Cuando las torres gemelas ardieron como antorchas hasta hundirse en el vientre de Manhattan, nadie habría imaginado que un musulmán podría alguna vez convertirse en alcalde de la ciudad que sufrió aquel ataque exterminador. Sin embargo, 24 años después del día en que el ultraislamismo mató a miles de norteamericanos en nombre de Al Qaeda, los neoyorquinos votaron masivamente como alcalde a un joven musulmán.
Donald Trump dice que es “comunista” y que pronto los neoyorquinos empezarán a huir en masa hacia Florida, como hacen los cubanos desde 1960. Mamdani no es comunista, aunque está a la izquierda de Berny Sanders y de Elizabeth Warren. El problema, en todo caso, es que su receta socialdemócrata es anticuada y tiene ribetes demagógicos.
En Estados Unidos es necesario un progresismo que enfrente la obscena concentración de riqueza en un puñado ínfimo de mega-millonarios, pero con recetas más actuales y menos ideológicas.
Mamdani ganó la alcaldía de Nueva York porque representó el cachetazo más sonoro en las anaranjadas mejillas del jefe de la Casa Blanca. Y lo elevará a escala nacional si cumple su impúdica amenaza de cortar el envío de los fondos que corresponden a esa ciudad porque “los malgastará el comunismo”.
A partir de ahora, en el conservadurismo evangélico empezarán a describir a Zohran Mamdani como un ultraislamista. Así se intentará conjurar que, en la próxima elección presidencial, ocurra lo que ocurre en “Sumisión”, la novela de Michel Houellebeck en la que un musulmán conquista en las urnas la presidencia de Francia y comienza a convertir en islamista a la cuna del secularismo europeo.
Por cierto, ser musulmán no implica ser ultraislamista, así como definirse como socialista no implica ser comunista.
En rigor, profesar el Islam, que es una religión profundamente conservadora, lo acerca al fundamentalismo evangélico que promueve Trump. Si Zohran Mamdani es todo lo opuesto al magnate neoyorquino es por ser un inmigrante que se define como socialista. No fue el único cachetazo que recibió Trump el martes electoral que vivió Estados Unidos. En la elección para el gobierno de New Jersey perdió el republicano Jack Cittarelli frente a la demócrata Mikie Sherrill, mientras que en la disputa por la gobernación de Virginia se impuso la demócrata y anti-trumpista Abigail Spanberger.
La oposición ganó también las alcaldías de ciudades clave como Cincinnati (donde fue derrotado el hermano del vicepresidente J.D. Vance) además de Detroit, Atlanta y Pittsburgh. Pero la otra gran derrota del presidente conservador se dio en California, donde un referéndum lo enfrentó con quien se perfila como su mayor desafiante a escala nacional: el demócrata Gavin Newsom. Y la aprobación a la propuesta del gobernador progresista superó el 65%.
De todos modos, es Nueva York el epicentro del tembladeral que sacude a Trump. Los tres candidatos que compitieron por gobernar la ciudad expresan a la inmigración. El candidato republicano Curtis Sliwa es de familia polaca; Andrew Cuomo desciende de inmigrantes italianos y Mamdani nació en Kampala, la capital de Uganda, sus padres son indios y vivió en Sudáfrica antes de llegar a Norteamérica.
Como el candidato republicano no movía el amperímetro, Trump apoyó a Cuomo, un demócrata de pura cepa, pero autor de dos fraudes morales deleznables: primero, las conductas sexuales inaceptables que lo obligaron a renunciar antes de cumplir su segundo mandato como gobernador. Segundo, candidatearse como independiente después de haber perdido las primarias precisamente frente a Zohran Mamdani.
No hay ley que lo establezca, pero el sentido común indica que quien pierde las primarias de un partido queda fuera del proceso electoral en cuestión. Y Cuomo traicionó ese principio implícito de la ética política al postularse por fuera de su partido para volver a enfrentar a quién ya lo había vencido.
De tal modo, el presidente que lanzó una inmensa y cruel cacería de inmigrantes, para evitar que gobierne New York City un izquierdista musulmán africano que lo desafía aún más duramente que Gavin Newsom, tuvo que apoyar al hijo de un prócer del progresismo: el célebre ex gobernador Mario Matthew Cuomo.
Una vez más, Trump recurrió al juego sucio. Para perjudicar a quien eligió como “enemigo” en La Gran Manzana, advirtió a los neoyorquinos que si ganaba Mamdani la ciudad se quedaría sin los fondos que por ley debe recibir del Estado federal. Y en su boca esa amenaza es creíble porque, cuando Andrew Cuomo fue gobernador y el mundo atravesaba la pandemia, Trump retaceó al Estado de Nueva York los refuerzos a la asistencia médica y la financiación de los programas anti-pandemia.
Aún exhibiendo ese lado oscuro, Trump fracasó en evitar el triunfo del joven socialista. Al contrario, lo favoreció. De ahora en más, Mamdani será blanco de una campaña que, si no logra deportarlo como “inmigrante ilegal”, lo difamará como “ultraislamista” equiparándolo a Mohammed Ben Abbes, el musulmán que llegó a la presidencia de Francia en la novela de Houellebeck.
* El autor es politólogo y periodista.