“Me llamo María Delia y cumplo 100 años”. Así comienza su relato María Delia Pérez, quien el 1 de febrero festejó su centenario. En su rica historia de vida, un hito la marcó para siempre a los 16 años: conoció a quien luego sería su esposo y el padre de sus siete hijos.
Delia nació en San Luis, en el seno de una familia numerosa compuesta por sus padres y siete hermanos. Nacida en la década del ‘20 del siglo pasado, su vida transcurrió como la de cualquier otra persona, pero a los 16 años todo cambió: conoció a al amor de su vida.
“Me enamoré. Era el mejor para mí. Lo que deseaba”, afirma Delia sin dudar sobre quien sería su marido. “Yo tenía 16 años y Mateo era dos años mayor. Lo conocí porque yo iba mucho a la casa de mis primas y él estaba siempre ahí porque era el hermano más chico del marido de mi tía”. En ese tiempo comenzaron las visitas. La abuela cuenta que a los dos les daba vergüenza, pero que él siempre fue bien recibido. “Mi papá lo esperaba, tomaban mates y charlaban mucho”, rememora.
Delia abuela 100 años.
Delia cumplió 100 años. Reproducción de fotografía de Delia y su marido Mateo Juárez.
“Ahí nos escribíamos cartas, yo le mandaba y él me respondía, todos los meses. Las cartas que me mandaba eran hermosas, venían con el papel con flores”, suspira Delia mientras mira una foto de ellos cuando eran jóvenes.
Después de esos años lejos uno del otro, se reencontraron en San Luis y decidieron casarse. “Me casé a los 24 años”, dice con seguridad. Y hoy, con 100 años a cuestas, cuenta que es a quien más extraña ya que Mateo falleció en 2016, después de casi 70 años de casados.
“Vivimos en el centro de San Luis y él entró a trabajar a una fábrica de cigarrillos”, recuerda Delia. A los dos años nacieron las primeras hijas, las mellizas, que por ser sietemesinas necesitaron estar en incubadora.
Un parto difícil y una llamativa coincidencia
“Yo estuve mal, todos rezaban. Cuando nacieron las chicas se las llevaron, a mí me pusieron en una sala sola y las niñas quedaron ahí. Después esa sala estaba toda llena de niños y casi todos eran mellizos que habían nacidos ese día”, cuenta con una sonrisa sobre esa curiosa coincidencia.
Delia sigue recordando como puede la historia de su vida. La acompañan dos de sus hijas, Delita y “Reina”, que van acotando detalles.
Delia abuela 100 años
Delia cumplió 100 años. Foto: Marcelo Rolland / Los Andes
“Seguimos alquilando en el centro de San Luis y Mateo trabajó mucho tiempo en la fábrica hasta que la cerraron”, repasa esta centenaria abuela.
En esos momentos, las mellizas padecían muchas enfermedades, entre ellas, tos convulsa, por lo que el médico les aconsejó que las llevaran al campo ya que en la ciudad no iban a mejorar. “Estuvimos en la casa del padre de él, en Lomas Blancas, al Norte de San Luis. Después nos mudamos y a un par de casas, siempre en el campo”, describe Delia.
La vida en el campo y el granizo que decapitaba gallinas
Su vida en la zona rural transcurrió durante muchos años y llegaron más hijos. Después de las mellizas Delita y Antonia nacieron Mabel, Santa (o como la llamaban “la Gordi”), Juan el único varón, Julia (o “La Reina”, como la llaman todos) y la última fue Cristina.
Ya en la década del ‘50 Mateo empezó a trabajar en las minas y, junto al resto de la familia, se dedicaron a la crianza de animales.
“Criábamos vacas, ovejas, cabras, lechones, pavos, gallinas, de todas las clases de animales. Teníamos una chacra y los chicos ayudaban, todos tenían una tarea. Cuando el padre tenía que arar para sembrar el maíz, tenían que ir atrás sembrando el grano del maíz. Cuando yo hacía el pan, ellas tenían que traer la leña”, describe Delia con añoranza.
Delia abuela 100 años
Delia cumplió 100 años. Reproducción de fotografía de Delia y todos sus hijos.
Delita cuenta que cuando trabajaban en la tierra, su madre les llevaba una olla con mate cocido y pan casero.
Una de las cosas que más recuerdan de la vida en el campo fue la de una gran tormenta con granizo. “¡Bravísimo! Una vez venían con los animales para encerrarlos en el corral y empezó a caer piedra, entonces a algunas cabras les quebró las astas, otras quedaron ciegos por la piedra. Era una piedra grande y con puntas. Y a las gallinas les cortó el ‘cogote’; quedaron tiradas en el suelo”, cuenta, y el asombro aún acompaña su relato.
Pero a pesar del clima, de los “leones” que se comían los animales y de los inconvenientes que traían vivir en una zona alejada y con malos caminos, Delia cuenta que tenían todo lo necesario para vivir bien. “Con el mineral que sacaba Mateo, los cueros de los animales carneados, la lana de las ovejas y los huevos de las gallinas, íbamos a un almacén de rubros múltiples y hacíamos el canje por una bolsa de harina, azúcar al por mayor”. “Yo también cosía. Les hacía la ropa a todos”, acota Delia.
Tiempo de cambios: del campo a la ciudad
Con el correr de los años, los hijos fueron creciendo y cada uno se fue buscando su rumbo. Hasta el año 1976 vivieron en el campo puntano. Con dinero que juntaron compraron una casa en Mendoza, más precisamente en el barrio San Eduardo, en Maipú, y recalaron en nuestra provincia con dos de sus hijas: la mayor, María Antonia, y la más chica, Cristina.
Delia y Mateo se establecieron en el departamento maipucino y comenzaron a llegar los nietos. El barrio empezó a crecer, las fincas que lo rodeaban se transformaron en casas y llegaron al nuevo siglo con los achaques propios de una vida forjada a puro trabajo y esfuerzo.
En 2016, Mateo falleció y Delia se quedó junto a una de sus hijas, Delita, que unos años antes había vuelto a la casa de sus padres.
El 1 de febrero pasado, Delia llegó a los 100 años y tuvo su merecido festejo, rodeada de sus seres queridos. “Lo que más extraño es a mi marido”, admite con pesar. Es que su vida de casada duró 65 años, pero ese amor que comenzó cuando era adolescente perdura hoy en los ojos de esta abuela centenaria que lo recuerda siempre.