En una entrevista exclusiva, el médico toxicólogo Sergio Saracco analizó los casos recientes de conductores con niveles altísimos de alcohol en sangre. “Esto es un síntoma de un problema mayor: la salud mental de nuestra sociedad”, advirtió. Con conceptos claros y contundentes, explicó cómo el alcohol modifica el cerebro y por qué ya no alcanza con campañas de concientización.
Una vez más, un hecho vial relacionado con el consumo excesivo de alcohol sacudió la agenda noticiosa en Mendoza. Pero, lejos de tratarse de un caso aislado, para el médico toxicólogo Sergio Saracco, se trata de un síntoma. “Es como el termómetro. Si nos estamos preguntando si puede ser que un paciente tenga 40 grados de fiebre, el tema no es la temperatura, sino por qué está con fiebre”, ilustró.
Saracco, ex presidente y actual miembro de la comisión directiva de la Asociación Toxicológica Argentina, se refirió a los altísimos niveles de alcohol en sangre detectados recientemente en conductores. Y fue tajante: “Lo que vamos viendo es el problema en la salud mental de nuestra sociedad, que se traduce en estos impactos donde el consumo de sustancias, como el alcohol, pasa de acompañar una comida a convertirse en una forma de mitigar una situación personal, psicológica o social que angustia”.
En este contexto, el especialista explicó que el cuerpo humano desarrolla tolerancia. “Esto significa que el organismo se adapta a estar bajo el efecto de esta sustancia, igual que sucede con ciertos medicamentos. Por eso vemos personas que, con valores altísimos de alcohol en sangre, siguen en pie o incluso manejando. Valores que antes eran incompatibles con la vida o definían un coma alcohólico, hoy son cada vez más frecuentes”.
El fenómeno de la tolerancia, según Saracco, hace que el bebedor habitual necesite consumir cada vez más para lograr el mismo efecto. “Es como aquel que necesita cada vez más dosis de un tranquilizante para poder dormir. El problema es que, aunque se sienta 'normal', en el cuerpo el efecto sigue siendo el mismo. Aún con poca cantidad, los reflejos ya están alterados. Por eso en muchos países del mundo se implementó la tolerancia cero al alcohol al volante”, argumentó.
Consultado sobre cómo influye el alcohol en la mente, fue claro: “El alcohol es una sustancia psicoactiva depresora, como los tranquilizantes o los opioides. Afecta directamente al sistema nervioso central. Primero deprime la corteza cerebral, que es la que nos permite discernir, tomar decisiones, controlar impulsos. Por eso se pierde la empatía, la capacidad de reflexionar y de valorar los riesgos, como subirse a un auto o manejar a alta velocidad”.
El proceso, explicó, sigue con afectaciones a los reflejos, la coordinación, la visión periférica y, en dosis aún mayores, puede llevar al coma alcohólico y la muerte. “Esa depresión neurológica es progresiva y generalizada. A medida que aumenta la dosis, se comprometen más funciones vitales”, detalló.
En cuanto a la idea popular de que una copa o dos “no hacen daño”, Saracco se mostró tajante: “Ese cálculo es muy relativo. Depende del peso de la persona, si comió o no, del sexo, de la capacidad metabólica. Por ejemplo, las mujeres y algunas razas como la asiática metabolizan más lento el alcohol. No se puede estandarizar. Por eso, el riesgo cero es no estar bajo ningún efecto si uno va a conducir”.
Más allá del componente biológico, el doctor puso el foco en la dimensión social del problema: “Hay algo que tenemos que preguntarnos como sociedad. ¿Qué nos está pasando que necesitamos estar bajo los efectos del alcohol para divertirnos? Cuando el hecho de beber deja de ser un placer y pasa a ser una forma de automedicación, ahí está el verdadero problema”.
Y agregó: “Esto está estrechamente relacionado con situaciones psicosociales. Si yo necesito estar bajo efecto de una sustancia para poder divertirme o interactuar, ahí hay un quiebre. Porque el alcohol dejó de ser el sabor del encuentro, como decía aquel eslogan, y se transformó en una especie de anestesia social”.
Finalmente, se refirió a la falta de conciencia sobre el riesgo: “Estamos normalizando algo que no es normal. Escuchamos a personas decir ‘un poco no me va a hacer nada’ hasta que ocurre una tragedia. El hecho es que, con el mínimo consumo, ya están alteradas las funciones sensoperceptivas necesarias para manejar. Y eso convierte a una persona en un potencial asesino al volante”.
Para el especialista, la clave está en dejar de mirar solo la superficie del problema y empezar a indagar en sus causas profundas: “Nos preguntamos cómo puede ser que alguien maneje con 4 gramos de alcohol en sangre. Pero la pregunta correcta es: ¿qué lo llevó hasta ahí?”.
La advertencia de Saracco es clara: no se trata solo de contar víctimas o medir niveles de alcohol en sangre. Es hora de asumir que el consumo problemático de sustancias es apenas la punta del iceberg de un malestar más profundo. Uno que, como sociedad, ya no podemos darnos el lujo de ignorar.
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