¿Cuántas veces compraste un vino por su etiqueta? ¿Cuánta veces notaste que antes de que el vino llegara al paladar, ya había entrado por tus ojos? Si la respuesta es al menos una, aquí podés descubrir como se cocinan estas piezas gráficas.
La etiqueta del vino es el primer contacto, el punto de encuentro entre una historia y quien la descubre. En Mendoza, donde la vitivinicultura forma parte del ADN cultural, hay quienes fermentan ideas desde la creatividad gráfica. Daniel Favier es uno de ellos.
¿Cuántas veces compraste un vino por su etiqueta? ¿Cuánta veces notaste que antes de que el vino llegara al paladar, ya había entrado por tus ojos? Si la respuesta es al menos una, aquí podés descubrir como se cocinan estas piezas gráficas.
La etiqueta del vino es el primer contacto, el punto de encuentro entre una historia y quien la descubre. En Mendoza, donde la vitivinicultura forma parte del ADN cultural, hay quienes fermentan ideas desde la creatividad gráfica. Daniel Favier es uno de ellos.
Diseñador gráfico de origen puntano y sancarlino de corazón, Favier lleva más de una década instalado en La Consulta, San Carlos, donde abrió su estudio en 2012. Su recorrido inicia como el de cualquier estudiante que desea abrirse camino en su profesión, empezó a estudiar diseño y a ganarse la vida pintando remeras y banderas a mano. “Había que bancar los estudios y la vida misma”, recuerda. Desde entonces, no paró: trabajó en agencias, se formó en imprentas —“clave para aprender de soportes y resoluciones técnicas”— y en 2005 dio el salto a la independencia.
Hasta el momento ha diseñado más de 200 etiquetas para bodegas de Argentina, Uruguay, Alemania y Australia.
Su recorrido es el de un artesano visual que entiende que detrás de cada botella hay una historia, y que la etiqueta es una narración. Por eso, abrir la cocina del diseño es también abrir el alma de los vinos.
“El primer contacto es con el cliente. Algunos vienen con una idea muy clara, otros no tienen ni el nombre”, dice, mientras repasa mentalmente esas primeras reuniones donde todo se juega en preguntas: ¿Qué querés contar? ¿Por qué ese nombre? ¿A quién va dirigido? “Siempre les pregunto por qué eligieron ese nombre. Tiene que representar algo. Si no te sentís cómodo contándolo, ya estamos con problemas desde el inicio. Las marcas nacen con carga emotiva, o a veces son netamente comerciales. Pero siempre hay algo que contar”.
El primer proyecto “fue una de las primeras etiquetas fue para Finca Las Glicinas, en Altamira, antes de que esa zona tuviera denominación de origen. El vino se llamaba Jengibre, un Chardonnay que tenía ese descriptor en nariz. Usamos una pintura de un artista de Buenos Aires para ilustrarla. Hasta hoy sigo trabajando con ese cliente, que además es un amigo. Eso es lo bonito, cuando se genera un vínculo”.
Favier diciente del “genio creativo solitario”. “Mirá, el género creativo ya no funciona, o por lo menos a mi criterio. Hoy el éxito de todo proyecto tiene que ver con trabajar en equipo”, afirma con conocimiento de causa. En su estudio, el proceso es colaborativo desde redactores, creativos, ilustradores y hasta el propio cliente se sientan en la misma mesa creativa.
“Podés tener gente que colabore en la parte de cómo vamos a comunicar la marca, cuál va a ser el texto, los disparadores. De ahí empiezan a salir las primeras ideas, los primeros conceptos”, detalla. Las imágenes que aparecen en cada etiqueta no son casuales ni aisladas: “He tenido la suerte de trabajar con ilustradores que se suman según el estilo. A veces se busca algo realista, otras un concepto abstracto o más simbólico. Siempre hay alguien que colabora desde su especialidad”.
Entre los que integran “el plantel creativo” de su estudio, Daniel destaca nombres que ya son parte fundamental de cada jugada: Mónica Catalano, socia, Mariana Cordones, Silvia Sunderman y Mar Pérez Delgado, en el área de ilustración; Guillermo Rodríguez, que juega en doble posición como diseñador e ilustrador; y Franco Favier, que se encarga del diseño y la maquetación. “Siempre lo creo y lo asevero, el trabajo en equipo es donde vos logras el éxito de un producto y de un proyecto. Incluso el cliente tiene que estar dentro de ese equipo”.
Pero si hay algo que Favier reitera en sus palabras cuando menciona ALMA. “La idea es que las etiquetas tengan su propia alma y tratar de despegarte un poco de eso que a uno lo caracteriza como diseñador”, dice, marcando una diferencia clave con el mundo del arte. “Yo creo que hay ciertos rasgos característicos que te definen, que pueden aparecer en tu forma de resolver, pero no está bueno que todo lo que haces tenga tu sello como si fuera una firma. El riesgo es que se vuelva repetitivo. No se trata de imponer tu estilo, sino de encontrar el estilo de esa etiqueta”.
Diseñar etiquetas, dice, es también un trabajo con reglas. “Tiene un fin, tiene una planificación. Se generan marcas y productos para vender a cierto mercado, de acuerdo al gusto o lo que manda hoy. No es tan abstracto”. Es por eso que señala el diseño de etiquetas de vino como arte que tiene un propósito ya interpretado “en el arte mismo de diseñar hay un concepto detrás. Siempre estás bajo ciertas normas o preceptos. Y ahí está el verdadero desafío: que cada etiqueta diga algo propio sin dejar de hablarle al mundo”.
“Mi trabajo termina cuando veo la etiqueta pegada sobre la botella”, dice Daniel. Pero no es solo eso. También acompaña el proceso de impresión: ficha técnica, pruebas de color, pie de máquina. “Es importante que el resultado final sea fiel a lo que se mostró al cliente. Esa coherencia también es parte del servicio”.
Y después viene la magia, el momento de cruzarse con el vino ya vestido. “es grato cuando entras a una vinoteca y ves el producto, porque también es como parte de tu vida y de tu alma”, confiesa. “Es muy linda la etapa en donde vos ves cómo empiezan a mostrar el producto a través de las redes. Y bueno, eso tiene todo un laburo muy grande detrás, es una satisfacción grande. Inclusive saber que después todo el proyecto sigue creciendo”.
El mundo del diseño le abrió caminos. “Gracias a las etiquetas conocí lugares increíbles, conocés personas, culturas. El vino te da amigos, te hace crecer”. Y aunque muchos eligen el vino por lo que contiene, otros lo eligen por lo que comunica. Por eso, la cocina de las etiquetas no es un rincón más de la industria vitivinícola. Es un espacio donde nacen relatos, donde se diseña el primer sorbo.
“Soy fiel consumidor de vino. Este mundo te da muchos amigos —cuenta Dani con una sonrisa—. Tenemos muchos amigos enólogos, que como dice uno, hoy somos familia. Compartimos mucho tiempo juntos, y los vas viendo crecer, con premios, con reconocimiento. Todo lo que rodea al vino te hace crecer también a vos. Eso es lo más lindo”.
Daniel Favier junto a su colega Guille Rodríguez fueron los creadores del desarrollo gráfico de la marca Pueblo del Vino, una iniciativa que busca posicionar a La Consulta- San Carlos como destino enoturístico sustentable. “Estamos en la primera etapa y ahora se empieza a comunicar con más fuerza. La idea es que toda la gente pueda vivir de esta actividad que nos beneficia a todos”, explica. El proyecto reúne a más de 30 bodegas y pequeños productores del distrito, y busca visibilizar la calidad de los vinos locales.
El diseño de la etiqueta tiene elementos ligados a la identidad cultural de la zona: “Las botellas se convirtieron en pequeñas casas. La Damajuana representa lo popular, el compartir; otras dos botellas simbolizan vinos de mayor complejidad. Los colores reflejan esa diversidad. La idea era generar visualmente ese concepto de pueblo, de comunidad”, detalla Favier.