El hígado graso es una de las enfermedades silenciosas más frecuentes, afecta al 25% de la población mundial, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y suele desarrollarse sin síntomas evidentes durante años. En Argentina, especialistas advierten que va en aumento, por el estilo de vida sedentario y las dietas ricas en ultraprocesados.
La enfermedad, conocida como esteatosis hepática, se produce cuando se acumula grasa en las células del hígado, generalmente por una mala alimentación, obesidad, diabetes tipo 2 o consumo excesivo de alcohol. Sin embargo, también existe el llamado " hígado graso no alcohólico" (NAFLD, por sus siglas en inglés), que se da incluso en personas que no beben alcohol.
¿Cómo saber si tenés hígado graso?
Una de las principales dificultades para detectarlo es que, en sus primeras etapas, no suele dar síntomas. "La mayoría de los pacientes se enteran de que tienen hígado graso por estudios de rutina o al hacerse una ecografía por otra razón", explica la Dra. María Laura Correa, hepatóloga del Hospital Italiano de Buenos Aires.
Algunos de los signos que pueden aparecer en estadios más avanzados son:
A través de una ecografía abdominal, un análisis de laboratorio o una elastografía hepática, los médicos pueden evaluar el grado de grasa en el hígado y si hay daño hepático asociado. Aunque no siempre deriva en complicaciones, si no se trata puede avanzar a fibrosis, cirrosis e incluso cáncer hepático.
¿Qué cambios en la alimentación recomiendan los expertos?
Uno de los pilares fundamentales en el tratamiento del hígado graso es la modificación del estilo de vida, principalmente en la dieta. "No existe un medicamento específico aprobado para tratar esta condición, pero los cambios alimentarios y la pérdida de peso demostraron tener un impacto positivo incluso en casos avanzados", afirma el Dr. Ariel Esteban, miembro de la Sociedad Argentina de Hepatología (SAHE).
1.Reducir los azúcares simples y ultraprocesados
Evitar el consumo excesivo de bebidas azucaradas, golosinas, galletitas industriales, pan blanco y cereales refinados es clave. La fructosa, presente en muchas bebidas industriales, está directamente asociada con el desarrollo de hígado graso.
La American Association for the Study of Liver Diseases (AASLD) recomienda limitar la ingesta de azúcares añadidos a menos del 5% de las calorías diarias.
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Gaseosas y jugos artificiales están directamente vinculados al aumento de casos de esteatosis hepática (hígado graso), al punto que en Francia ya se conoce a esta enfermedad como “la enfermedad de la gaseosa”.
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2. Aumentar el consumo de vegetales y frutas enteras
Incorporar verduras en cada comida y optar por frutas frescas (no en jugo) aporta fibra, antioxidantes y nutrientes esenciales. La fibra ayuda a mejorar la sensibilidad a la insulina y a reducir la grasa hepática.
3.Elegir grasas saludables
El reemplazo de grasas trans y saturadas por grasas insaturadas —como las que se encuentran en el aceite de oliva, los frutos secos y el pescado— se asocia con mejoras en el perfil lipídico y una menor inflamación hepática. Según un estudio publicado en *The Lancet Gastroenterology & Hepatology* (2021), las dietas con alto contenido de omega 3 pueden reducir la esteatosis hepática.
4. Disminuir el consumo de alcohol
Aunque el hígado graso no alcohólico no está causado por el alcohol, su consumo puede empeorar la condición. Los expertos aconsejan evitarlo completamente en caso de diagnóstico confirmado.
5. Controlar las porciones y bajar de peso gradualmente
Una pérdida del 7 al 10% del peso corporal puede revertir parcial o totalmente la esteatosis hepática. "Lo importante es que la reducción sea progresiva, con un enfoque realista y acompañado por un nutricionista", detalla la Dra. Correa.
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Son alimentos simples que podés incorporarlos para un envejecimiento saludable.
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No alcanza solo con hacer dieta, sino también ejercicio
Además de la alimentación, se recomienda realizar al menos 150 minutos semanales de actividad física moderada, como caminar rápido, nadar o andar en bicicleta. El ejercicio regular ayuda a reducir la grasa hepática, mejora la sensibilidad a la insulina y colabora con el descenso de peso.
La detección temprana y el seguimiento médico son claves. En general, se recomienda realizar controles anuales de laboratorio y estudios de imagen si existen factores de riesgo, como obesidad, colesterol elevado o antecedentes familiares.