Walter tiene 12 años, vende sus dibujos para mantener a su familia y duerme en una galería

El niño vive en las bulliciosas calles que rodean al Obelisco. Sobre su papá biológico no sabe nada.

El arte en medio del Obelisco: La historia de Walter, un niño que lucha por su familia. Foto: Clarín.
El arte en medio del Obelisco: La historia de Walter, un niño que lucha por su familia. Foto: Clarín.

En las bulliciosas calles que rodean el Obelisco, un chico emerge entre la multitud, dando vida a sus creaciones sobre un pedazo de cartón. Walter, un niño de apenas 12 años, se sienta serio, concentrado, triste y con determinación, dibujando con meticulosidad mientras la ciudad sigue su curso sin detenerse.

Desde que la pandemia dejó a su familia sin hogar, Walter se convirtió en el principal sostén económico de su hogar. Con lápices de colores y un ingenio admirable, el chico transformó la esquina de Carlos Pellegrini y Corrientes en su propio estudio de arte improvisado.

Esta es una imagen cada vez más frecuente debido a la crisis económica y social que viene atravesando el país hace varios años. Este es un testimonio real de un caso de trabajo infantil en el Obelisco.

Los impresionantes dibujos de Walter. Foto: Clarín.
Los impresionantes dibujos de Walter. Foto: Clarín.

A lo largo del día, entre seis y ocho horas, Walter completa entre seis y ocho dibujos, aunque se toma pausas para estirar las piernas y descansar la espalda. Su dedicación y talento no pasan desapercibidos: peatones curiosos se detienen frente a sus obras, admirando el trazo delicado y la pasión que el niño imprime en cada dibujo.

Clarín se hizo presente en el lugar de trabajo del chico. Cuentan que se lo ve acompañado de su perrito y un cartel prolijo en el que escribió: “Hola, me ayudarías con lo que puedas, por favor. Desde ya muchas gracias”. Al medio mencionado les dijo: “Lo escribí yo, pero no para pedir plata, sino para que la gente que pasa por aquí vea mis dibujos y, si les gusta, me los compre. Para mí es un trabajo, además estudio, voy a quinto grado en una escuela de Derqui”.

Walter se ubica en la boca del subte, pinta y vende sus dibujos. Foto: clarín.
Walter se ubica en la boca del subte, pinta y vende sus dibujos. Foto: clarín.

“Le agradezco a la gente, es muy generosa conmigo, pero no me gusta pedir limosna, yo quiero vender para ayudar a mi mamá, que necesita medicación porque tiene soriasis”, contó el niño.

Lo más sorprendente es la determinación y la madurez con la que Walter enfrenta su difícil realidad. “Duermo en una galería con mi mamá Selva, mi padrastro Gustavo y dos de mis cuatro hermanos. El lugar está acá a la vuelta, sobre Suipacha. Cuando cierra la galería, después de las ocho de la noche, nos vamos allí, tiramos los colchones, cenamos y dormimos. Mi sueño es poder darle un techo a mi mamá y mis hermanitos, y poder estudiar dibujo para ser un artista famoso”.

Los impresionantes dibujos de Walter. Foto: Clarín.
Los impresionantes dibujos de Walter. Foto: Clarín.

El chico que va al colegio en Derqui contó: “Estudio allí, pero venimos aquí porque vendo más dibujos y mucho más si es un fin de semana largo como el que pasó. Hasta ahora llevo unos ocho mil pesos y, por cómo viene la cosa, creo que llegaré a quince, veinte mil. Un día de la semana pasada hice 60 mil, no lo podía creer y hace como un mes un turista que hablaba inglés me dejó 100 dólares y se llevó el dibujo de Cristiano Ronaldo. Se los di a mi padrastro, que los cambió y me dio la plata”.

A pesar de su corta edad, Walter administra con responsabilidad el dinero que gana, compartiéndolo con su padrastro como muestra de agradecimiento por enseñarle a dibujar. Mientras tanto, su padrastro, Gustavo, lucha por encontrar trabajo y sostener a la familia.

Yo quiero ayudarlo, trabajar, busco todos los días alguna changa, no me gusta que Walter sea la única fuente de ingresos... Sé de mecánica, plomería y albañilería pero no consigo nada... Mirame, la gente tiene miedo, estoy en situación de calle, o desconfían de mí”, comentó Gustavo Sierra, que va y viene entre su mujer Selva y Walter.

Walter junto a su padrastro y su perrito. Foto: Clarín.
Walter junto a su padrastro y su perrito. Foto: Clarín.

Por otro lado, la mamá de Walter se ubica en la esquina de Lavalle y Pellegrini con una caja de cartón pidiendo colaboración: “A veces hace unos pesitos abriendo las puertas de los taxis a los turistas”.

El niño contó que le gusta ir al colegio y admitió que ninguno de sus compañeros sabe sobre su situación de calle: “Como todavía no tengo amigos, mucho no hablo, me da un poco de vergüenza, aunque sí algo le conté a la maestra. Algo sabe, pero no me gusta decir mucho”.

Sobre su papá biológico no sabe nada, pero le gustaría cruzárselo en la vida: “Solo sé que un día se fue, ojalá que con el dibujo pueda ser famoso, así mi papá se entera”, anhela el chico de mirada profunda y triste.

“Antes pintaba con témperas, me gustaba, aunque es más difícil... El tema es que se me hizo imposible poder seguir comprándolas, entonces empecé a dibujar con lápiz negro y de colores, como hice el de Messi, ¿ves? y coloreo personajes como el Hombre Araña o Dragon Ball. Cuido mucho los lápices, están carísimos, yo me los compro con la plata que gano, aunque a veces vienen mamás con hijos que abren sus mochilas, sacan los útiles y me dicen que elija lo que quiera”, detalló sobre el proceso de sus dibujos.

El joven utiliza el celular, que comparte con la familia, para inspirarse: “Me apasiona el dibujo, no lo pienso como un trabajo, pero a la vez, como creo que lo hago bien, me sirve para vivir y ayudar a mi familia”.

Cuando clarín le preguntó cómo es un día es si vida, relató: “A la mañana me levanto cerca de las ocho, acomodo las sábanas, enrollo el colchón y después de desayunar en la galería, cuido a mis hermanitas Morena (4) y Marisol (2), mientras que mi mamá y mi padrastro compran algo de comida. Yo juego a las escondidas o a la mancha en la vereda y al mediodía me vengo acá, a la entrada del subte y me acomodo aquí”.

La jornada de trabajo la termina entre las seis y las siete de la tarde: “Depende cómo esté el clima, a veces sigo un rato más, hasta que voy a buscar a mi mamá y damos una vuelta antes de volver a la galería”.

Ese día le contó a los periodistas que escuchó a su mamá decir que no tenía pañales para su hermanita Morena, por lo que les comentó: “Cuando termine, antes de ir a buscar a mi mamá, me voy al súper de la vuelta a comprar un paquete, o dos, si mejoran las ventas, pero sin decirle nada. Mi mamá es cabezadura, no acepta que la ayude, me pide que ahorre, pobre, a veces la veo nerviosa por todo lo que estamos pasando... De hecho esto que le pasa en la piel (soriasis) para mí es porque está todo el tiempo pensando... Mi mamá es lo más importante y quiero ayudarla y cuidarla”.

La historia de Walter no pasa desapercibida para quienes transitan por el Obelisco. Algunos se detienen para admirar sus dibujos, otros dejan contribuciones en forma de comida o dinero. Sin embargo, la realidad detrás de esta historia es compleja. El gobierno de Jorge Macri conoce la historia de Walter: “Hemos averiguado con la familia del chico y nos dijeron que son del Conurbano, que tienen dónde dormir y que no está en situación de calle. Sólo vienen a la ciudad ‘a pedir’ y luego se vuelven a su lugar de origen”, respondieron a Clarín fuentes del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad.

Además, sumaron: “Desde hace más de un mes empezamos a aplicar el protocolo de 0 niños en calle, para ser inflexibles con los papás que permanecen en calle con sus chiquitos. Desde el Ministerio les ofrecemos distintas alternativas para que no estén en calle, que es un lugar donde ningún chiquito tiene que estar. Tenemos desde centros de inclusión específicos para familias, subsidios habitacionales para que puedan ir a alquilar una pieza en alguna pensión o ayuda para su revinculación y traslado a su ciudad de origen, en caso de que no sean oriundos de la ciudad”.

Finalmente, ratificaron: “se hace un seguimiento, en conjunto con el Consejo de los Niños y Niñas, a la población que tenemos mapeada, sobre todo cuando hay chicos, para que no corran riesgos la integridad de los menores” y concluyeron “es un problema del AMBA que tiene su epicentro en la ciudad de Buenos Aires, porque es adonde mayormente la gente viene y cuenta con más oportunidades para hacer changas o hacer unos mangos”.

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