Cuando la conectividad nos perjudica: la dependencia de la doble tilde azul y el estar siempre presente

Nuestros hábitos han cambiado con el uso del celular y genera efectos en las relaciones amorosas: testimonios y análisis para entender cómo eso de “estar en línea” constantemente afecta nuestras vidas.

Los celulares llevan del hiper control a la desconexión personal.
Los celulares llevan del hiper control a la desconexión personal.

Es un hecho: la conectividad cambió nuestra forma de vincularnos. Por ejemplo, pude cuidar a mi sobrino adolescente por videollamada durante seis horas. Para evitar una posible desconexión, utilizamos en simultáneo teléfono y tablet. Hiperconectados, sincronizamos la visualización de un documental y lo comentamos en vivo, al tiempo que le comunicaba a mi hermana por WhatsApp que todo estaba en orden. Luego él me dio una clase magistral sobre el Mundial, información que adquirió de sus consumos en línea. Ahora puedo ser la niñera online de mi joven cyborg, y este es un nuevo hábito familiar.

La situación muestra una de las múltiples caras de la conectividad. El control sirvió para un fin que podríamos considerar ¿útil, noble? Y saliendo de lo familiar, ¿qué sucede con los vínculos amorosos cuando las apps funcionan como “detectives’' de la vida del otro? ¿Y qué hay en la –a veces insoportable– espera por la doble tilde azul?

Con frecuencia este tema presupone un enfrentamiento entre detractores y benefactores, pero como se afirma en La cultura de la conectividad, una historia crítica de las redes sociales, de la autora José van Dijck: “En suma, la heterogeneidad de actores obliga a un tratamiento de la socialidad más complejo que el de una mera confrontación entre dos bandos”. En Maquillada: Ensayo sobre el mundo y sus sombras, Daphné B. dice “Estoy envejeciendo en línea” y “El capitalismo también hace latir mi corazón”. Ya vemos, cada tiempo histórico ofrece sus contradicciones.

Observamos en las profundidades de este océano (o en el panóptico de Byung Chul-Han) a través de testimonios y análisis desde la sociología, el psicoanálisis y la filosofía, para acercarnos a su complejidad porque, como señala van Dijck, que la socialidad “se vuelva tecnológica” no sólo alude a su desplazamiento al espacio online, sino también al hecho de que “las estructuras codificadas alteran profundamente la naturaleza de las conexiones, creaciones e interacciones humanas”.

Entre la espera y el control

Luciano (34) se define como un “grinch de la conectividad”, no para el trabajo, pero sí para los vínculos afectivos. Dice que a veces la conectividad termina arruinando los vínculos y las formas de sentir. “Porque te condiciona, te genera ansiedad y te volvés un poquito sádico revisando lo que hace la otra persona, viendo con quién estuvo o sacando conclusiones. Tanto tiempo y mente para este tipo de pensamientos me hace pensar que hemos involucionado, en lugar de evolucionar”.

En la investigación “Me clavó el visto: los jóvenes y las esperas en el amor a partir de las nuevas tecnologías”, se profundiza sobre estas sensaciones que experimenta Luciano. Maximiliano Marentes es uno de sus autores. Es Licenciado en Sociología, Magíster en Sociología de la Cultura, Doctor en Ciencias Sociales y becario posdoctoral de Conicet, docente e investigador IDAES-UNSAM. Al preguntarle si considera que las conclusiones a las que arribaron se sostienen o se han potenciado, desde Berlín señala que “estos patrones perduran y se potencian”.

En línea con lo que siente Luciano, el artículo destaca que “las tecnologías no son un simple medio para comunicar mensajes, sino que juegan un papel performativo en el vínculo amoroso. El tiempo deviene en chicle mascado (lento, interminable, sin sabor fresco) y el intento del control sobre el otro se transforma en potenciales escenas protagonizadas por actores descontrolados (ansiedad, ira, celos)”.

Si profundizamos sobre el control, “las herramientas de estas nuevas tecnologías permiten a sus usuarios/as recolectar indicios de los comportamientos del otro como si fueran pruebas”.

Lo destaca En el enjambre el filósofo Byung Chul-Han: “Vigilancia y control son una parte inherente a la comunicación digital. Lo peculiar del panóptico digital consiste en que comienza a desaparecer la diferencia entre el Big Brother y los habitantes. Aquí cada uno observa y vigila al otro”.

Y en este punto, es interesante hacer el ejercicio de perspectiva que propone Maximiliano Marentes. Ojo: no es que la carta y el teléfono (fijo) no hayan tenido su propia performance. Martentes destaca que los vínculos se construyen con las condiciones de posibilidad de cada medio de comunicación concreto.

Lo rescata también Martín Kohan en ¿Hola? Un réquiem para el teléfono: “El propio Benjamin examinó la manera en que una nueva tecnología (...) fundaba un nuevo tipo de percepción y, con eso, un nuevo sujeto; constituía un nuevo sujeto, y con eso, un nuevo espectro de relaciones sociales”.

El momento clave, el primer celular

Daniela (45) tiene tres hijos. Sobre los celulares y la conectividad, cuenta: “Con la más chica, cambió rotundamente. Cuando se lo das, no lo usan tanto porque no tienen tantos contactos, hasta que llega el momento en que todos tienen y empiezan a armar grupitos. El uso es todo el día”.

Guada (11) usa el teléfono solamente dentro de su casa. Daniela dice que con sus otros hijos la regulación del uso del teléfono es posible, pero que con la más chica “lo quiere regular, pero no le sale”; a su vez, destaca que es algo que conversan con otros padres.

“Es esta generación. Pensaba que era yo, que me faltaba ponerle límites, pero estamos todos los padres en la misma situación. Cansados. A veces se quedan chateando hasta la madrugada”, comenta.

Luciano también tiene tres hijos y recuerda cómo era la situación con los dos mayores: “Al principio, teníamos algún tipo de restricción diaria, les decíamos la cantidad de horas por día. Después yo me volví un padre completamente laxo y totalmente inocuo al uso de dispositivos electrónicos por parte de mis hijos”.

María (37) dice que apenas su hijo (11 años) tuvo su primer celular, no estaba tan preocupada por revisar lo que hacía. Y se explaya: “Al inicio tampoco me respondía rápido ni estaba tan atento, le costó. Pero después se mandó una macana en un grupo de WhatsApp y comencé a revisarlo cuando él se dormía. Ahora ya sabe cómo manejarse, estoy más tranquila”.

Destaca también María que cuando está en otro lugar, le cuenta cómo está, cómo se siente. Y nota que ahora “lo tiene todo el día en la mano con Tik Tok”, al mismo tiempo destaca que desde que aprendió a buscar en Google “le ha aportado mucho conocimiento, busca todo lo que le interesa”.

Cuenta que al mediodía y a la noche, cuando están sentados en la mesa, le dice que es “su momento”. Un momento en el que quiere estar con el celular.

Doble tilde e imposibilidad de la ausencia

Hablar de conectividad también es hablar de las lógicas capitalistas. Retomamos a José van Dijck cuando dice: “Si bien el término ‘conectividad’ proviene de la tecnología, donde denota transmisiones por medios informáticos, en el contexto de los medios sociales rápidamente adoptó la connotación de un proceso por medio del cual los usuarios acumulan capital social, pero en realidad el término cada vez hace más referencia a los propietarios de las plataformas que amasan capital económico”.

Entonces hay una sensación de acumular capital social, pero al mismo tiempo la necesidad de estar continuamente conectados. Guido Coll, psicoanalista, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), doctor en Psicología, docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), profundiza: “Tomando a Boris Groys, tratamos de ubicar la doble tilde como paradigma de la maquinaría de internet de control, vigilancia y transparencia. Internet en su totalidad como paradigma relacional en lo contemporáneo”.

Coll destaca: “Tanto el sujeto que recibe un mensaje como el que lo envía suponen un estado de permanencia absoluto. Esa suposición de una presencia absoluta implica, por un lado, cumplir con esa presencia absoluta; y por otra parte, suponer que el otro tiene que estar en presencia absoluta las 24 horas. Entonces tiene estas dos caras: de vigilancia y también de ansiedad-angustia, depende de donde se encuentre el sujeto”.

A su vez, siguiendo con el aporte de Groys, trae la noción del estado de ausencia temporaria como constitutivo del proceso creativo. Call señala que ese estado de ausencia es constitutivo del sujeto: “Entonces no lo permiten ni las citas ni la doble tilde porque, en realidad, está limitado por la ansiedad que se juega en suponer que el otro está disponible”.

“Byung Chul-Han lo toma en La sociedad del cansancio. Habla de un cansancio operativo, clásico. Se remonta hasta la inclusión del domingo en la creación, que por esencia tiene un vacío en el continuo del tiempo público sincronizado con la sociedad. Y esto lo digo, que hasta Dios necesitaba un vacío de no producción”, agrega.

Esta situación está exacerbada por la presencia permanente en las redes al no permitir el estado de ausencia. Dice Coll, tomando a Lacan: “El capitalismo no propicia ningún tipo de lazo, por no tener un vacío, no tiene una imposibilidad lógica, no hace lazo”.

¿Cómo funcionamos? Coll trae a Mark Fisher con su forma maníaca depresiva, donde no hay posible realización personal en nada. Así, los dos significantes con los que se presenta son la ansiedad y la depresión. Otro síntoma más claro es la disminución del deseo, que ni siquiera se encuentra en la actividad sexual, incluso ante una sexualidad desenfrenada que promete la época.

Cuando hablamos de estos efectos, no es que no se reconozca la existencia de las bondades de la conectividad. Coll trae a Lacan y dice: “Cada luz tiene sus sombras, y nosotros leemos las sombras”.

¿Cómo vivimos? Con todo tan presente todo el tiempo, nos falta la ausencia para la circulación del deseo. Nadie nada nunca, titularía Juan José Saer. Cabe de nuevo la pregunta: ¿hacia dónde navegamos?

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