20 de abril de 2025 - 00:05

Vargas Llosa, el enemigo de todas las dictaduras

Admiraba a los paladines de la “Revolución Conservadora”, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero nunca apoyó las dictaduras que esos líderes apoyaron. También escandalizaba al conservadurismo cuando se pronunciaba a favor del aborto, la eutanasia y el reconocimiento de la diversidad sexual.

“Creo que durante el ochenio odriísta nació mi odio a los dictadores de cualquier género, una de las pocas constantes invariables en mi conducta política”, explicó en “La Llamada de la Tribu”, el libro en el que Mario Vargas Llosa buceó las obras de grandes pensadores liberales, desde Adam Smith hasta Jean-Francois Revel, pasando por Ortega y Gasset, Frederich Von Hayek, Raymond Aron, Isaiah Berlin y Karl Popper.

Escribiendo expresó una visión más amplia que la mostrada en sus conferencias y entrevistas, donde lo que prevalecía era una crítica tan dura a las izquierdas que más de una vez lo llevó a apoyar, aunque como mal menor, a ultraderechistas y ultraconservadores recalcitrantes.

Eso no justifica el tic del auto-percibido progresismo que nunca elogia su talento literario sin antes dejar en claro que no comparten su posición política.

Ningún conservador o liberal consultado sobre García Márquez introduce su respuesta aclarando que no coincide con las ideas políticas del autor de Cien Años de Soledad. Directamente reconoce su inmenso talento, o explica por qué no les gusta ese autor o el género del Realismo Mágico.

En cambio, con Vargas Llosa, un altísimo porcentaje de izquierdistas y populistas anteponen a la respuesta la aclaración de que no coinciden con su posición política, admitiendo a renglón seguido su talento literario.

Sucede que García Márquez rara vez describía públicamente su posición política. Se lo sabía izquierdista y admirador de Fidel Castro. Nunca lo ocultó, pero no era común que hablara al respecto. En cambio, el autor La Tía Julia y el Escribidor hizo de sus pronunciamientos políticos una constante. Y esos pronunciamientos le valieron rótulos de derechista y ultra-liberal.

Pocos deparaban en el rasgo más relevante de su visión política: fue, sobre todo, un enemigo del autoritarismo. Tanto en su juventud izquierdista como en su madurez centroderechista, el blanco de sus libros ha sido el autoritarismo mientras que, en sus manifestaciones públicas, jamás elogió una dictadura porque aplicara economías de mercado.

Para el autor de Pantaleón y las Visitadoras, la del general Pinochet era una dictadura criminal, aunque haya transformado la economía chilena abriéndola al mercado.

Su primer cuento, Los Jefes, relata una experiencia propia. Como cadete del Liceo Militar intentó hacer una huelga contra las autoridades militares en protesta contra el autoritarismo y la injustica.

En Los Cachorros inició la crítica a la dictadura del general Odría, considerándola el “ochenio” que deformó y aletargó al Perú.

En su primera gran novela, La Ciudad y los Perros, vuelve a cuestionar en profundidad la disciplina militar y el programa educativo del Liceo Leoncio Prado, inculcando “valores” que obstruyen una buena formación humana. Y la más profunda y reveladora mirada crítica sobre el régimen de Odría y sus consecuencias a largo plazo, llegó con la que muchos consideran su obra máxima: “Conversación en la Catedral”. La novela en cuyos primeros párrafos aparece la pregunta que atraviesa sus reflexiones: “cuándo se jodió el Perú”.

Hasta aquí, el blanco de su cuestionamiento era el Liceo militar y una dictadura derechista. Pero fue la deriva izquierdista del primer gobierno aprista, encabezado por un joven Alan García y de consecuencias económicas desastrosas, lo que convirtió a Vargas Llosa en candidato presidencial de la centroderecha.

Perdió contra Alberto Fujimori, quien también gobernó como un autócrata derechista y al que hizo una dura oposición.

Su literatura continuó creciendo y en ella volvió a aparecer la historia política de Latinoamérica. Con dos grandes novelas de su etapa adulta y de su primera vejez, volvió a denunciar autoritarismos derechistas. En La Fiesta del Chivo convierte en paradigma del tirano abyecto al dictador dominicano Rafael Trujillo; mientras que en Tiempos Recios denuncia el estropicio cometido por la compañía bananera United Fruit al lograr que la CIA derrocara al socialdemócrata Jacobo Arbenz e impusiera al obtuso coronel Castillo Armas, iniciando en Guatemala la deriva autoritaria de América Central y El Caribe.

En El Sueño del Celta, el villano es el colonialismo explotador de Leopoldo II en el Congo, y el héroe es Roger Cassement, diplomático británico homosexual y adherente al independentismo irlandés, que denunció al mundo la cruel opresión que impuso aquel rey de Bélgica en el corazón de África.

Admiraba a los paladines de la “Revolución Conservadora”, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, pero nunca apoyó las dictaduras que esos líderes apoyaron. También escandalizaba al conservadurismo cuando se pronunciaba a favor del aborto, la eutanasia y el reconocimiento de la diversidad sexual.

Sin embargo, mientras el blanco en sus libros eran dictadores conservadores, en sus pronunciamientos públicos apoyó a extremistas de derecha y defenestró gobiernos de centroizquierda como si fueran marxistas o populismos exacerbados.

La lente más profunda de su pensamiento político no es lo que manifestaba públicamente, sino su obra literaria.

Para Vargas Llosa, el principal enemigo de la libertad es el autoritarismo.

* El autor es politólogo y periodista.

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