Talentoso, visionario, inclasificable. Casi todos los elogios caben para Mario Mátar y su obra que recorrió desde el rock progresivo de Altablanca y Zonda Proyect hasta el jazz de Neptuno Club o la música latina de Salsa Blanca.
Talentoso, visionario, inclasificable. Casi todos los elogios caben para Mario Mátar y su obra que recorrió desde el rock progresivo de Altablanca y Zonda Proyect hasta el jazz de Neptuno Club o la música latina de Salsa Blanca.
Mario nunca le tuvo miedo a los ritmos, ni al encasillamiento pues lo que le interesaba -vaya novedad- era la música: la viola, su arma trascendente.
Lo vi tocar con casi todas las formaciones y bajo todos los estilos. La sensación siempre era la misma, la de estar frente a un extraterrestre que se ensimismaba con su instrumento y meneaba la cabeza con sus ojos cerrados, como en un trance cósmico.
Desde ahí debe haber venido ese virtuosismo, que ni su voz casi aniñada permitía a quienes lo disfrutaban padecer el efecto del desencanto.
Mario fue ícono y pionero. Rockero en serio, estrella a su modo y sin poses, artista gigante que se fue apagando como un solo de guitarra de esos que resultan infinitos.