La historia debe el merecido reconocimiento al héroe salteño, que, como Güemes, Frías y otros, pelearon sin descanso por la libertad de la Patria. En 1792 nacía en Salta Rudecindo Alvarado, en una familia acomodada, cuyo padre era un rico y próspero comerciante. Viajó a Córdoba a estudiar humanidades. Pero debió dedicarse al comercio para el sustento familiar por fallecimiento de su padre. Viajaba a Buenos Aires por razones comerciales. Allí vivenció los días de la Revolución de Mayo. Luego se alistó en la Compañía de Patricios de Salta. Con amigos se alistó en el Ejército Auxiliar del Norte a las órdenes de Manuel Belgrano. Participó de la derrota de Huaquí en 1811. Protegió la retirada de Pueyrredón de Charcas a Tucumán portando los caudales de Potosí. En este acontecimiento se conocieron con Güemes.
Permaneció en Tucumán dedicado al comercio hasta que se alistó en el Batallón de Decididos e intervino en la Batalla de Tucumán el 24 de setiembre de 1812, como ayudante de campo, puesto que conservó hasta la Batalla de Salta el 20 de febrero de 1813. Pasó al Ejército del Norte a las órdenes de Belgrano. Los partes de la Batalla de Tucumán llenaban de elogios a Alvarado por su conducta, temple, serenidad y fogosidad con que exaltaba el patriotismo de la tropa. Fue ascendido a capitán.
Participó en Vilcapugio y Ayohuma que, aunque derrotas, no perdió su control y decisión en auxiliar y contener a sus hombres.
Participó en la Tercera Campaña del Alto Perú. Participó en el combate de Puerto del Marqués, junto a Güemes en 1815 y Venta y Media. Culminó en la derrota de Sipe-Sipe, aun así, la más fuerte resistencia la brindó el batallón de Cazadores del Ejército comandado por Alvarado.
Replegados a Jujuy, fuertes disensiones entre Güemes y Rondeau por la derrota de Sipe-Sipe, Alvarado se trasladó a Tucumán y participó del 4to Ejército Auxiliar.
Las memorias de Rondeau y Díaz Vélez bajo cuyos mandos peleó Alvarado, lo recuerdan por el empuje, valor y disciplina. Los partes remitidos a Buenos Aires también exaltan su valor y empuje en el combate.
Cuando Pueyrredón es elegido Director Supremo lleva al salteño como edecán.
Se alistó luego en el Ejército de Los Andes en 1816 con el grado de teniente coronel jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo.
Secundó a Soler en la batalla de Chacabuco, arrollando al enemigo y asegurando la victoria. En la sorpresa de Cancha Rayada salvó íntegro su escuadrón mereciendo elogios de San Martín quien dijo: “Posee pasta de guerrero valiente, sereno y aguerrido".
En la batalla de Maipú, enfrentó con su escuadrón y venció al Regimiento de Burgos hasta ese momento invicto. Fue ascendido a coronel.
Pasó a prestar servicios al Sur de Chile, venciendo en la Batalla de Bío-Bío en 1819, al invicto Juan Francisco Sánchez.
Reconocido por su conducta, integridad moral y modestia.
Tomó parte en la Expedición Libertadora al Perú. Participó en las tratativas por encargo del Libertador, del armisticio de Punchauca.
Retirado San Martín del Perú, luego de Guayaquil, Alvarado quedó al mando del Ejército Unido e inició las campañas de los puertos, que fracasaron por falta de pertrechos y a pesar de las derrotas de Torata y Moquegua, Alvarado y Lavalle, defendieron sus tropas en forma extraordinaria.
Bolívar lo nombró Gobernador de la Fortaleza del Callao. Estableció una férrea conducta, pero se sublevaron dos sargentos junto a sus tropas, lo tomaron prisionero y lo entregaron a los realistas. Obtuvo su libertad luego del triunfo de Ayacucho.
Alvarado junto a sus tropas marcharon al Alto Perú a combatir al jefe español Olañeta, al frente del pabellón argentino, pero Sucre lo separó de la operación y lo mandó a Arequipa a recuperar su salud para que la rendición no fuera bajo el pabellón argentino.
Bolívar le confiere el grado de Gran Mariscal del Perú.
Regresó al país, siendo presidente Rivadavia, quien le asigna el cargo de Inspector de Armas, pero por razones de salud renuncia. Viajó a Chile y reposó dos años. Viajó a Mendoza y debió asumir la gobernación en una situación de crisis. Regresó a Salta donde fue Gobernador en 1831, pero pronto renunció, pues había triunfado Facundo Quiroga y no compartiendo las posturas del caudillismo, emigró, no sin antes dejar concretadas obras en beneficio de la educación y el urbanismo.
Después de Caseros, Urquiza lo nombra ministro de Guerra y Marina de la Confederación, cargo que dejó para tomar posición de la gobernación de su provincia, Salta en 1855. Promulgó la Constitución Provincial, pero renunció al cargo porque no se sentía nombrado por esa norma. Alvarado fue uno de los pocos ciudadanos del mundo que ostentó los cargos más altos de tres naciones: Gran Mariscal del Perú, Mariscal de Campo de Chile, Brigadier General de la Confederación Argentina; recibió además todas las condecoraciones de la guerra de la independencia; mereció la medalla de la Legión de Mérito de Chile y de la Orden del Sol de Perú y la Medalla Cívica del Congreso de Lima. Se dedicó a la vida privada, interrumpida solo para integrar las armas como Inspector General de Armas de Salta y Jujuy.
A los 80 años falleció en 1872 en Salta. Sus restos se conservan en el Panteón de las Glorias del Norte junto a comprovincianos, héroes de la Patria, Güemes, Frías y otros. San Martín tuvo palabras de reconocimiento por la trayectoria de Alvarado, en cartas a Guido y Pueyrredón.
Vicuña Mackenna dijo de Alvarado que “hombres así nacen dos veces, una para la vida natural, y otra, para la gloria, que no es sino, la sobrenatural”.
* El autor es médico. Secretario de la Asociación Cultural Sanmartiniana Luján de Cuyo.