La ingeniería del odio

Jair Bolsonaro y Javier Milei son los ejemplos sudamericanos de la ola de extremismo cargado de violencia retórica y gestual que avanza por el mundo, a contramano de la marcha que convirtió a Nelson Mandela en un prócer global: el líder que logró vencer el odio para construir una democracia que parecía imposible.

Una de las muy buenas decisiones de la ONU en materia de conmemoraciones, es la que adoptó en el 2009 la Asamblea General declarando el 18 de julio como Día Internacional de Nelson Mandela.

Ese día del año 1918, nació en Johannesburgo el hombre que dedicó su vida la lucha contra la opresión y la segregación racial que impuso la poderosa minoría blanca de Sudáfrica a la mayoritaria población negra.

Su lucha por la libertad lo llevó en su juventud al Partido Comunista y más tarde a crear y comandar la guerrilla Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación). Pero fue en la conducción del Congreso Nacional Africano donde consiguió acrecentar su liderazgo, y fue en la celda minúscula y penumbrosa de la prisión en la Isla Robben donde logró celebridad mundial.

El sistema carcelario que padeció durante 27 años estaba hecho para deshumanizar a los convictos. Quien entraba a Robben Island salía convertido en un manojo de instintos. Todo estaba pensado para degradar hasta destruir a las personas, bestializándolas. Pero el sistema no logró su cometido con Mandela. Tantos años de confinamiento solitario en un agujero oscuro, en lugar de reducirlo a un manojo de instintos con necesidades fisiológicas, lo agigantó en muchos sentidos.

Cuando el último presidente de la minoría blanca, Frederick de Klerk, mandó a liberarlo, lo que salió de la celda 46664 fue una suerte de Buda, que parecía dotado de sabiduría y poseedor de una serenidad sobrehumana.

Su imponente lucha, inicialmente como guerrillero, luego como activista y finalmente como preso político, es a los ojos del mundo, un aporte que redime y dignifica. Pero su mayor aporte a la democracia y a la política, ese que hace del suyo un liderazgo sin precedentes, fue haber desmantelado el odio.

Tantas décadas bajo un cruel régimen racista, despiadado en el trato a las etnias “no blancas” y criminal en la represión de las protestas, justificaban el resentimiento de las mayorías oprimidas contra la minoría opresora. Ser tratadas como seres inferiores, casi sub-humanos, fermenta en las personas una aversión incontenible contra quienes propinan semejante humillación y combaten con brutalidad sus luchas para liberarse.

La proeza sociopolítica y humana de Nelson Rohilala Mandela fue desmontar ese odio para poder construir una democracia liberal.Su estatura de estadista hoy cobra particular importancia, porque está en el polo opuesto del fenómeno que comenzó a incubarse en los primeros años de este siglo: la ingeniería del odio.

El lúcido Giuliano da Empoli explicó en su libro Los Ingenieros del Caos y también en El Mago del Kremlin, como se descubrió que internet y las redes sociales podían convertirse en un espacio donde ensimismar a las personas, aldeas cibernéticas donde se comparten aborrecimientos y fobias.

Desde usinas especialmente adiestradas, se alimentan los odios y las fobias que comparten distintos grupos de personas, hasta que las sociedades quedan fisuradas por grietas insuperables.

En esas grietas fermentan liderazgos inconcebibles. El anti-sistema termina siendo favorecido por la fragmentación entre sectores sociales, culturales, sexuales y demás identidades a las que se convirtió en blancos del odio de otras identidades opuestas e igualmente despreciadas y atacadas. Se abre paso un modelo de liderazgo que profesa la violencia retórica y gestual, estigmatizando, censurando por amedrentamiento y atacando con expresiones agresivas cargadas de vulgaridad.

En Rusia habrían aparecido los ideólogos de la contaminación que descompone la convivencia y la coexistencia en cualquier tipo de diferencia. Las aldeas ensimismadas donde la clave de identidad es el desprecio a la diversidad sexual, la ingeniería del odio inoculará todo lo que acreciente la homofobia. Donde los aldeanos de la red comparten el desprecio a otras razas, se inyectará todo lo que enerve el racismo. Lo mismo con las aldeas ideológicas de derechas y de izquierdas.

Cualquier rasgo compartido por un grupo social, puede ser manipulado por la ingeniería del odio para ser convertido en fobia incontenible. La interacción entre los núcleos de odio genera el caos donde fermentan los liderazgos patológicos que atacarán de manera inexorable a la democracia liberal.

La ingeniería del odio fue el gran descubrimiento de la cultura autoritaria para avanzar sobre la mayor creación de la cultura liberal: la democracia del Estado de Derecho.

La ingeniería del odio reemplaza al adversario con el que hay que debatir, por el enemigo al que hay que destruir.

Ese mecanismo que pone a las democracias en estado de histeria permanente, explica que se haya producido el Brexit, debilitando tanto a la Unión Europea como al Reino Unido, que Viktor Orban haya pasado del joven democrático y progresista que fue, al gobernante autoritario y anti-liberal que respalda a Vladimir Putin y desprecia a los líderes democráticos europeos. También el liderazgo de Donald Trump fue supurado por la descomposición política, que la ingeniería del odio y la confusión logró introducir en la sociedad norteamericana.

Jair Bolsonaro y Javier Milei son ejemplos sudamericanos de la ola de extremismo cargado de violencia verbal y gestual que avanza por el mundo, a contramano de la marcha que convirtió a Nelson Mandela en un prócer global: el líder que logró vencer el odio para construir una democracia que parecía imposible.

* El autor es politólogo y periodista.

LAS MAS LEIDAS