El 13 de marzo de 2013, el mundo estaba expectante por la elección de un nuevo Papa. Llegó el anuncio del nombre del elegido, el cardenal Jorge Mario Bergoglio.
El 13 de marzo de 2013, el mundo estaba expectante por la elección de un nuevo Papa. Llegó el anuncio del nombre del elegido, el cardenal Jorge Mario Bergoglio.
Alegría en la multitud y asombro emocionado en estas tierras: el papa era un argentino. Así entraba no sólo en las páginas de nuestra historia, sino también en la historia mundial.
Desde el 19 de marzo de 2013 en que celebró la misa de inauguración de su pontificado han pasado cinco años, en los que ha plasmado su magisterio en tres importantes encíclicas, “La alegría del evangelio”, “Alabado seas” y “La alegría del amor”, constituyendo un cuerpo magisterial de gran riqueza.
Estableció una nueva manera de comunicación que fue enseguida comprendida por los más sencillos, porque era enseñanza dirigida al corazón, una enseñanza que era escuchada y asumida para ser vivida.
La elección del nombre encierra todo un mensaje, Francisco, “el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación...”. En los inicios de su pontificado dijo: “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”, deseo expresado y vivido en todo su servicio pastoral.
El papa Francisco asumió con convicción la necesidad de reformas en la Iglesia para que en fidelidad a la tradición y al magisterio, viva en la sencillez y belleza del Evangelio. Frente a las expectativas que generó, algunos manifestaron desilusión, otros, rechazo, pero no se trata de comprobar la inmediatez de resultados, sino de confiar que dichas reformas hoy tienen la forma de semillas, y que no tiene en cuenta la celeridad, sino la profundidad.
Sus gestos revelan una honda teología pastoral. Basta recordar su vista a Lampedusa (sur de Italia) abrazando la realidad de los inmigrantes africanos en Europa, donde llamó a pedir al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia frente al sufrimiento de tantos. Si hay una realidad que exprese las distintas acciones de Francisco y que identifican su ministerio es la Misericordia.
Un Papa misionero, que no nos deja de llamar a ser una Iglesia en salida, a ser discípulos misioneros, acercándonos a las periferias.
Es breve el espacio y no puedo evadir una pregunta que está en el corazón de muchos argentinos, creyentes y no creyentes: ¿por qué no viene a la Argentina?
Considero que es una pregunta que no recae sólo sobre el Pontífice, sino sobre nosotros mismos, para que podamos preparar el tiempo oportuno, tendiendo puentes sobre las grietas que se siguen abriendo dolorosamente en nuestro país; fomentando la cultura del encuentro porque “la unidad es superior al conflicto”; respetando, defendiendo y cuidando la vida humana en todo su desarrollo.
El mismo Papa, en su última carta a los argentinos, declara su gratitud por haber crecido en esta tierra, cuanto ama a este pueblo y, con la grandeza de los humildes, pide perdón a los que se hayan sentido ofendidos por algunos de sus gestos. No dice si vendrá, pero leyendo sus enseñanzas, contemplando sus gestos, viendo su humanidad que no esconde la fragilidad, siento que ya nos está visitando a la distancia.