Milei: el dilema de qué hacer con la libertad

El reciente cruce de acusaciones entre Milei y el Presidente de Gobierno de España animó una serie de interrogantes sobre los alcances de la libertad a la que tanto se refiere el primer mandatario argentino.

Milei: el dilema de qué hacer con la libertad
El presidente Javier Milei. Foto La Voz.

En la política exterior argentina se ha abierto un frente de conflicto impensado hasta hace poco tiempo. El cruce de acusaciones entre el presidente Milei y el jefe del gobierno español, Pedro Sánchez, si bien hasta ahora no ha trascendido el ámbito de lo personal, esconde controversias más profundas. En primer lugar, entre dos jefes de Estado de acusada y extravagante personalidad. Pero también, como expresión de una pugna ideológica entre dos cosmovisiones opuestas. Todo, a la larga, termina enmascarando y desviando la atención de la relativa debilidad política de ambas administraciones.

Era de esperar que esta disputa alcanzara ribetes de culebrón televisivo. Milei nunca ha escatimado insultos e invectivas contra las ideas de izquierda, a las que culpa, no sin parte de razón, de todos los males de la humanidad. Lógico que Sánchez, socialista, aceptara el guante y retrucara con acusaciones a quien gusta presentarse como el líder de una nueva derecha libertaria. En el fondo, la pelea personal terminó haciendo visible una profunda controversia ideológica. Interesa notar que, más allá de los términos concretos del altercado, a ambos les resulta funcional: con este inútil conflicto logran, denigrando al enemigo ideológico, reforzar los vínculos de identidad con los propios. Y, de paso, la contraposición amigo-enemigo sirve como eficaz recurso político para disfrazar los problemas de la propia gestión.

Este contrapunto sí revela cierto estado de opinión peninsular acerca de nuestro propio gobierno. Si por un lado la izquierda española se desgañita en descalificaciones hacia Milei, tanto personales –enfermo mental, consumidor de sustancias- como ideológicas –derechoso, fascista-, la derecha lo ha tomado como un maravilloso revulsivo para potenciar sus posiciones y atacar al gobierno socialista. A las loas proclamadas a diestra y siniestra por los líderes de la derecha se suma ahora la “Medalla de la Comunidad de Madrid”, recibida por Milei de manos de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de dicha comunidad española. Hasta aquí, pareciera que la política y la opinión pública españolas se dividieran exclusivamente entre el ataque por izquierda y la adhesión por derecha a Milei. Pero no son las únicas posiciones que en España se asumen respecto del presidente argentino. El 22 de junio el diario ABC publicó un interesante texto de Juan Manuel de Prada, habitual columnista, que introduce una crítica de Milei desde una perspectiva diferente, apuntando al origen intelectual del asunto, y que, de paso, puede iluminar la postura de muchos argentinos.

Sin considerar merecimientos ni circunstancias, Prada nos dice que la entrega de la condecoración ha sido criticada en masa por la progresía española, que la ha considerado, en palabras del ministro Albares, una “profunda deslealtad”, ya que ha sido otorgada a quien “ha mostrado una actitud reiterada de búsqueda de confrontación y la ofensa a nuestras instituciones y a nuestra democracia.” Vaya uno a saber qué peligro real encarna Milei para la democracia y las instituciones españolas. Sí es un despropósito considerar que un acto en todo caso provocador pueda significar tan profundo ataque contra un sistema político completo. Lo que Prada agudamente hace notar es que para muchos españoles la condecoración es “una grosería y burla lastimosa, porque se supone que tal distinción se concede a aquellas personalidades extranjeras que hayan contribuido a fortalecer «los vínculos lingüísticos, históricos, culturales y económicos» de sus respectivas naciones con Madrid”, objetivo al que Milei no ha contribuido.

No podemos menos que coincidir. Si Milei algo ha hecho es provocar un galimatías a las relaciones exteriores argentinas con sus filias y fobias. En todo caso, sostiene Prada, lo que quiso distinguir Ayuso son sus “complicidades ideológicas” con nuestro presidente. Exactamente lo mismo que orienta a Milei en su política exterior. Para él el mundo se divide exclusivamente en dos tipos de países: los libres y los comunistas, y su objetivo es sacar a la Argentina de la deshonrosa lista de los segundos para elevarlo a la luminosa categoría de los primeros. Con eso en mente, su política frente al resto de las naciones es básica: seguir sus afinidades ideológicas, violando así ese viejo y sabio principio que reza que para la política exterior de un país no hay ideologías sino intereses. Por eso no tiene el menor empacho en provocar una crisis con España, con quien nos unen múltiples relaciones fundadas en nuestra historia y cultura compartida y en mutuos intereses de todo tipo.

Lo más jugoso del texto de Prada comienza ahora, cuando acierta a indicar que lo que une a Milei y Ayuso es “la exaltación frenética y carajosa (sic) de la libertad, que ambos invocan con insistencia maniática.” No se equivoca el escritor. Milei suele definir al liberalismo como “el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada.” Su concepción de la libertad, consecuente con aquella definición, es deudora de una larga tradición de pensamiento liberal, que arranca con Locke y cristaliza en Hayek y von Mises, autores de la escuela austríaca que el presidente admira profundamente. Isaiah Berlin, escritor ruso, definió correctamente esta libertad como “libertad negativa”: consiste, exclusivamente, en la ausencia de coerción sobre el individuo. Coerción que, en términos de Milei, sólo puede provenir del aparato del Estado. En consecuencia, el proyecto político más apropiado para nuestro país pasa únicamente por la reducción al mínimo, si no lisa y llanamente la destrucción del Estado, para poder liberar las fuerzas del individuo en una acción sin trabas. Lo dijo sin ruborizarse en una entrevista en Estados Unidos hace poco: “Amo ser el topo dentro del Estado. Soy el que destruye el Estado desde adentro.” Más claro imposible.

En esta posibilidad de acción sin obstáculos radica la libertad del individuo. El inconveniente, que Prada identifica, es que la libertad necesita siempre un “para qué”; si no, se convierte en algo vacío. En palabras del escritor argentino Leonardo Castellani, que el español cita, “la libertad no es propiamente un movimiento, sino un poder moverse solamente; y en el moverse lo que importa es el Hacia Dónde. En efecto, es la dirección del movimiento lo que lo hace bueno o malo; es el objeto de la libertad lo que hace de ella uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos.”

¿Cuál es el Hacia Dónde de la libertad que Milei nos propone? ¿Cuál es el fin hacia el que nos conduce esa libertad ahora desprovista de trabas ilegítimas? ¿No será acaso la libertad de la libertad, la libertad liberada, incluso de ella misma? No lo sabemos aún. Lo que Milei ha ofrecido al país, necesario en gran medida y con un elevado nivel de consenso social, se reduce hasta ahora a hacer saltar por los aires muchas de las innumerables trabas, aduanas y cepos que el Estado ha ido poniendo entre los individuos y sus elecciones vitales. Obstáculos personificados en un conjunto de corporaciones o castas que han abusado de los recursos públicos para su propio beneficio, y que se han repartido el poder -en una especie de calesita que siempre da la oportunidad de sacar la sortija- no para la consecución del bien común sino para la satisfacción de sus propios y mezquinos intereses.

Hasta aquí vamos bien, pero, ¿y el para qué? ¿Y el Hacia Dónde? Si algo le falta a la “revolución” libertaria de Milei es delinear un horizonte común, proponer metas generales claras y apetecibles. En todo caso, sólo se ha limitado, además del desmalezamiento arriba indicado, a decirle a los argentinos que cuando el Estado les saque el pie de encima van a poder alcanzar sus fines individuales sin que nadie se interponga. Y de allí, mágicamente, surgirá el progreso general. Pero esto implica aceptar que la libertad sostenida por el presidente se agota exclusivamente en lo material, en lo económico. En ausencia de metas comunes, los individuos sólo van a perseguir sus propios deseos, y ya sabemos que, por lo general, estos se agotan en poder disfrutar de la prosperidad y el bienestar propio, sin consideración de los demás, de la comunidad.

Lo que acarrea, como Prada acertadamente señala, un paradójico peligro. Los individuos, librados a la persecución de sus metas particulares, fácilmente se despreocupan de lo común, dejándolo en manos de otros. Como bien planteaba a comienzos del siglo XIX el francés Benjamin Constant, la libertad de los modernos consiste, más que en la participación en la cosa pública, en el goce de sus derechos individuales sin interferencia de los poderes públicos. Pero, así como en el plano económico esta libertad individual conduce habitualmente a la libertad de los más poderosos para concentrar las riquezas, en el plano político puede llevar a la concentración del poder. Total, mientras este no interfiera en la acción individual nada importa. Por eso, según Prada, esta libertad negativa defendida por Milei y Ayuso, es “la más formidable fábrica de socialistas que vieron los siglos”. Cuando los individuos se encuentran con que no han alcanzado las riquezas que otros sí poseen, “entonces el socialismo, para excitar la envidia y el resentimiento de las gentes ansiosas de disfrutes que no pueden pagarse, las embriaga con el concepto de una justicia social vaciada de contenido sobrenatural (…) y les promete que, cuando el socialismo gobierne, podrán disfrutar de los placeres que disfrutan los ricos.”

No podemos asegurar que esa sea la meta a la que lleva el gobierno, pero es una perspectiva interesante de contemplar con precaución. Nuestro país requiere de esfuerzos colectivos por el bien común, que puedan restaurar un calamitoso estado moral de la sociedad. Es cierto que hay que liberar a la sociedad del terrible peso del Estado, pero no para entrar en el terreno de la atomización individualista, sino en un reforzamiento de la vida social, en la que los individuos libres son esenciales.

En tono provocador, la columna de Prada concluye con un sonoro “¡Muera la libertad de Milei, carajo!”. Sin llegar a tal punto, sí nos parece que esta visión sobre el actual gobierno argentino desde España, divergente de las más cacareadas visiones maniqueas, plantea algunos sugestivos interrogantes sobre nuestro presente y nuestro futuro.

*El autor es Profesor de Historia de las Ideas Políticas

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