En economía, en cambio, la decadencia previa a 1983 la prosiguieron y profundizaron tanto don Raúl como todos los gobiernos posteriores hasta la fecha. Nuestra democracia sigue siendo, más de 40 años después de su inicio, de una fragilidad económica absoluta, donde volaron por los aires todos los intentos de incorporación productiva al mundo desarrollado, ya sea el alfonsinista socialdemócrata, el liberal populista menemista, o el macrismo que -débil pero meritoriamente- buscó sintetizar todos los liberalismos. La economía los hizo fracasar a los tres. Y a si a eso se le suma el intento kirchnerista de querer imponernos otro camino reñido con todo tipo de liberalismo, llegamos donde llegamos. A ninguna parte.
Sin embargo, el riesgo de fracasar sigue siendo elevado porque hay poco de liberalismo clásico “alberdiano” en el mileismo político, excepto los grandes objetivos económicos como el superávit, la desregulación o la apertura al mundo, los cuales son rescatados y defendidos incluso por muchos economistas, políticos y periodistas a los que Milei, con su proverbial sectarismo, no se cansa de insultar y ofender, pero que aun así deploran del estatismo proteccionista corporativo que el kirchnerismo no inventó pero que fortaleció a niveles tales que hoy forman parte de las raíces estructurales del país.
El modelo liberal clásico de la constitución alberdiana, del plan educativo sarmientino y de la construcción del estado nacional roquista, contemplaba como esenciales cuestiones que el mileismo no contempla, tal cual lo es la gestación de una importante infraestructura generada por un Estado no necesariamente grande pero sí muy fuerte que sirvió para comunicar y unificar el país y federalizar Buenos Aires. En otras palabras, el liberalismo exitoso de la segunda mitad del siglo XIX fue, a grandes trazos, educación, Estado y desarrollo acelerado de infraestructura. Además de considerar inseparables el liberalismo político y el económico.
Mientras que el actual gobierno, a la gestión estatal de infraestructura, de conocimiento, ciencia y salud públicas, en el mejor de los casos las ve con indiferencia, como no prioritarias. Y está dispuesto a deteriorarlas significativamente en el altar del superávit fiscal.
El anarco libertarismo de Milei aplica a destajo la motosierra incluso en los lugares donde debería usar cirugía fina para no herir los tejidos del país. Como cuando elimina de cuajo la obra pública nacional transfiriéndosela de hecho a las provincias en vez de a la actividad privada (no tiene idea de cómo hacerlo), porque los caminos se les rompen a los gobernadores y estos tienen que hacer lo que la nación no hace, que siempre hizo poco, pero que ahora, con este gobierno, directamente abandonó.
Tampoco es buen liberalismo considerar de modo despectivo a instituciones públicas fundamentales como las universitarias, científicas, culturales y de la salud, que el gobierno ajusta de más no sólo por razones económicas sino porque en su sesgada ideología considera que lo prioritario en esas instituciones es librar la batalla cultural por creerlas “tomadas por el enemigo ideológico”, al que hay que expulsar de las mismas. Y su mejor instrumento para ello es mezquinarle todos los recursos que se pueda, no tanto para elevar el superávit, sino para disuadir al enemigo desde la víscera más sensible, el bolsillo. Pero, lamentablemente, lo único que está logrando con esa actitud es que los mejores científicos, académicos y médicos deserten del Estado o que se vayan del país. Hay operaciones que deben hacerse con instrumentos médicos, no con herramientas de carnicería. Y menos si ellas esconden intenciones de venganza contra el supuesto enemigo ideológico.
Es tan penosamente evidente lo que sostenemos, que en una entrevista concedida ayer al diario Clarín, el teórico mileista Agustín Laje, reivindica sin pelos en la lengua la propuesta de "desfinanciar" al "enemigo" para derrotarlo en la batalla cultural. Estas son sus palabras textuales: "Hay muchas cosas que se pueden hacer cuando la nueva derecha llega al poder. Se empieza por desfinanciar todos aquellos dispositivos de destrucción cultural que las izquierdas avanzaban en los países donde gobernaban". En ese sentido, Laje celebra enfáticamente lo que está haciendo Donald Trump desfinanciando a prestigiosísimas universidades norteamericanas a las que considera copadas por sus enemigos ideológicos.
Todo esto está ocurriendo a la vez, lo bueno y lo malo, porque este modelo es liberal en lo económico pero iliberal en lo político e ideológico (vale decir, en estos temas se mantiene al borde de la institucionalidad republicana pareciéndose en sus prácticas, o cuando menos en sus palabras, al kirchnerismo que tanto dice deplorar).
En consecuencia, su método político puede convertirse a la larga en un obstáculo para lograr sus grandes y loables objetivos económicos, lo cual sería una gran pena, porque de triunfar Milei en lo que es fuerte y parece saber, eso podría significar el segundo gran salto cualitativo de la democracia argentina para que podamos marchar, dentro del amplio sendero del liberalismo, hacia el desarrollo integral del país revirtiendo definitivamente la decadencia secular.
Pero para eso es necesario que Milei se inspire un poco (mucho) más en la lógica de conformación del Estado argentino durante la segunda mitad del siglo XX de clarísima orientación liberal para ver si le es posible aplicar un método de construcción política en muchas cosas muy diferente (y mucho mejor) al suyo. El liberalismo argentino del siglo XIX, en todas sus versiones, tenía dos cosas en claro: Primero, que el liberalismo era económico, político, ideológico y cultural a la vez. Unidad que el mileismo no tiene para nada claro. Y segundo, que, para transformar el desierto argentino en una nación próspera, se necesitaba crear un Estado nacional que la condujera, no eliminar todo tipo de Estado como propone el actual líder libertario. Son dos enormes diferencias conceptuales.
El problema es que al presidente lo han convencido (o lo ha convencido su propia personalidad) de que es necesario un poder unificado en su sola persona con una ideología cuasi religiosa de fidelización de las militancias y de las masas, como la mejor manera de evitar las debilidades en las que cayó Macri de hacer republicanismo en un país que prefiere mucho más la mano dura. O sea, un pueblo que aunque acepte las formas democráticas simpatiza más con los contenidos autoritarios que con los plurales, quizá por la influencia de tantas décadas de populismo.
Nobleza obliga reconocer que, en su tiempo, Alberdi también tuvo algunas de esas precauciones mileistas, pero fue mucho más lúcido y sutil que Milei en eso de lidiar entre autoritarismo y libertad. Sabía que ciertos aspectos de la autocracia rosista estaban muy incorporados en la cultura social (es más, hasta antecedían al Restaurador) por lo que extraerlos de la mente del pueblo no sería fácil. Por lo tanto, en vez de buscar exterminarlos ipso facto (como quiso hacer la “revolución libertadora del 55” con el peronismo prohibiendo hasta nombrar a Perón, logrando así fortalecerlo hasta que volvió triunfal) había que hacer ciertas concesiones: en particular, mantener un ejecutivo fuerte, con un presidente más rey que presidente, pero acotado a un solo periodo. O sea, aceptó mantener algo de la herencia rosista en su Constitución, sobre todo aquellos aspectos no del todo liberales que le servirían para mantener el orden público y evitar la anarquía, mientras se iban creando nuevos hábitos, nuevas costumbres y formando los políticos para un modelo absolutamente distinto al rosista: el republicanismo liberal.
De haber estado en su lugar y en su tiempo, Milei, al igual que Alberdi, hubiera cambiado la economía aislacionista y proteccionista rosista por una liberal y abierta, pero a diferencia de Alberdi, hubiera reforzado la política rosista centralizada en su sola persona y para nada liberal. Esta última es la tarea de la que hoy se está encargando Santiago Caputo, buscando crear desde el Estado al que tanto dicen deplorar, un sistema de poder, de control, de espionaje y de adoctrinamiento muy autoritario, usando y abusando para su divulgación e imposición, de los mazorqueros modernos encabezados por el gordo Dan y sus trolls fanatizados. Esos mismos que luego de producir una aberrante estafa electoral con Inteligencia Artificial contra Macri en las elecciones de Capital, ahora, imitando burdamente los mismos métodos kirchneristas, quieren convertir el canal infantil Paka-paka de la televisión pública, en un instrumento para inculcar la ideología libertaria a los niños. Cambiar una ideología por otra. Algo miserable e indignante por donde se lo mire, se lo haga en nombre del peronismo o del liberalismo.
Y yo creo que eso es una gran contradicción. Una cosa es tener un gobierno fuerte donde la autoridad política sea valorada y respetada (con esa autoridad Kirchner pudo acabar definitivamente con la anarquía que nos dejó la implosión 2001/2 y que Duhalde fue el primero en combatir, aunque no pudo cosechar sus frutos porque le faltó precisamente la autoridad política que a Kirchner le sobró), pero otra cosa es hacer sobrevivir un modelo populista con crecientes dosis de autoritarismo en lo político. No es lo mismo autoridad que autoritarismo.
Lamentablemente Milei, asesorado por los ideólogos de la batalla cultural y ahora envalentonado por la victoria en CABA, pretende combatir al enemigo con las armas del enemigo. De lo que quizá no se dé cuenta es que le resultará muy difícil lograr un triunfo permanente del liberalismo económico en la Argentina si sigue tolerando e incluso impulsando el “iliberalismo” político e ideológico. A veces, apostar a todo el poder para hoy, es perderse la oportunidad de ingresar en la historia grande para siempre.
Pero lo cierto es que, por ahora, Milei tomó esa discutible posición porque cree que en la Argentina las cosas si no se imponen de prepo, no se imponen. Es una apuesta muy peligrosa.
* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]