli acababan de atacar al prestamista turco Tufick Ladekani. Lo habían citado con la excusa de saldar una deuda menor. Su intención era matarlo y robarle unos pocos pesos. Pero algo salió mal: el golpe inicial no fue mortal. Ladekani, aún con vida, logró pedir auxilio. Ese pedido, escuchado por los vecinos, los condenó.

La escena fue brutal. Mientras la policía y dos vecinos intentaban ingresar, los Leonelli terminaron de asesinar al hombre estrangulándolo con un alambre. Luego arrojaron el cuerpo al sótano. Al día siguiente, la crónica del crimen estremeció a Mendoza. La autopsia del Dr. Villare describía siete heridas profundas, fractura de cráneo y signos claros de estrangulación. Los asesinos fueron atrapados en el acto. Pero el horror recién empezaba.

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Empleados de investigaciones que encontraron en el sumidero de la casa restos humanos.

Empleados de investigaciones que encontraron en el sumidero de la casa restos humanos.

El sótano de la muerte

La investigación policial reveló que la casa no era solo escenario de un crimen, sino la guarida de una seguidilla de asesinatos. En la caballeriza alquilada por los Leonelli hallaron el cuerpo del vasco Julián Azcona, un inmigrante que vendía cigarrillos por la calle y que llevaba meses desaparecido. Su carrito había sido encontrado frente a la casa de los hermanos.

Poco después, se descubrieron allí también los restos del corredor hipotecario Juan Dávila, acreedor de los Leonelli, cuyo rastro se había perdido sin explicación.

Mendoza entera quedó conmocionada. Multitudes rodearon la Jefatura de Policía exigiendo justicia. Hubo que proteger a los detenidos para evitar que la turba los linchara.

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Empleados de investigaciones, que encontraron en el sumidero de la casa, una parte del cadáver del señor J. M. Dávila, víctima de los Leonelli.

Empleados de investigaciones, que encontraron en el sumidero de la casa, una parte del cadáver del señor J. M. Dávila, víctima de los Leonelli.

De Mendoza al Fin del Mundo

Uno de los hermanos fue condenado a muerte. Pero —paradoja de la época— la sociedad mendocina, horrorizada por el crimen, también rechazaba la ejecución. La pena capital existía en la legislación, pero la comunidad argentina siempre la resistía con fuerza. Finalmente, la sentencia no se cumplió.

En 1923, ambos fueron trasladados al penal de Ushuaia, la temible “Cárcel del Fin del Mundo”. Ese mismo año llegó también otro célebre criminal: el Petiso Orejudo. Es casi seguro que compartieron patios, trabajos y silencios.

Marcos Mauricio recobró la libertad con los años. José Mauricio, el más implicado en los crímenes, murió en prisión.

Epílogo entre lápidas

Hoy, más de un siglo después, las tumbas de uno de los hermanos Leonelli y de algunos de sus víctimas se encuentran perdidas en el Cementerio de Mendoza. No reciben flores ni rezos. Solo forman parte del paisaje olvidado de ese sector, donde la tierra guarda historias que ya casi nadie recuerda.

Pero basta escarbar un poco —en los archivos, en los diarios de la época, en las hendiduras del camposanto— para que la tragedia vuelva a respirar. Allí, entre mausoleos antiguos y cruces corroídas, descansa esta historia: la de los primeros asesinos seriales de Mendoza y las vidas que apagaron.

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Zona del Cementerio de Mendoza donde se encuentran los restos de uno de los hermanos Leonelli y su víctima Tufick Ladekani.

Zona del Cementerio de Mendoza donde se encuentran los restos de uno de los hermanos Leonelli y su víctima Tufick Ladekani.

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