En el acto de cierre de su campaña electoral, el 23 de octubre pasado en Rosario, Javier Milei calificó como "destituyente" al Congreso Nacional que tuvo en sus dos primeros años. Pero no es que haya llamado así a los kirchneristas que no le votaron ni una ley, sino también a todos los que, desde otros partidos, le votaron todas las leyes. Sus increíbles palabras, fueron literalmente las siguientes: “Si bien durante el primer año pudimos sacar leyes importantes y hacer las reformas estructurales más grandes, nos aprobaban todo porque creían que iba a salir mal.... cuando arrancó este año y la economía venía a todo vapor, se encendió la máquina de impedir”.
La verdad "verdadera", en contra de lo que él mismo dice, es que logró durante su primer año aprobar la mayoría de sus leyes y aplicar sus decretos, gracias al apoyo de casi todos los legisladores y gobernadores no kirchneristas, macristas, radicales, independientes, incluso varios peronistas. Fue el año ganado. Pero el siguiente decidió perderlo legislativamente y no sacar ni una ley, peleándose con casi todos con los que el año anterior había acordado. O sea que el Congreso jamás le jugó, en su mayoría, como destituyente.
Sin embargo, su delirante conclusión de que los que hasta los que le votaron sus leyes son a la postre enemigos destituyentes, siendo falsa, tiene su lógica. Es que Milei buscó, a propósito, perder un año legislativamente para fortalecer su partido a costa del resto de sus aliados. Necesitaba debilitarlos partidariamente más que sumarlos legislativamente, para ganarles electoralmente. Y lo cierto es que, aunque las razones fueran otras, ganó. Y desde su triunfo el relato que busca imponer es que fue Karina Milei con su concepción del partido personal nacional la más importante herramienta con la que se ganó la elección. Más que por Trump, más que por el miedo kuka, más que por todo lo demás. Tanto que desde el 26 de octubre son multitud los que, pertenecientes a otros partidos, hacen larga cola para afiliarse a La Libertad Avanza, siguiendo la ruta de los que con espíritu que podríamos caracterizar de "oportunismo profético" ya lo hicieron desde antes de las elecciones. Hoy la moda son palabras como cooptados, saltimbanquis, tránsfugas, borocotós y todos los sinónimos que usted quiere usar para denominar a los que quieren pertenecer al espacio ganador renunciando a sus anteriores proveniencias.
No obstante, nobleza obliga, que el mileismo quiera crear un partido propio con la suficiente fuerza para ser competitivo por sí mismo, no es algo objetable. Está en todo su derecho, reconfirmado además plenamente por las urnas. El problema es si por querer fortalecer su poder propio tergiversa su misión histórica, debilitando la posibilidad de convocar a la mayor parte de fuerzas coincidentes (si es posible, a todas) en avanzar por el amplio sendero del liberalismo capitalista a fin de ir dejando cada vez más atrás el también amplio sendero del estatismo corporativo, que hoy está debilitado, pero en absoluto muerto. Sumar a los que rechazan el regreso al pasado, siempre será más importante que querer hacerlo solo, por la inmensa magnitud de la tarea.
Aun así, que Milei no se sienta a gusto formando un gabinete de coalición y quiera gobernar solo con los suyos, es algo que le toca decidir a él y lo que decida estará bien, pero una cosa es querer formar gobierno únicamente con los de su fuerza política, y otra cosa es querer que todo el que lo apoye sin formar parte de su fuerza política (ya sea desde el Congreso o desde las gobernaciones) sea empujado a convertirse a la nueva religión o morir si no se convierte. Es que a Javier Milei y a su hermana Karina, por lo que vienen demostrando, les interesan mucho más las cooptaciones, el "carancheo" de afiliados de otros partidos, que los acuerdos estratégicos con los que coinciden con sus grandes ideas, pero sin deseos de perder su propia identidad. Con sus aliados, los consensos que los hermanos Milei ven no son acuerdos estratégicos, sino tácticos, para conseguir mayorías parlamentarias y poco más hasta que las logren por sí mismos. Y en realidad debería ser al revés: construir acuerdos estratégicos muy por encima de los meramente tácticos. Pero es que los Milei ven en palabras como "consensos" o "alianzas", pérdidas de tiempo que sólo los atrasan en la velocidad de lo que suponen su destino histórico, al que creen encarnar de modo exclusivo.
Si el presidente supone que el apoyo de Trump (por la positiva) o de Cristina (por la negativa, por piantavotos) o de su propio gobierno por sus logros económicos, no son las principales causas de haber ganado las elecciones, sino que la primerísima razón de haber triunfado tan rotundamente como ganó es porque escuchó a Karina que siempre le propuso cortarse solo, lo más seguro es que se reconfirme en esa concepción: la de dialogar con las otras fuerzas lo mínimo indispensable para que le voten las leyes hasta que consiga la mayoría propia, en dos años ganando la reelección o a partir de este 10 de diciembre si logra cooptar un número suficiente de advenedizos para lograr quorum propio y poder ir dejando de lado, más temprano que tarde, a todo el que no se le someta afiliándose a LLA, aunque piensen similar.
Por ende, hoy la tentación de muchos (y en forma creciente) de quienes forman parte de la debilitada oposición colaboracionista de saltar cuanto antes a LLA es enorme, porque llegar a la cima de la montaña en helicóptero alquilado es mucho más descansado que escalar la montaña. Por lo tanto, el objetivo central de los hermanos Milei puede llegar a tener (está teniendo) bastante éxito. Pero puede ser pan para hoy y hambre para mañana, porque existe un enorme riesgo de que devenga su inmensa debilidad estructural del futuro cuando al individuo Milei no le vaya tan bien como ahora, y ni digamos cuando él se vaya, porque con él se irá todo lo bueno que puede haber construido. Es que un gobierno que al despreciar las alianzas o apoyos externos por desconfiar profundamente de los que no se le cuadran totalmente, se proponga con sus partidos aliados rapiñarles, caranchearles, afanarles cuadros políticos y/o comprarles votos cuando no alcancen los suyos con pagos de coyuntura, creará un sistema centralista institucionalmente deforme que, aunque políticamente logre quedarse casi sin rivales en el presente, el día que se debilite el presidente, debilitará a todo el sistema. No conviene olvidarse que hoy el peronismo está de capa caída, pero eso no implica que pueda renacer de nuevo como lo hizo mil veces cuando lo decretaron muerto otras tantas mil veces, e incluso con las mismas o peores ideas K.
Precisamente ahora, a casi un mes de las elecciones de octubre, ya casi todos parecemos habernos olvidado lo que pasó los cuatros o cinco meses previos a las elecciones: que las torpezas una y otra vez reiteradas de los hermanos Milei con su audaz inexperticia política, en su ambición de quedarse solos con todo despreciando o ninguneando a la mayoría de los que fueron sus aliados, generaron un ruido no solo político sino principalmente económico que llevó no solo a poner en crisis la gobernabilidad, sino hasta la propia permanencia del gobierno. Tanto que, hasta el mismo Milei, una semana antes de los comicios, se disponía a un cambio de ciento ochenta grados en su gabinete si las cosas electoralmente le iban mal. Felizmente, una conjunción de "elementos afortunados" (en particular, 1) el apoyo impresionante de Trump, 2) el triunfo igual de impresionante del peronismo en Buenos Aires el 7 de setiembre que aterró a gran cantidad de votantes con el riesgo del regreso del peor pasado y 3) la popularidad de Milei que todavía permanece invulnerable incluso a sus propios errores en una gran parte de la población que se sigue sintiendo más identificada personalmente con él que con el resto de la clase política) hicieron que el mileismo ganara muy bien a lo largo y a lo ancho del país.
Pero si ese apoyo popular tan rotundo no hubiera acontecido, hoy estaríamos en gravísimos problemas de gobernabilidad, pese a que, como demostró el triunfo electoral al acabar con los ruidos autoinfligidos, el programa económico parece haber sido y seguir siendo, en general, bastante sólido. No obstante, en la Argentina, hasta el programa económico más sólido puede ser insuficiente para impedir que un gobierno vuele por los aires, si dicho gobierno no comparte el poder con todos los que piensan similar. Si no suma toda la materia prima disponible, porque nada nunca será suficiente si se deja afuera una parte por mínima que sea. Es que lo que no parece entenderse del todo es que, aún hoy, en nuestros pagos, los fantasmas del pasado, por más muertos vivos que parezcan, volverán a estar mucho más vivos que muertos si las torpezas de los que quieren dejarlos para siempre en el pasado, son mayores que sus capacidades para abrir las puertas del futuro.
El gobernante argentino que no entienda o se niegue a ver esta indiscutible realidad "nacional y popular", estará destinado a fracasar, aunque su gobierno acierte en casi todo. Y es precisamente en estos momentos, donde el triunfalismo oficialista ha vuelto a estar de moda, cuando más necesario parece ser marchar contra la corriente, y advertir sobre este peligro que hasta el 26 todos creímos que estaba a nuestras puertas, y que hoy, apenas pasado un mes, creemos que ha dejado prácticamente de existir. Pero ojo, mucho ojo. En la Argentina casi nunca las cosas son como parecen ser y suelen devenir en su contrario en menos que canta un gallo.
En 80 años el peronismo logró cooptar casi todo lo que se le ponía afuera o enfrente. O neutralizarlo, o ponerlo a su servicio o hacerlo desaparecer. Y nada indica que no lo seguirá haciendo en el futuro si las fuerzas hoy coyunturalmente triunfantes de la historia no le ponen firmes obstáculos para seguir siendo lo mismo que casi siempre fue. Hoy estamos frente a una oportunidad inmensa para crear una alternativa más poderosa que el influjo peronista, porque éste nunca estuvo tan débil. O sea, la de generar esas estructuras capitalistas similares a las de todos los países desarrollados de Occidente. Vale comparar con un ejemplo reciente: hoy el peronismo tiene muchísima menos fuerza que la que tuvo para resistir ese mismo propósito cuando lo intentó Macri. Ahora, entonces, todo es más fácil en ese sentido, pero ojo, eso es hoy, porque mañana, al menor traspié todo puede darse vuelta de nuevo, si nos quedamos en la chiquita y renunciamos a pensar en grande. Aclarando que grande no es lo mismo que grandilocuente. Una cosa es sentirse el instrumento del pueblo argentino para cambiar la historia argentina, y otra es creerse el dueño de la historia y el mejor del mundo.
Es por eso que, si se atreviera a volar alto y por ende, a acabar definitivamente con ese pasado que nos impide desarrollarnos, el rol fundamental de Milei en la historia debería ser el de instalar de modo permanente en la Argentina las reglas de juego de un capitalismo moderno no corporativo ni clientelar ni populista, sino republicano y liberal en lo institucional, que incluya un Estado limitado (pero no por eso debilitado en sus funciones esenciales) cuya misión fundamental en lo económico sea fortalecer al mercado como principal factor de crecimiento e incluso de distribución, pero estableciendo dicho Estado las reglas de juego. El mercado está compuesto por los jugadores e incluso por los directores técnicos, pero el Estado es el árbitro del partido. Porque conste que hablamos de capitalismo liberal, no de anarcocapitalismo, puesto que eso de que el "monopolio" es un hecho positivo si lo crea el mercado, o que el mercado debe reemplazar al Estado hasta en las funciones irrenunciables del Estado (Estado que a la larga debe desaparecer), no es liberalismo, sino volver al estado de naturaleza del que hablaba Thomas Hobbes, el del hombre lobo del hombre.
Milei pasará a la historia si en vez de dedicar sus mayores energías y poderes en fundar un partido personalista, le antepone a esa cuestión menor, la creación del sistema institucional tanto en lo político como en lo económico, que le garantice la continuidad de los grandes cambios que inició Macri y continuó él aún con más fuerza y hasta ahora con mayor éxito. Su gran misión debería ser fortalecer el capitalismo liberal de un modo que, aunque mañana volvieran a ganar una elección los que defienden el estatismo populista corporativo, ni aun así puedan hacer volver significativamente atrás las transformaciones estructurales hoy acometidas. Nunca se estuvo tan cerca de lograr tan fundamental cambio histórico, tanto que hoy su principal peligro son los errores internos que pueda cometer el gobierno más que cualquier enemigo del capitalismo liberal.
Crear un capitalismo eficiente, competitivo mundialmente, es lo contrario de lo que hemos gestado en las últimas décadas, que consistió en un capitalismo de Estado que es un seudo capitalismo donde los políticos corruptos y los empresarios corporativos impiden toda competencia aún en nombre de la libre competencia. Eso fue la esencia de las dos décadas kirchneristas: políticos y empresarios que se hicieron ricos empobreciendo al país, o aún peor, se hicieron ricos por empobrecer al país.
Sintetizando, Milei, más aún después del triunfo del 26 de octubre, tiene la posibilidad de elegir si fortalece su partido a costa de debilitar aún más la débil institucionalidad política argentina, o si más que incrementar su hegemonía crea los cimientos estructurales sólidos de un capitalismo liberal generador de desarrollo.
Milei tiene también la oportunidad de hacer lo contrario al kirchnerismo, no sólo en lo económico, sino también en lo institucional atacando el cáncer de la corrupción de manera mucho más decidida de lo que viene demostrando hasta ahora. Porque hoy en la Argentina la corrupción ha devenido estructural y extirparla no será fácil. Lo más probable es que si no se la toma por las astas, el cáncer de la corrupción hará metástasis a lo largo de todo el cuerpo político y económico, con lo cual ningún gobierno, ni aún el que más se precie de venir a combatirla, podrá evitar contagiarse de la misma. Es por eso que hoy aparecen metástasis incluso dentro del mismo gobierno nacional, algo que se cura extirpando el mal que está dentro del propio cuerpo, y no negando que exista, creyendo en una inmunidad de la que hoy en el país nadie está exento. Porque nos han (o hemos) enfermado de corrupción. Y nadie está a salvo de contraer el mal.
* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]