Gladys, la celadora solidaria que hace buzos y abrigo para los alumnos de su escuela

La mujer cumple 60 años y lleva 33 en la escuela 1-522 “Jubal Pompilio Benavidez” de Montecaseros, San Martín.Trabaja con una máquina de coser usada que le entregaron el año pasado.

Gladys Cabrera es celadora y cose abrigos para los alumnos de su escuela.
Gladys Cabrera es celadora y cose abrigos para los alumnos de su escuela.

La de Gladys Cabrera es una historia de generosidad y agradecimiento. También de empatía y resiliencia, ya que con trabajo y amor por la que considera “su” escuela, logró sobrellevar el dolor más profundo de un ser humano, el de perder un hijo.

A poco de cumplir 60 años, casi en edad de jubilarse, lleva nada menos que 33 trabajando como celadora en la escuela 1-522 “Jubal Pompilio Benavidez” del barrio Los Charabones, en Montecaseros, de San Martín.

Alumnos de la escuela Benavidez, de San Martín, con el uniforme que les hizo Gladys.
Alumnos de la escuela Benavidez, de San Martín, con el uniforme que les hizo Gladys.

Día a día, aún trabajando en doble turno desde hace décadas, lejos de agotarla su labor la retroalimenta, según confiesa con una sonrisa en diálogo con Los Andes. A tal punto, que encontró el año pasado una nueva manera de colaborar desde otro lugar con el establecimiento que está situado a escasos metros de su casa.

Fue cuando le acercaron una máquina de coser, usada y en excelente estado, con la que está llevando adelante una maravillosa tarea. Una labor voluntaria y silenciosa ideada y ejecutada por ella.

Gladys se enteró en 2022 que el senador Fernando Alín (Partido Socialista) entregaba a los vecinos de San Martín elementos e insumos para que comenzaran a realizar diferentes emprendimientos y generar, así, una salida laboral. Ni lerda ni perezosa se presentó, le comentó que era costurera y que una máquina de coser sería importante porque podría utilizarla para confeccionar buzos, bufandas, cortinas, manteles, cartucheras y otros elementos en una escuela que posee una matrícula mayormente de bajos recursos.

Pocos días después, Gladys tuvo en sus manos la herramienta que iba a marcar un antes y un después en su vida y que le permite hoy, en pleno receso invernal, seguir trabajando para llevar nuevas de sus creaciones cuando se reinicie el ciclo lectivo.

“Me entregaron la máquina junto con telas y pollards para empezar a trabajar. Se avecinaba el 20 de junio, día de la Bandera y con esa fecha también el acto de la promesa de los alumnos de cuarto grado. Inmediatamente comencé a coser bufandas y fue un éxito, los chicos felices y los padres y los docentes muy agradecidos”, repasó la mujer, quien recuerda que ella misma y su hermano Genaro, además de sus cinco hijos y nietos pasaron por esas aulas.

El trabajo de Gladys no quedó allí: más allá de que la máquina nunca tuvo tregua desde que circula de manera itinerante entre su casa y la escuela, este año se decidió y fue por más: confeccionó buzos de los chicos de cuarto grado de la primaria, para que tengan una suerte de uniforme en ese día especial que implicaba prometer lealtad a la bandera.

“Fue una alegría, algo inolvidable haber presenciado ese acto lleno de gente y con todos los chicos vestidos iguales. La gratificación fue enorme, me llenó el alma. Debo agradecer a la directora de la escuela, Susana Castro, quien en todo momento me da libertad para que todos estos proyectos se hagan realidad”, señaló.

La historia

Gladys pisó por primera vez la vieja escuela-rancho que años después fue reemplazada por un moderno y confortable edificio, allá por los años 90. Ella tenía 26 años e ingresaba como portera. “Inicié un largo camino en una escuela que desde niña fue mi segunda casa, porque allí cumplí con la primaria. Como premio, hoy mi hijo es celador y, junto con la cocinera formamos un verdadero equipo, comprometido de verdad”, puntualizó.

No puede dejar de pensar en la nueva etapa que se le avecina, la de jubilada. Pero convencida de que Dios siempre provee, la máquina de coser llegó a sus manos de manera oportuna y en el momento exacto, según advierte. “Nunca me alejaré y seguiré cosiendo siempre, incluso con más tiempo, ya que hoy puedo sentarme solo a la noche. De 7 a 19 estoy en el establecimiento cumpliendo varias funciones”, aclara.

En muchas ocasiones, cuando Gladys finaliza la limpieza y le queda un hueco libre, la máquina es la mejor excusa para seguir confeccionando lo que se necesite. Lo último que hizo fueron hermosos y coloridos manteles para el comedor.

Casada con Julio Cabrera, trabajador de la viña, Gladys es mamá de Gimena, Daniela, Javier (su compañero de trabajo) y Ariel. Maricel, que tenía 21 años, falleció hace casi diez debido a una pancreatitis aguda. “En aquellos momentos, otra vez la escuela me salvó. Siempre digo que el trabajo es salud y dignifica, por eso jamás me quejé. Soy una madre que en aquel momento tenía hijos a cargo, hoy están todos independizados, y fue un esfuerzo, pero todo valió la pena”. Su hija, estudiante del profesorado de Lengua, se fue en solo nueve días. “El amor de los alumnos, docentes y directivos fue una terapia”, repasó Gladys, que además tiene seis hermosos nietos: Samira, Tiana, Zahir, Mateo, Yaman y Maricel.

Trabajo tiempo completo

El 31 de este mes Gladys cumplirá 60 años y lo celebrará en Colonia Montecaseros junto a su familia. Ese día comenzará la cuenta regresiva, porque es consciente de que llegó el final de su arduo trabajo. Confía, de todos modos, que podrá permanecer un tiempo más.”No me desanimo, seguiré trabajando”, insistió, para agradecer la oportunidad del legislador de haberle entregado una herramienta de trabajo. “Conocí al senador luego de una visita que realizó tras un tornado fuerte que vivimos en esta zona y más tarde regresó para entregar bicicletas a niños que viven lejos de la escuela. Me acerqué para hablarle de mi deseo de coser para la escuela pero nunca imaginé que en pocas horas iba a entregarme una máquina que parece nueva”, recordó.

En mayo de 2022, finalizó 24 bufandas celestes y blancas. “Este año redoblé la apuesta porque estoy ejercitada. Había aprendido a coser hace mucho tiempo y siempre he confeccionado algo para mis hijos o mi esposo. Llegué a los 50 buzos y camperas y fue una satisfacción enorme, aquí los recursos no sobran y, por el contrario, muchas veces un abrigo significa todo para un niño que no tiene nada”.

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