Las batallas culturales del eternauta Darín

En “El secreto de sus ojos”, “Argentina, 1985” y “El Eternauta”, Ricardo Darín expresa la cara actoral de la única batalla cultural legítima: la que busca rescatar lo que siendo de todos, las facciones políticas e ideológicas usurparon para sí mismas.

Durante dos décadas, los propulsores de la batalla cultural fueron, casi en exclusividad, los kirchneristas, definiendo sus amigos o enemigos según coincidieran o no con su ideología. El progresismo expresaba el bien, el neoliberalismo expresaba el mal. Y todo era juzgado según esa maniquea concepción.

Hasta que, en 2024, con la llegada del mileismo, la versión ideológicamente opuesta vino a disputarle la batalla cultural al kirchnerismo. Ahora los contrincantes son dos. Aunque, como la versión K que combatía contra todo lo que no era K, la versión mileista, exactamente igual, combate contra todo lo que no es mileista.

Antes los malos eran los neoliberales, considerando neoliberales a todos los que no eran kirchneristas (Carrió, Lanata, entre tantos otros), ahora los malos son los de izquierda, siendo de izquierda todos menos los mileistas (Rodríguez Larreta es una rata comunista y Raúl Alfonsín, eso o peor). El mundo en blanco y negro.

Que eso y no otra cosa son las batallas culturales. La guerra entre enemigos absolutos y el desprecio hacia los que no quieren formar parte de esa guerra. Cuando pelean entre sí dos grupos fanáticos, la verdad es lo que piensa nuestra facción, la mentira es lo que piensa la facción enemiga. Y el resto son de palo. La objetividad o la neutralidad o la búsqueda de acuerdo son tibiezas cobardes despreciadas y despreciables. Es más, en este tipo de guerras culturales, se odia más a los que se niegan a participar en la misma que a los enemigos. Y se odia aún peor a los que estando más cerca de mis ideas que las de mis enemigos, no quieren batallar culturalmente.

Cristina Kirchner y Javier Milei son dos ardorosos defensores, aunque en los bandos exactamente opuestos (tan opuestos que suelen juntarse casi siempre), de las batallas culturales. Tratan de poner a su servicio político (o considerarlas como sus enemigas) a muchas obras de arte y a los artistas que los realizan. Aunque la batalla cultural de ambos contrincantes vaya más allá de la cultura y se aplique a todos los terrenos de la vida, ya que en estas épocas se busca politizar todo, partidizarlo. Sin embargo, no todo en la vida es política, aunque eso piensen los ultrapolíticos como los kirchneristas, o los antipolíticos como los mileistas.

Una de las víctimas más estridentes de estas batallas culturales fue Juan Salvo, el “Eternauta”, la genial invención de Héctor G. Oesterheld entre 1957/59, época de su apogeo creador. Escribió la historieta bajo concepciones humanistas y pacifistas, donde la política, de existir, estaba en un último plano. En esa, la mejor época de su vida en cuanto a creatividad se refiere, Oesterheld realizó otras dos historietas de temática similar al Eternauta: "Mort Cinder", una especie de hombre eterno que está presente, a través de los siglos, en cada uno de los momentos cruciales de la historia de la humanidad. Y "Sherlock Time", un investigador de temáticas espacio-temporales que también viaja a otros tiempos y otros mundos. Escribió además la historieta de "Ernie Pike", un corresponsal de guerra en contra de todas las guerras y todas las violencias. Eran obras para todos los públicos, sin distinción de banderías ideológicas. Buscaban brindar entretenimiento y reflexión a la vez a todos los lectores, combinando brillantemente lo popular con lo profundo. Ese era el Oesterheld del primer Eternauta. El guionista más genial de historietas que haya tenido la Argentina, al nivel de los mejores del mundo. Luego, es cierto, en los años 70 hizo otras versiones del Eternauta, donde, sin perder su especial genio creador, lo puso, allí sí, a disposición de una ideología y de una política determinadas. O sea, en estas obras de la edad madura, la creación artística y el interés político se ubicaron en Oesterheld al mismo plano (y en algunas historietas del mismo autor, de temática parecida al Eternauta como “La guerra de los Antartes”, directamente el panfleto político fue puesto por encima de todo). En nada queremos criticar a un gran artista y un buen hombre que decidió tomar un camino político que lamentablemente lo llevaría a la tragedia personal y familiar. Pero que el artista haya terminado su vida militando esas concepciones partidarias en sus propias obras, no implica que las mismas estaban en el primer Eternauta, que sigue siendo la obra maestra de la historieta argentina más universal que se haya creado nunca. Admirada por todos los públicos y por todos los pueblos adonde llegue, sin distinción de banderías políticas de ningún tipo, como se está verificando ahora con el éxito nacional y mundial de la reciente serie, que aún con sus importantes licencias diferenciales, recupera de manera extraordinaria el espíritu del primer Eternauta de Oesterheld.

Y decimos “recupera”, porque apenas asumieron los Kirchner, para explicar su transformación “ideológica” de menem cavallistas a progresistas de izquierda se “robaron” literalmente a ese Eternauta de los años 50. Le sacaron el rostro de Juan Salvo y le pusieron el de Néstor, con escafandra y todo. Y desde entonces, se ocuparon de convertir a la historieta y a Juan Salvo y sus amigos en kirchneristas. Néstor era la re-encarnación del héroe de aquella historieta, tergiversado para sus fines políticos. Y desde esa óptica utilitaria, oportunista y miserable, el poder y los militantes K leyeron el Eternauta, tratando de imponer esa visión ideologizada en todos lados, hasta en las escuelas, como una nueva historia oficial.

Frente a esa ignominia K, es que ahora vemos, con estupor, que los referentes culturales del mileismo, intentan hacer lo mismo: apropiarse para su facción en la batalla cultural de la actual serie de El Eternauta, tratando de diferenciarla ideológicamente de la historieta original. Así lo afirman el cineasta ultramileista Santiago Oria y el secretario de comunicación digital del gobierno, Juan Pablo Carriera. Estos excéntricos personajes dicen que el Eternauta protagonizado por Darín y dirigido por Bruno Stagnaro, reivindica a los militares en vez de atacarlos, que en lugar de defender al “héroe colectivo” arquetipo de la solidaridad de izquierda, defiende al “héroe común”, que para ellos es el arquetipo de la derecha nacional. Este Eternauta no es el héroe de los “zurdos”, como lo era, según ellos, el de Oesterheld, sino el héroe de la gente “decente”. Un anarcolibertario más. Lo único que les interesa es cambiar al Nestornauta por el Mileinauta.

Algo parecido a lo que también ahora quieren hacer con el nuevo Papa. Calcado de lo que los K hicieron con el Papa Francisco al asumir. Apropiárselo, robárselo para su facción.

Por supuesto que los K actuales responden a esta sarta de estupideces con otra gran idiotez superlativa: la de que Eternauta es de ellos y sólo de ellos, en todas las versiones. Y que los dos Papas también. Como el loco de “Cinema Paradiso”, que decía, “la plaza es mía, mía, mía…”.

Se trata de una batalla cultural que antes tenía un solo bando y ahora tiene dos. Ambos falsos y utilitarios queriendo poner al servicio de su facción lo que les pertenece a todos. Ese tipo de batallas culturales son negativas por donde se las vea.

Sin embargo, existe otro tipo de batalla cultural, ésta sí legítima, que es la que quizá, sin saberlo ni quererlo, viene expresando metafóricamente Ricardo Darín en tanto el rostro protagónico de cuando menos dos películas y una serie que hacen con determinados temas cruciales lo que se debe hacer: devolver a las grandes obras (reales o ficticias) y a las grandes gestas, su sentido de pertenencia general y universal sacándoselas a los que las quisieron utilizar para sus intereses parciales.

“El secreto de sus ojos” (2009,) dirigida por Juan José Campanella basada en una novela escrita por Eduardo Sacheri, es una historia que se mete con los años 70 sin caer en las tergiversaciones que los kirchneristas hicieron de ese tiempo. Por siempre nos quedará la duda, cuando terminamos de ver este gran film, si hemos descubierto -junto con la investigación que hace el personaje de Darín- el secreto del amor más grande de todos los tiempos o, por el contrario, la obsesión más perversa, la peor de todas. Pero sí sabremos que volver al pasado muchas veces puede ser clave para encontrar el secreto de nuestras vidas… siempre y cuando ese secreto no nos ate, no nos esclavice a ese pasado. Que el pasado nunca se debe olvidar del todo porque eso es negar la historia y la experiencia que ésta nos brinda, pero que tampoco es bueno desenterrarlo para ponerlo al servicio del presente, porque eso es pura necrofilia, la nostalgia decadente que nos impide avanzar hacia el futuro. Eso nos dice la oscarizada película. Una enorme crítica, haya sido consciente o no, de la lógica kirchnerista acerca del uso del pasado.

Suma recordar que su autor, Eduardo Sacheri, en esta misma línea, ahora está escribiendo unos magníficos libros de divulgación histórica, donde hace algo parecido: trata de explicar los grandes acontecimientos políticos de nuestra patria incluso desde antes de su independencia, a través de una interpretación conceptual liberada de los yugos de las batallas culturales que durante décadas libraron facciosamente liberales y revisionistas. Como ahora lo hacen kirchneristas y mileistas.

La otra película es “Argentina, 1985” (2022), donde su personaje (esta vez real, no ficticio) es el del fiscal Julio César Strassera en el juicio a las juntas militares de los años 80. La película rescata la primera gran pelea de la nueva democracia contra los militares genocidas. O sea, la primera gran batalla de la república en nombre de los derechos humanos. Aparte la más peligrosa y valiente porque los militares aún tenían poder de fuego. Ese juicio trascendental se intentó borrar de la historia revisionada por los K porque Néstor quería quedar como el primer presidente democrático que vino a defender los derechos humanos. La película rescata del olvido y la negación kirchnerista a ese gran acontecimiento histórico. Y eso que el director del film, Santiago Mitre, ni siquiera es alfonsinista y hasta fue criticado por minimizar el rol del entonces presidente en ese juicio. Pero la película redescubre la verdad ocultada por la interpretación kirchnerista de esos años.

En esos dos films, precedentes culturales de la actual serie de El Eternauta, el personaje de Darín viaja al pasado, una vez a los años 70 y otra vez a los 80, para, mostrar esos años sin parcializaciones políticas indebidas. De ese modo, lo hayan pretendido o no el actor, los directores y los guionistas, por el solo hecho de trabajar sin anteojeras ideológicas se eliminan las tergiversaciones de la historia oficial kirchnerista que revivió de modo necrofílico y faccioso los años 70, encargándose también que los años 80 fueran borrados todo lo que fuera posible de la historia.

En las antípodas de ese uso político de la historia, lo que ahora hace la serie el Eternauta, es devolverle a todos sus espectadores, el espíritu original de la historieta que Néstor a través del Nestornauta intentó quedarse solamente para él y sus militantes facciosos. Este Eternauta, en la serie, es de todos, no de una parte.

Eso se debe a que las verdaderas batallas culturales, las honestas, las serias, las profundas, las libran los que no quieren librar ninguna batalla cultural, los que no quieren poner la historia a su servicio.

Por eso hoy triunfa el Eternauta, como triunfó “El secreto de sus ojos” y “Argentina, 1985”. Porque no se busca utilizar el arte para la política como hacen las batallas culturales. Se busca simplemente brindarle esas creaciones a todos los que la quieran disfrutar, piensen políticamente como piensen.

En síntesis, la serie que estamos viendo presenta a un Eternauta de y para todos. Como lo fue la genial historieta de los años 50. Aquel Eternauta y el presente tienen como principal objetivo, no uno de carácter político o ideológico, sino uno de los más hermosos de las narraciones ficcionales de todos los tiempos: la defensa a ultranza de la “aventura”. De cómo la imaginación puede hacernos sentir un poco mejor en la vida real permitiéndonos vivir también en otros mundos irreales pero maravillosos, como solía decir con sabiduría, Mario Vargas Llosa.

* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]

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