Tucumán y Salta: valles, cortes y quebradas

Desde Tafí hasta Cafayate, desde allí hasta Cachi, un recorrido imperdible por la cultura y paisajes norteños.

Tucumán y Salta: valles, cortes y quebradas
Tucumán y Salta: valles, cortes y quebradas

Tafí del Valle espera. Es el portal de los Valles Calchaquíes a casi 2.000 metros sobre el nivel del mar. El poblado crece con los de siempre y con los que vienen por unos días y no se alejan jamás.

La pequeña y pintoresca cuadrícula repleta de casas de souvenires, turismo y restaurantes, se recorre en poco tiempo.

Los alrededores donde se apostan complejos de cabañas y alojamientos varios, espacios para acampar junto al río, la iglesia de la Banda y su museo por un lado, y el convento de los Franciscanos hacia el otro, reclaman su dedicación.Y las empanadas por supuesto, el inicio de la degustación norteña obligada. De carne, con papa, de charqui o humita, a disposición del que llega. Pero a Tafí lo identifican sus quesos, herencia de los jesuitas que llegaron a estas tierras a evangelizar. Su impronta se divulgó en las estancias que los sucedieron tras su expulsión y hoy se disfruta en pequeñas fábricas artesanales.

Amaicha después del infierno

El sol se esfuma en Tafí. ¿Por qué le dicen el infiernillo al próximo sector de la ruta después de Tafí? Porque en días como hoy la bruma no deja ver nada en la cuesta, responde un local sin inmutarse. La mañana está clara y la ruta  307 se toma sin dificultades.

A 2 kilómetros la niebla aparece tímida, imperceptible, a 500 metros más, la cosa se torna oscura, blanca, opaca y las líneas de la ruta se esfuerzan por hacerse notar. Luego la nada, ni cornisas, ni carteles, ninguna señal del exterior. Luces altas, faros antiniebla, hay que conducir muy despacio pero jamás detenerse. Hay que afinar los sentidos porque los animales sueltos están y no se ven. La sombra se adivina y se apuran los frenos, un poco más, más y más.

Minutos más tarde y unos 20 kilómetros de extrema atención, el telón nebuloso desaparece pues el sol siempre está presente en Amaicha, y es una promesa cumplida. La quebrada se abre a los lados, hacia arriba y abajo. Los tonos terrosos tornan en dorados por sugerencia de Febo al tiempo que los cardones se hacen más populosos en las laderas. Esbeltos, enormes ornamentan la cuesta que los nombra. La aridez rige, pero el poblado es fecundo. Aún perviven aspectos del sistema comunal de los diaguitas y amaichas que se quedaron allí cuando la cédula real lo permitió.

También las costumbres heredadas de los españoles como el vino patero y el mistela, los quesillos y el aguardiente; los dulces, una mención aparte. Los cantos también son fértiles. Sus copleras los mantienen vivos como la ancestral manera de tratar las lanas para convertirlas en objetos de culto: mantas, ponchos y tapices.

El Museo de la Pachamama es el que se visita al comienzo o al final del circuito. El relato de los valles hecho en piedra por Héctor Cruz, el artista que agrupó datos geológicos, antropológicos y culturales -especialmente en los tejidos y cerámica de los originarios-. Por si gusta, un desvío en la ruta lleva a Los Zazos y a su única calle, luego El Remate cuya grieta profunda permite ver el río hasta el embalse.

Amaicha en febrero celebra a la Pachamama y lo mejor es que la fecha coincide con la del Carnaval, ocasión que sirve para demostrar el apego de esta comunidad a sus raíces y a su madre. B

agualas y coplas inundan las callecitas y los frutos de la cosecha son las ofrendas de agradecimiento. La anciana mayor encabeza la procesión para entregarle a Pachita harina y albahaca.

Topamientos a pie y a caballo desde mediados de mes, los jueves de comadres con bailes, buena comida y mejor bebida, en el marco colorido que el pueblo dispone cada verano.

Los expulsados

De regreso a la ruta principal, la 307 y luego por la 40 se encuentran las ruinas de los Quilmes, por un desvío de 5 km hacia la izquierda. En las estribaciones del cerro del Cajón la ciudad Sagrada muestra las bases de las viviendas, graneros, fortines y centros ceremoniales.

Los Quilmes habitaron la zona hasta 1666 cuando fueron obligados a abandonar sus tierras por el avance español. Pero la resistencia contaba con aproximadamente 130 años de existencia, 3 levantamientos sangrientos y la defensa de la tierra a costa de sus hijos.

El extrañamiento de los pueblos calchaquíes, como lo llaman por aquí, consistió en descuartizar las comunidades y alejarlas lo más posible. Un grupo, el de los bravos, fue obligado a caminar hasta Buenos Aires.Las voces en la actualidad dan cuenta del intento de exterminio: los Quilmes jamás dejamos de existir, no nos sacaron a todos, nos dicen y argumentan con la Cédula Real que fuera entregada en 1716 para que conservaran sus tierras.

Cafayate, tierra de serenatas

Los viñedos aparecen antes, desde Tolombón. Badenes y más badenes, algunas cabras y oasis de caseríos hasta la sabia cafayateña que se distribuye en derredor de su plaza, con la iglesia, los restaurante, las peñas y la feria de artesanos. Independientemente del lugar de alojamiento, la vuelta del perro es por aquí.

La plata y la alpaca toma forma de diversos objetos. Los mates corren y los aguayos traídos de más al norte como los tejidos en lanas e hilos vegetales locales, son la tentación de los que arriban.

A 50 metros de la plaza, la Casa de las empanadas, 25 variedades que con Torrontés no tienen igual, más aún cuando algún cantor pasa guitarreando entonando versos a esta tierra pujante.

La catedral con su virgen Sentadita, el Banco Nación como curiosidad, pues su plano y materiales eran para el “Calafate”, por tanto el techo está preparado para no acumular nieve; los artesanos de la arcilla con sus vasijas de hasta 1,50 metro de alto  y el Museo de la Vid y el Vino, los detalles de un paso por Cafayate.

El clima semi desértico, ventoso, de gran amplitud térmica lo que implica una diferencia de hasta 20°  entre el día y la noche, con escasas precipitaciones, entre  40 y 80 mm anuales, marcan las cepas -dispuestas a 1.700 y hasta los 3.000 m.s.n.m.- que darán generosos caldos en la zona de los valles.

Resabios de la colonia y de los primeros pasos en el arte de hacer vinos se aprecia en antiguas bodegas. Ejemplo de aquellos días lo dan las barricas de algarrobo o las bolsas de cuero para el traslado.

Como en Mendoza, los caminos del vino se abordan con folleto o en una excursión, que puede ser en bici. Finca Quara, Etchart, Nanni, Esteco, Vasija Secreta, Piatelli, Finca Las Nubes, Amalaya, Domingo Hermanos o Don Roberto, son algunas de las bodegas abiertas al turismo.Disímiles en arquitectura e infraestructura así como en la capacidad de elaboración, dan un paneo de la cultura del vino de altura, de los modos de hacer de su gente.

Por la Ruta 68 con dirección a Salta Capital, la Quebrada de las Conchas es uno de los tesoros del NOA. Las tonalidades rojizas y los abruptos cortes como las extrañas formaciones provocadas por el viento y el agua en unos 90 millones de años, con el hilo de río como testigo mudo, propician el trekking, agudizan los sentidos y afirman esa tesitura que la magia calchaquí se arrastra por largo tiempo. Algas y conchas marinas, dinosaurios, ranas, cocodrilos y hasta tigres dientes de sable han dejado su huella en la roca, dando cuenta de las diversas eras geológicas. El Obelisco, la Garganta del Diablo, el Sapo o El anfiteatro, algunas de las esculturas naturales que ameritan paradas en la ruta. Con guía por el Puente de los Morales, en la Yesera  y en la Quebrada de Sunchal capas calizas y marinas custodian fósiles y xenolitos, rocas de hasta 60 km de profundidad que salieron a la superficie por la explosión de volcanes furiosos.

A la vera del camino, algunos artesanos diseminan su trabajo en mantas bajo el sol que quema. Los puesteros acercan sus llamas y cabritos para la foto. Cada tanto alguna apacheta porque el viajero sabe que a la Pachamama hay que honrarla en cada ruta, pedirle permiso para andar por ella.

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