13 de julio de 2025 - 00:00

Los suicidados de Vladimir Putin

La sombra del jefe del Kremlin es como una ciénaga que traga las vidas de quienes se cruzan en el camino de sus ambiciones. Incluso de aquellos que le abrieron el camino hacia el poder.

El cadáver estaba sobre la vereda, junto a la avenida moscovita Rublóvskoye. La policía concluyó velozmente que Andrei Badalov se había suicidado saltando de la ventana de su casa. Lo extraño es que la altura de la que se supone que saltó era escasa. No es común que los suicidas salten de un segundo o tercer piso, porque pueden no lograr más que quebraduras y magullones. Pero así determinó el informe policial que acabó la vida del vicepresidente de la compañía estatal de oleoductos Transneft, como ocurre con muchas de las muertes ocurridas en el entorno de Vladimir Putin, cuando no se trata de envenenamientos, ni de acribillamientos, ni de aviones que se van a pique después de despegar. Por lo tanto, Rusia y el mundo deben creer que el ingeniero de 62 que realizó la transformación digital, la modernización de las tecnologías de información y la automatización de la empresa que posee la mayor red de oleoductos del mundo, decidió matarse tirándose por la ventana de su casa.

No fue el único que murió saltando al vacío. Marina Yankina, alta funcionaria del Ministerio de Defensa cayó de un piso 16. Fue de un piso doce que cayó Antyon Bartenev, un juez federal que husmeaba en la corrupción del Kremlin.

El presidente de la petrolera Lukoil, Ravil Maganov, murió saltando desde su habitación en el Hospital Central de Clínicas de Moscú, donde se encontraba internado por un problema de salud menor. Y desde la ventana más alta de un teatro de San Petersburgo saltó un famoso bailarín devenido en activista contra la guerra en Ucrania.

También cayó al vacío el dirigente opositor Pavel Antov, una de las voces más críticas a la invasión de Ucrania. Se precipitó desde el balcón de su habitación de un hotel, pero no ocurrió en Moscú ni en la antigua Leningrado, sino en Rayagda, una ciudad de la India.

En ese caso, fue la policía india la que usó la palabra suicidio. El hecho es que la lista de suicidados a la sombra de Putin es larguísima e incluye casos extraños, como el del millonario enemistado con el presidente ruso, que decidió matarse con un tiro en la cabeza mientras nadaba en la piscina de su mansión.

En las últimas semanas hubo otros suicidios prácticamente simultáneos al de Badalov. En una calle desierta de los suburbios de Moscú, dentro de su automóvil particular, hallaron el cadáver de Román Stavoroit con una bala en la cabeza. En la mayoría de los países del mundo, que quien fue un poderoso ministro se suicide poco después de haber sido echado del gobierno y amenazado con una denuncia por corrupción, podría parecer relativamente normal. Pero si quien firmó el despido del ministro suicidado es Vladimir Putin, entonces las hipótesis sobre esa muerte se multiplican.

También crecen los interrogantes, igual que hace tres años, cuando en su departamento aparecieron muertos el poderoso banquero Vladislav Avayev, junto a su esposa y su hija menor, aparentemente asesinadas por él antes de suicidarse. Hubo otro caso de suicidio tras asesinar a la espsa y una hija.

Nadie pudo responder por qué haría algo semejante ese rico empresario del entorno del presidente ruso. Las muertes de Badalov, Starovit y de Avayev se sumaron a una larga lista de allegados al presidente que saltaron desde rascacielos o se ahorcaron en el living de sus mansiones. Una lista que muchos guardan en el mismo cajón de la que enumera las muertes por envenenamiento del ex espía Alexander Litvinenko y de tantos otros, así como el acribillamiento del ex vice-primer ministro Boris Nemtsov, el paro cardiaco de Alexei Navalni y la caída del avión de Yevgueny Prigozhin.

La sombra del jefe del Kremlin es como una ciénaga que traga las vidas de quienes se cruzan en el camino de sus ambiciones. Incluso aquellos que le abrieron el camino hacia el poder. Como Boris Berezovsky, uno de los primeros “suicidados” de Putin.

Ese matemático que, al colapsar la Unión Soviética, dejó de dictar clases y se enriqueció de manera suculenta como empresario de grandes medios de comunicación en las cercanías del presidente Boris Yeltsin, de cuya hija Tatiana era amigo personal, fue quien propuso al entonces jefe de los espías rusos como primer ministro, en lugar de Yevgeny Primakov.

El presidente le hizo caso y convirtió en su último jefe de Gobierno al hombre que por entonces conducía el FSB, aparato de inteligencia heredero del KGB. Pero intentar evitar la deriva autoritaria de Putin tras la guerra en Chechenia llevó a Beresovski, primero, al exilio, y, después, a aparecer colgado del cuello en el comedor de su mansión londinense.

*El autor es politólogo y periodista

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