Rushdie y la sombra del ayatola Jomeini

La última prueba del lunatismo criminal del régimen iraní fue su posicionamiento oficial en defensa del atentado que sufrió Rushdie en Estados Unidos.

Salman Rushdie
Salman Rushdie

El oscuro líder religioso que condenó a Salman Rushdie a pasar el resto de su vida en una prisión que no tiene rejas ni muros y abarca la totalidad del mundo, no dictó esa escalofriante condena porque el escritor ofendiera al Islam, como argumentó en 1989 al anunciar la fatwa. Ruhollah Jomeini estalló contra el novelista al verse reflejado en uno de los personajes de Los Versos Satánicos: el piadoso imán que vivía en el exilio y, al regresar a su tierra ya liberada del cruel déspota que la sometía, se convierte en un monstruo que devora a su pueblo.

El ayatola Jomeini estuvo exiliado en París y desde allí impulsó la revolución religiosa que derrocó al shá Reza Pahlevi y creó la teocracia chiita de Irán. Seguro, aparecer en el libro como un monstruo que devora a su pueblo lo indignó más que los personajes que reflejan a los protagonistas de la historia y la mitología del Islam.

La tradición musulmana dice que Mahoma borró del Corán 2 versículos al darse cuenta que fue el demonio, no Alá, quien se los había dictado. Uno de los personajes de la novela, Gibreel Farishta, representa al arcángel Gabriel, mientras que otro, Salahudin Chamchawala, representa al demonio que, camuflado de Alá, dictó los 2 versos malditos a Mahoma.

Otro personaje central es Mahound, nombre con el cual los cristianos de la Edad Media llamaban despectivamente al profeta del Corán. Y en la novela también aparece una mujer, Aisha, que es como se llamaba una de las esposas de Mahoma, la más joven.

Pero es el clérigo que devino en monstruo la razón por la que el creador de la República Islámica enclaustró al escritor en la celda sin muros ni rejas que abarca el mundo entero. Y el régimen que construyó sobre los escombros de la última dinastía persa prolonga la política absurda y oscura que inauguró Jomeini.

La última prueba del lunatismo criminal del régimen fue su posicionamiento oficial sobre el atentado que sufrió Rushdie en Estados Unidos. Fue una reacción inconcebible. A renglón seguido de negar “categóricamente” cualquier vinculación con Hadi Matar, el autor del ataque, el régimen dijo que por su apuñalamiento “sólo Rushdie y sus partidarios merecen ser culpados e incluso condenados”.

Como si fuera una broma de humor negro, la teocracia chiita considera que la víctima es el culpable. En el desopilante razonamiento expuesto por Naser Kanani, portavoz de la Cancillería, Rushdie es incluso más culpable que quien lo apuñaló. Como si apuñalar a un hombre mayor y desarmado fuese una consecuencia lógica y elogiable de un libro al que un líder religioso consideró blasfemo.

El comunicado oficial no deja dudas de que, desde su perspectiva, el culpable no es el atacante si no el atacado. En sus pocos párrafos, ni siquiera menciona al joven que lanzó una lluvia de puñaladas sobre Rushdie.

“Insultando los asuntos sagrados del Islam… Salman Rushdie se expuso a la ira y a la rabia de la gente”, dice el comunicado en lo que constituye el argumento de la acusación a la víctima. No fueron el gobierno ni el Estado iraní los que dictaron la fatwa, sino su fundador. Pero el régimen jamás exhortó a los fieles a no cumplirla. Tampoco repudió los atentados y asesinatos perpetrados contra los editores y los traductores del libro. Y al producirse el primer ataque directo contra el prolífico escritor indo-británico, el poder oscurantista que impera sobre los iraníes hizo algo peor: justificó el atentado de tal manera que alienta a otros fanáticos a lanzarse contra Rushdie.

De ese modo, el régimen demostró pensar igual que el oficialista diario Kayhan, que describió al atacante como “ese hombre valiente y consciente del deber que atacó al apóstata y vicioso Salman Rushdie”. El diario que refleja la posición de la cúpula religiosa planteó de manera explícita lo que el vocero del gobierno planteó de manera implícita: el elogio del acto criminal y de su autor.

Diderot calculó en sólo un paso la distancia entre fanatismo y barbarie. Si el lúcido enciclopedista también hubiera calculado la distancia entre el fanatismo y el absurdo, habría concluido que no la hay, porque se superponen. No toda posición absurda implica fanatismo pero todo fanatismo es absurdo. Lo prueba la fatwa llamando a matar a Rushdie. También lo prueba el joven que mostró creer que si ejecuta ese crimen Alá lo colmará de gloria por la eternidad.

El fanatismo es enemigo de la razón y se expresa mediante el absurdo y la barbarie. Lo probó el joven que intentó ejecutar el designio de Jomeini. Y lo corroboró el insólito pronunciamiento del régimen iraní respecto al sangriento ataque que sufrió el escritor anatemizado como abominable blasfemo.

El autor de la nota, Claudio Fantini, es politólogo y periodista

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