Un ecosistema tropical y perfecto - Por Daniel Arias Fuenzalida

Un ecosistema tropical y perfecto - Por Daniel Arias Fuenzalida
Un ecosistema tropical y perfecto - Por Daniel Arias Fuenzalida

El Cirque du Soleil no es solo un circo. Si entendemos el circo en su acepción más popular: no es solo entretenimiento, ni solo la exhibición de destrezas sorprendentes. El Cirque du Soleil no es solo un circo: si hoy es la compañía circense más importante del mundo es, justamente, porque siempre fue más allá del término. Lo excedió. Porque ha creado obras con mensajes humanistas, con dramaturgias imponentes; es el circo con música original (e inolvidable); es el circo del impacto, del encuentro con lo sublime y a veces lo inexplicable. Es decir: no es solo un circo.

Es “Saltimbanco” (1992); es “Alegría” (1994); es cada uno de los shows que esta megacompañía canadiense ha creado a lo largo de su historia. Y es, por supuesto, “Ovo”. En todos ellos hay cierto misterio, cierta atemporalidad, cierto nivel de interpelación y hasta cierto misticismo que nos llevan al asombro: el Cirque du Soleil es arte.

Este 2019, “Ovo” cumple diez años y es uno de sus espectáculos más exitosos. Puesto en contexto, es también el más latinoamericano. O al menos el más latinoamericano desde una visión idealizada (descontemos “Sep7imo Dia”): la autora y directora brasilera Deborah Colker puso todos los ritmos de su país (bossa nova, samba), en un ambiente de tropicalismo y amabilidad selvática.

¿La historia? Un día un mosquito llega a una comarca de insectos con un huevo a sus espaldas. Está cansadísimo, y en seguida sufre el “robo” de su pesado tesoro, pues ha captado la atención de todos los bichitos.

El argumento, simple, y el recubrimiento musical propician que “Ovo” sea un show uniforme, orgánico, pero también lleno de climas y texturas. E incluso, si es que tenemos en mente el barroquismo de “Alegría” -el hitazo de la compañía-, “Ovo” se desenvuelve en una atmósfera más relajada.

Aquí tienen lugar todas las técnicas circenses, elevadas a la enésima potencia. Desde el inicio tenemos a un sexteto de hormiguitas (¡todas chinas!) que asombran con su número de malabarismo con los pies (antipodismo) y dificultosos juegos icarianos. Las mariposas protagonizan el momento más idílico, con una metamorfosis en vivo de danza y tela en el aire. La araña blanca (Ariunsanaa Bataa, contorsionista) y plateada (Jiangming Qiu, equilibrista) se llevan ovaciones, al igual que la luciérnaga (Tony Frebourg, malabarista). Pero también hay libélulas, orugas, escarabajos, pulgas, saltamontes, grillos que saltan varias veces su altura.

Los roles más teatrales los tienen el escarabajo y el mosquito (ambos clowns), que se disputan el amor de una simpática Vaquita de San Antonio. Y mientras la comarca hace su presentación, las cucarachas  cumplen la función más noble del reparto: darle un tapiz musical de fondo a todo esto, con segmentos de canto e improvisación.

Dividido en dos actos (dos horas, más intervalo de 20 minutos) “Ovo” es una oda a la preservación de la diversidad, a la convivencia, al respeto por el ecosistema.

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