“El Eternauta” es una serie que, de una, te hace reír, pensar, sufrir… y -de paso- ponerte alegre. Porque algo argentino se sube a la cima; se acomoda en el top mundial. Viste cómo somos. Sentimos orgullo de que trepe tanto una serie hecha en base a la pluma creativa de nuestro país (genial Héctor Oesterheld), filmada por un director, Bruno Stagnaro, que sabe contar fácil hasta lo más difícil. Y también nos llena de honra que -por primera vez- tanto efecto especial hipnotizante se teja al sur del mundo. En nuestro mundo.
Como hicieron en su momento Borges, Quino, Cerati, o hace Messi aún, el equipo de “El Eternauta” se toma en serio esto de pararse en lo más alto, pero sin perder la identidad, sin raspar las ideas nuevas que surjan, dándole peso a la creatividad y a lo original. Sin miedo a decir lo que se tiene que decir. A la honestidad. Porque estos argentinos saben que lo groso no es ser primero, lo groso es ser primero sin dejar de ser lo que son.
Esta realización de seis capítulos no cae en lugares comunes, sino que apela a bucear en estrategias poco vistas, donde los héroes son más de uno, donde aparecen costados nuevos de la sociedad en cada acto, donde el humor juega al truco con el drama. Pero a la vez, donde no hay miedo ante la modernización de la trama, los efectos especiales a tope y la transmisión de ideas inéditas en el contexto de la ciencia ficción.
“El Eternauta” comenzó a producirse en 2019, al conformarse un equipo argentino que se probaría en la primera división de la tele. Dos años de desarrollo de los guiones; cuatro meses y medio de preproducción; 148 jornadas de rodaje… Y más de un año y medio de post producción. “La aventura incluyó 50 locaciones y 35 escenarios virtuales, e involucró 2900 personas entre elenco y extras. Además, se utilizaron más de 500 máscaras para los personajes de la serie”, informó Netflix en una gacetilla que tiene como título la impactante frase: “La producción de El Eternauta contribuye en más de 41 mil millones de pesos a la economía de Argentina”.
Stagnaro no tuvo problema de probarse en lo nuevo. Se la jugó en el cambio de paradigma en la historia (muchos héroes y aparición de varios personajes importantes a lo largo de la trama), en probar darle protagonismo a diferentes actores, escaparle a las fórmulas repetidas de producciones como “The last of us”, y jugarse toda esa guita de producción (15 millones de dólares) en una suma de conceptos nuevos. Y atrapantes.
Qué impacta de la maravillosa obra llevada a Netflix
Lo que resalta de la serie es la búsqueda de evitar los lugares comunes, apostar por la relación de los tipos y las tipas en horas de crisis, y ubicarlo en un lugar a 8500 km de New York. Todo eso . Es maravilloso cómo se trasladaron los textos de Héctor G. Oesterheld y los dibujos de Francisco Solano López al 2025. A la TV, pero resguardando lo expuesto en papel.
Es una creación maravillosa nacida en 1957, pero la historia que le sigue es dramática. El director fue desaparecido por la dictadura con casi toda su familia. De hecho, sigue la búsqueda de los hijos/as de sus hijas desaparecidas, Diana y Marina Oesterheld, quienes estaban embarazadas al momento de su secuestro. Una situación, de las tantas, que marcó los setenta, y le da contexto a esta obra cumbre, donde los sueños de ese grupo de hombres se entretejen para cambiar el presente y atravesar el futuro.
La nueva producción no se parece mucho a lo que tanto reparte Hollywood. Se para arriba de valores sudamericanos, y capta público escapando a las fórmulas conocidas. Esta propuesta argumental es diferente: un héroe que se enfrenta al universo, pero en equipo. Siempre en equipo.
Más allá de lo que puede opinar Julio Chávez, la actuación de Darín brilla por todos los costados. Sabe transmitir sus sueños o sus dudas, como pocos actores. También pudimos disfrutar del sutil crecimiento del personaje del uruguayo César Troncoso y los mandatos de las mujeres (Carla Peterson y Andrea Pietra), que lejos de ser extras en el guion, hilan las tramas de este argumento brillante.
Aquí el mundo es indescifrable hasta el final, y no hay un solo protagonista. Los héroes somos todos. Quizá por ese detalle, esta serie nos atrapa tanto. Estamos dentro del drama. Del arte. Y por toda esa racionalidad volcada, también nos sentimos protagonistas de ese (de este) futuro indescifrable.
* El autor es periodista, Secretario de Redacción de Los Andes. [email protected]