15 de junio de 2025 - 08:00

De Mendoza al Caribe: la veterinaria que vive rodeada de delfines

Lo que para Victoria Santucci comenzó como una pasantía en México terminó convirtiéndose en su modo de vida. Desde hace 10 años trabaja en el parque Xcaret, en la Riviera Maya.

De Guaymallén a Playa del Carmen. De la montaña al mar. De los perros y gatos a los delfines. De la vida en familia al desarraigo. Es la historia de Victoria Santucci (34), una mujer que se construye desde hace una década en el centro del planisferio, una mujer que convirtió una pasantía en México en un proyecto de vida.

En suelo mendocino sus días pasaron en Villa Nueva, Guaymallén. Su mamá, dedicada al ámbito universitario, le enseñó “la importancia del método, el orden y la constancia”; mientras que su papá le legó otra filosofía: “disfrutar del presente, no preocuparse tanto y valorar los pequeños placeres de la vida”. Tiene dos hermanas: la del medio es pastelera; la menor estudia Ciencias Políticas.

En suelo caribeño, su familia se construye desde hace cuatro años. Hoy, la joven veterinaria vive en Playa del Carmen con su pareja, de nacionalidad mexicana y entrenador de delfines, y sus dos hijos, nacidos en Cancún. Lleva una rutina exigente que combina ciencia marina, crianza y logística doméstica.

Victoria Santucci
Maternidad compartida. Durante el embarazo de su primer hijo, Victoria continuó en contacto con los delfines, su otra gran familia.

Maternidad compartida. Durante el embarazo de su primer hijo, Victoria continuó en contacto con los delfines, su otra gran familia.

Desde pequeña, sintió una conexión por demás con los animales. “Crecí entre perros y gatos, pero también con peluches de delfines y orcas”, cuenta. Años más tarde, su vida iba a estar, literalmente, sumergida entre ellos.

Durante primaria y secundaria transitó las aulas del Colegio Santa María de los Ángeles, allí en Guaymallén. Luego ingresó a Veterinaria en la Universidad Juan Agustín Maza. Hasta este momento, según confirma, no tenía claro en qué área se especializaría, pero sí su propósito: “Me gustaba la parte quirúrgica, de intervenir y solucionar. Me interesaba el hecho de descubrir qué les pasaba y poder aliviar ese dolor”. Terminó los cinco años de cursado, realizó las prácticas obligatorias y comenzó su tesis.

Victoria Santucci
Victoria en la etapa final de su carrera en la UMaza.

Victoria en la etapa final de su carrera en la UMaza.

El giro inesperado llegó de parte de un amigo, una charla que le sembraría la curiosidad de ir más allá: “Un compañero fue de vacaciones a Playa del Carmen, a un parque turístico llamado Xcaret. Le fascinó y preguntó si había pasantías con animales. Cuando volvió a Mendoza nos contó, y yo no tenía nada que hacer ese verano, estaba al día con todo en la facu. Así que mandé el correo para inscribirme en las pasantías, a ver qué pasaba”.

Y lo que pasó fue que la aceptaron. A las pocas semanas, Victoria ya estaba volando a México para hacer una pasantía de tres meses. Durante ese tiempo colaboró con el equipo veterinario y tuvo su primer contacto con los delfines. “Jamás había pensado que podía trabajar con una especie marina. En la universidad no me enseñaron ni la palabra ‘delfín’. Pero estando allá me ofrecieron hacer la tesis con ellos. Me gustó, les dije que sí y la hice. Volví a Mendoza, la terminé, me recibí… y al poco tiempo me escribieron para ofrecerme un trabajo estable. Lo pensé un poco, dudé... y al mes ya estaba instalada de nuevo en Playa del Carmen. Esta vez, para quedarme”.

En la profundidad: vida entre delfines

Lo que comenzó como una pasantía terminó convirtiéndose en su día a día. Desde hace diez años trabaja en el parque Xcaret, en la Riviera Maya. A pocos metros de su lugar de trabajo, nadan, vocalizan e interactúan los delfines que hoy forman parte de su cotidiano.

Su conocimiento profesional y empatía por los delfines, tuvo que acompañarlo de destreza y preparación física. Comenta que aprendió a bucear con tanque, a extraer muestras de sangre y realizar observaciones clínicas dentro del agua. Cada jornada combina precisión científica e imprecisión emocional. “A veces me meto con el visor al agua y simplemente los observo. Son curiosos, se te acercan, te miran, te empujan con el hocico. Hay días en que siento que hay amor, literal. Y otros, en los que me ven llegar y se van, porque saben que vengo a pincharlos”, dice entre risas.

Victoria comenta que nunca se deja de aprender, su campo laboral está lleno de desafíos. Su exigencia la lleva a dar el 100 en cada caso médico. Sus palabras son imágenes, ella retrata con letras creando los escenarios posibles que toman de lleno el observar con ojos de asombro, pero el asombro que necesita describirlo todo.

Después de diez años, Victoria recuerda sus comienzos y aquellas primeras experiencias que marcaron su camino. Incluso en los nombres de los delfines, lo menciona como un proceso especial. “Cada uno de ellos tiene su nombre. Acá estamos en la Riviera Maya, entonces la mayoría tienen nombres mayas, y cada uno tiene un significado en lengua maya.” Comenta que antes los directores del parque elegían los nombres, pero en los últimos nacimientos, esa tarea fue delegada al equipo de cuidadores

Victoria Santucci
Cheel: Victoria eligió su nombre, que significa “arcoíris” en lengua maya, fue elegido por ella como símbolo de esperanza.

Cheel: Victoria eligió su nombre, que significa “arcoíris” en lengua maya, fue elegido por ella como símbolo de esperanza.

Así llegó Cheel, una hembrita que nació en abril de 2018. “Me tocó elegirle el nombre a una sola, es una hembrita que se llama Cheel y significa arcoiris en lengua maya. Le elegí ese nombre porque esa bebé cuando nació estaba muy enferma. Tenía muy poquitos glóbulos blancos. Entonces, fue como también una de las pruebas que me puso mi jefe de sacarla adelante.” Durante meses estuvo en estado crítico. “Me tocó estudiar, buscar, hacer de todo. Y al día de hoy está todo bien. Ese nombre, por suerte, me lo dejaron elegir a mí.”

Como la academia prepara a los profesionales para que salgan al mundo, también el mundo genera experiencia al estar en contacto inmediato con lo concreto. La vida que no se lee en libros, lo impredecible que escapa a lo pragmático. Pero, en definitiva, es lo que amplió el horizonte para que la joven veterinaria ganara en potencial.

Una historia aún resuena entre sus enseñanzas. Es la de Palu, una delfina adulta rescatada del mar, con cicatrices en el cuerpo, posiblemente por un ataque de tiburón. “Al día de hoy es como mi animal favorito”, confiesa.

Victoria estuvo presente el día que Palu dio a luz. “Me dijeron ‘Hoy tiene signos de que va a parir Palu, entonces te quedás de guardia para quedarte con ella por si hay un parto’. Siempre estamos nosotros presentes durante el parto, para evitar si hay complicaciones y llevar registro de todo.” Lo que nadie esperaba era que el bebé naciera con malformaciones. “Nos dimos cuenta de que no iba a sobrevivir, era un bebito con problemas congénitos, que no eran compatibles con la vida.”

Lo que vino después fue una vivencia, que desgarra lo sensible, pero endurece la profesión. “Ella estaba como aferrada a sacarlo adelante (en referencia a Palu). Los delfines respiran a través de un orificio en la cabeza. Cuando dejan de respirar, ese orificio se cierra. El bebé se hundió al fondo del mar porque ya no respiraba. Y Palu estaba ahí, queriéndolo sacar. Lo cargaba sobre su lomo y lo llevaba a la superficie, desde el fondo, como para sacarlo a respirar, que es lo que esperan las mamás, para que sus bebés respiren”, dijo.

Victoria Santucci
Resiliencia: Victoria acariciando a Palu, quien está panza arriba.

Resiliencia: Victoria acariciando a Palu, quien está panza arriba.

Finalmente revela, “pero su bebé ya no respiraba, porque ya estaba muerto. Vocalizaba, le salían burbujitas debajo del agua, que indican que se está tratando de comunicar. Y vocalizaba, y vocalizaba, y vocalizaba, como queriendo salvar a su bebé. Pero obviamente no lo iba a lograr”, Victoria recuerda como si lo sucedido hubiera sido ayer. Fue un momento de quiebre. “El instinto maternal que demostró ese animal en ese momento me marcó un montón. Me demostró que no importa la especie: ser madre va más allá”.

Palu y Victoria siguen cruzando caminos. “Tenemos 100 delfines en total, están divididos en diferentes locaciones, que se llaman hábitats. Cada uno, dos o tres años, me toca tenerla como paciente”. A lo largo del tiempo, Palu también enfrentó otras dolencias, en el hígado, en el ojo, y siempre salió adelante. “Es bastante resiliente. Algunas cositas ahí nos dejaron marcados”. Y no solo por los diagnósticos. “Ella me enseñó a mirar más allá de lo técnico. Me enseñó que también hay duelo, vínculo y amor en el mundo animal”.

El relato brota, la descripción continua, es un rato que se toma para generar un revisionismo. Hija de la cordillera, habitante del mar. A veces, cuando la jornada lo permite, se sumerge con el visor y deja que el mar le converse. “Te metés y es un mundo completamente diferente al terrestre. Ves la cantidad de cosas que hay en el fondo del mar, y te parece hasta maravillosa la naturaleza que pudo haber creado ese tipo de cosas. Los corales, los pececitos, los calamares, las medusas… vemos de todo, y te parece tan increíble que coexistamos con eso, pero no lo tengamos tan presente como se podría”.

Victoria Santucci
Sumergida en lo inesperado. El mar le enseñó lo que no estaba en los libros: observar, respetar y dejarse sorprender.

Sumergida en lo inesperado. El mar le enseñó lo que no estaba en los libros: observar, respetar y dejarse sorprender.

En ese mundo sumergido, donde todo parece moverse a otro ritmo, los delfines la rodean.

Lejos del nido y echando raíces

Aceptar el trabajo en México fue una decisión valiente, reflexiona y recuerda “no estaba cien por ciento convencida, pero me mostré convencida ante mis papás. Ellos pensaron que no iba a aguantar más de un mes”. Hasta entonces, vivía en Mendoza con sus padres, quienes cocinaban, lavaban y se ocupaban de todo en la casa. Un día, simplemente, decidió que se iba. Y se fue.

El inicio no fue fácil. “Tuve muchas crisis. Lloraba, extrañaba, me quería volver. A veces me angustiaba sin entender por qué, hasta que alguien me dijo: eso se llama desarraigo. Y ahí entendí todo”. Nombrar lo que sentía fue el primer paso para poder habitarlo.

Fueron años de transformación.

Victoria Santucci
Siendo complicidad. Victoria en el parque de Rivero Maya, durante su jornada laboral.

Siendo complicidad. Victoria en el parque de Rivero Maya, durante su jornada laboral.

Extraña cosas puntuales: el acento, el humor, el compañerismo argentino. “Acá no están tan acostumbrados a ayudar al de al lado. Me miraban raro cuando terminaba mi tarea y me ponía a ayudar a otra persona. Pero eso es muy nuestro, muy argentino. Lo llevás en la sangre”.

El trabajo con delfines, como la maternidad, le enseñó a conjugar sensibilidad con determinación. También aprendió a soltar el control. A entender que no todo se puede manejar. Sigue siendo meticulosa, detallista, apasionada. “Antes me frustraba si algo no salía como yo quería. Hoy entiendo que, si hice lo mejor que pude, eso ya es suficiente”.

A diez años de haber dejado el país, se siente completamente instalada en México, aunque nunca dejó de mirar hacia Mendoza.

Cuando se le pregunta qué le diría a alguien que está dudando en dar un paso más allá del confort, sentencia: “Que lo haga. Que se anime. Que lo peor que puede pasar es que tenga que volver. Pero que lo intente. Porque la vida pasa y, cuando menos te das cuenta, ya te transformó”.

LAS MAS LEIDAS