Lo que sucede en la Argentina no representa ninguna originalidad, aunque tenga sus particularidades. Son climas de época que la tecnología de las comunicaciones y el transporte esparcen por el mundo casi sin límites.
Ahí están los principales blancos de esta nueva batalla cultural que se libra en todos los frentes. Los moderados, los “ñoños republicanos”, los “econochantas”, los “mandriles” y sobre todo los “periodistas ensobrados”. Los disidentes aparecen como tibios. El detalle es que no es tibieza. Se llama respeto, tolerancia, convivencia civilizada. No es la forma, ese es el fondo.
Lo que sucede en la Argentina no representa ninguna originalidad, aunque tenga sus particularidades. Son climas de época que la tecnología de las comunicaciones y el transporte esparcen por el mundo casi sin límites.
Acaso se trate de lo que algunos politólogos describen como una pérdida de fe en la democracia, una suerte de crisis de alcance global impulsada por populismos de distintos signos ideológicos, pero con una coincidencia: el antiliberalismo político.
Discriminación, amenazas, insultos, desprecio, insatisfacción y odio parecen ser el lenguaje relacional de estos días. Hasta ahí, nada que no haya sucedido antes, sólo la novedad de que la permeabilidad de las redes sociales lo han potenciado hasta el paroxismo.
Hasta hace nada, apenas un par de años, digamos, hacíamos malabares para entendernos con el lenguaje inclusivo, la corrección política, las teorías de género y el combate a la meritocracia que se imponían con similares maneras: cancelación, prejuzgamiento y, cuando no, invisibles listas negras.
El otro como enemigo, no como eventual adversario político, intelectual o hasta deportivo. Así, no hay debate de ideas sino sólo acusaciones e incluso mentiras (o su versión más cool: fake news creadas por inteligencia artificial), bravatas más propias de matones que de dirigentes que compiten por imponerse y tener el poder en un sistema democrático.
¿Son dos caras de la misma moneda? Los fanatismos sólo engendran fanáticos y hacer que emerjan fanáticos, pero de signo contrario. En esa línea, lo que alguna vez quiso presentarse como “la ancha avenida del medio” o, más peyorativamente, como “Corea del centro” se ha transformado en una calle angosta por la que transitan unos pocos zombies sedientos de tolerancia y consensos.
Ahí están los principales blancos de esta nueva batalla cultural que se libra en todos los frentes. Los moderados, los “ñoños republicanos”, los “econochantas”, los “mandriles” y sobre todo los “periodistas ensobrados”, según el florido y patibulario lenguaje oficial, son los blancos predilectos.
Son el coto de caza de las huestes de trolls que se presentan como “soldados leales” o como el simbólico “brazo armado” de las ideas anarcocapitalistas desde cuentas en X, en muchos casos innominadas, pero muchas de ellas atribuidas al estrecho círculo del poder.
El plan secreto de inteligencia que tendría entre sus objetivos a quienes busquen “erosionar” o “manipular” la confianza de la opinión pública y “distorsionar” la percepción durante los procesos electorales, revelado por el periodista Hugo Alconada Mon, escala esta descripción a niveles institucionales.
¿El objetivo es acallar disidencias con el poder del Estado? ¿Quién dirimirá cuándo se erosiona, manipula y/o distorsiona? Aparece como una nueva policía del pensamiento, más propia de regímenes autoritarios que de sistemas liberales en los términos de la democracia occidental.
En ese contexto surge un dato: en tiempos de motosierra, de ajuste total de la obra pública, de recorte de gastos en salud, educación y ciencia, de cierre de organismos del Estado, de déficit 0, se conoció que los gastos reservados de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado) encargada de aplicar dicho plan saltaron de 3.794 millones de pesos a 13.436 millones en apenas cinco meses: un incremento de 254%.
De a poco comienzan a escucharse algunas voces que alertan sobre el estado de cosas. El arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, en su homilía durante el Tedeum por el 25 de mayo llamó a salir de la violencia, del odio y parafraseó al papa Francisco que hablaba del “terrorismo” de las redes sociales. Por su parte, un grupo de legisladores nacionales de distintos espacios de la oposición -entre los que se encuentra el diputado mendocino Julio Cobos- impulsa lo que llaman un “compromiso democrático en defensa de la libertad de expresión” que apunta a garantizar la pluralidad de voces.
Escenas de una época que parece no admitir grises. Con un paisaje político dominado por facciones irreconciliables lideradas por personajes que, aquí y allá, se presentan como rudos, duros y sobre cuyas lealtades institucionales caben razonables dudas.
Los disidentes aparecen como tibios. El detalle es que no es tibieza. Se llama respeto, tolerancia, convivencia civilizada. No es la forma, ese es el fondo.
* El autor es periodista. [email protected]