La emocionante historia de Salvador: final feliz para un desencuentro que duró 50 años
El abuelo con mentalidad de niño fue "adoptado" tiempo atrás por una mendocina. Por una nota de Los Andes, lo encontró su familia de Tucumán
La emocionante historia de Salvador: final feliz para un desencuentro que duró 50 años
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El abrazo duró varios segundos, pero son nada frente a los días que ambos gastaron esperándolo. Después de casi cincuenta años, Salvador Agosta (70) viajó a Tucumán y se reencontró con su casa, sus cosas y con su único hermano vivo, Sebastián (80); el “jefe” de un familión que lo recibió con un gran festejo.
Ambos cargan con una niñez difícil. Ambos tienen un coeficiente mental casi infantil. Ambos escaparon de los malos tratos de unos tíos, sólo que Salvador lo hizo en un camión con obreros golondrinas y llegó a Mendoza por la década del ‘70.
Entonces perdió el hilo de su historia. Dada su inocencia, su realidad de pobreza y abusos no mejoró en las fincas locales. Fue una tupungatina, Mafalda Giaquinta, quien protege al abuelo hace más de una década y cinco años atrás decidió adoptarlo; para asegurarle un tratamiento, comida y educación.
Por ese gesto de amor, la historia de Salvador llegó a las familias mendocinas y trascendió al país. Por casualidad, leyó la nota en Tucumán Daniela Agosta, una sobrina de Salvador que llevaba años buscándolo y estaba por resignar su empresa.
Este fin de semana, Salvador y Mafalda -su “mamá”, como la llama- viajaron a la provincia del norte para el gran reencuentro. “Fue muy emotivo. El tío salió corriendo y llorando a abrazarnos. Mi papá casi se desmaya. Ahora estamos charlando y reconstruyendo el árbol genealógico y después iremos a recorrer el pueblo de Leales”, confesó emocionada Daniela.
Lo que la familia tucumana quiere reconstruir es cómo fue que su tío llegó a Mendoza. Por años, lo creyeron víctima de la dictadura militar, porque “alguien nos dijo que lo habían visto subir a un camión”, relató y agregó “mi abuela murió sin saber qué había sido de él”.
Los hermanos Agosta hoy tendrán su gran fiesta del reencuentro. La familia norteña quiso esperar esta añorada visita para celebrar los 80 años de Sebastián. “Es el mejor regalo que le pudimos dar”, sostienen, mientras se aprontan para recibir a los amigos cercanos y familiares Agosta en su humilde vivienda.
Poco se sabía en Tupungato del pasado del abuelo y lo mismo sucedía de su presente en Tucumán. Por eso, ahora ambas familias -la de sangre y la adoptiva- reconstruyen los trazos de esta historia de vida.
Daniela siempre creyó que su tío ‘Turilo’ -como le llamaban allá- estaba vivo. Pese a los requerimientos de sus muchos hijos y nietos y a pesar de las necesidades -hoy está sin empleo-; supo hacerse un lugar para buscar a su tío perdido.
Hace cinco años, ella empezó a rastrear cualquier tipo de información que le dieera una respuesta. Tras pedir ayuda en archivos, juzgados, comisarías, diarios y canales tucumanos; en febrero halló la nota periodística de Los Andes por internet y logró cerrar la historia.
Ella es la artífice del milagro, pero también las personas en todo el país que se sumaron a su campaña de búsqueda en redes sociales.
A la distancia, los dos Agosta se emocionaron y se reconocieron entre lágrimas en la foto que les devolvía -ahora con rostro arrugado y sufrido- al antiguo cómplice de sus travesuras. Ahora, pudieron darse ese postergado abrazo.
Una de tantas historias de obreros golondrinas
Ahora se sabe que Salvador llegó a Mendoza hace unos 48 años. A su manera, él había contado que llevaba años deambulando de finca en finca, que había llegado al Valle de Uco con una cuadrilla de obreros tucumanos y que fue maltratado y abusado más de una vez.
Su historia es la del "autoexilio" -como dice un profesional amigo de Salvador- de tantas familias que emigran y sufren necesidades buscando trabajo, pero tienen la suerte de poder contarla.
Abandonado y sin hogar, lo encontró hace años Mafalda, quien tiene una finca en La Arboleda, Tupungato. Le consiguió hogar, trabajo, le tramitó el DNI pero Salvador aparecía cada tanto en la calle. Hasta que un día lo habló con su pareja y decidió adoptarlo.
El hombre hoy vive en una piecita que le adaptó. Tiene su propia pensión y asiste religiosamente al taller Yantén, donde aprende a leer, a realizar productos y artesanías. Es uno de los alumnos ejemplares.
También tiene el seguimiento de médicos y profesionales del área de Salud Mental del hospital.