Los regalitos de Donald "Papá Noel" Trump

Este año, y bastante antes de Navidad, Donald “Papá Noel” Trump debió dejar dos veces dólares de regalo en el arbolito de Milei. En abril a través del FMI y ahora a través del Tesoro, porque los del FMI ya se los gastó todos. “Make Milei great again” es la nueva consigna.

En abril de este año, cuando algunas variables de la economía argentina se estaban yendo de control (en particular la tendencia a la baja de la inflación), llegó al rescate el dinero que el FMI le concedió a Javier Milei por expresa intermediación de Donald Trump.

No pasaron seis meses y ya hay que repetir el mismo pedido (incrementado) porque el presidente argentino creyó que con aquellos aportes de abril podría hacer bajar el precio del dólar a cifras existentes sólo en su imaginación, llegando a fantasear con ubicarlo en los 600 o 700 pesos que es lo que decía valía, con lo cual la inflación llegaría este mismo año a cero, una teoría económica que no figuraba en ningún manual. Y que a todo quien se la criticaba, lo denominaba "econochanta", cuando la mayor chantería era la suya.

Y como era previsible, nada de eso ocurrió, sino todo lo contrario: en vez de perforarse la banda cambiaria por el lado de abajo, empezó a perforarse por el lado de arriba. La moneda americana no paraba de subir. Entonces en lugar de comprar dólares como pretendía el FMI (y el sentido común) debió venderlos casi todos para evitar una corrida cambiaria que la semana pasada estuvo a punto de hacer implosionar el plan (?) económico y quizá, si no se la paraba a tiempo, hasta llevarse puesto al gobierno entero. Así, se gastó todo lo que le prestaron en abril para nada, o para empeorar las cosas, entonces debió recurrir nuevamente al prestamista de última instancia, que esta vez no fue el FMI sino directamente Donald Trump a través del Tesoro.

De ese modo, por segunda vez en el año, el amigo americano acudió en su rescate bajo la consigna de “Make Milei great again”, vale decir, aportarle todo lo necesario al argentino (a él, no a la Argentina) para que no pierda las elecciones del 26 de octubre y "vuelva a ser grande otra vez". Por lo tanto, los dólares con que se comprometió Trump son el más impresionante de los aportes al financiamiento, no de la Argentina, sino a la campaña electoral de La Libertad Avanza. Aporte que, para concretarse, tiene una sola condición: que Milei gane los comicios. Pero eso no lo sabe ni dios, mejor dicho, depende de una decisión popular colectiva que no se puede manipular ni con todo el oro del mundo y cuyo resultado desconocen hasta los propios votantes. Por ende, lo único seguro que logró por ahora con la ayuda que le brindó Trump, es frenar la corrida cambiaria, aunque nadie garantiza que los dólares no se seguirán evaporando en ese barril sin fondo de la recontradiscutible utopía mileiniana del cambio superbajo como instrumento principal y casi único para bajar la inflación (junto a un super ajuste a la sociedad, que ya comienza a tornarse insoportable porque sus supuestos efectos benéficos parecen alejarse más que acercarse y entonces la esperanza es reemplazada por la decepción, sentimiento con el que seguramente votó -o mejor dicho se abstuvo de votar- gran parte del electorado no peronista en la provincia de Buenos Aires).

El amigazo Trump tiene en alta estima a Milei por todo lo que se jugó por él incluso antes de ganar la presidencia de Estados Unidos y le está pagando con creces, pero además de quererlo lo necesita por ser lo único importante con que cuenta en América Latina. Por lo tanto, a Trump le interesa superlativamente un Milei ganador. No le entregó tamaña fortuna (o al menos prometió entregársela) ni para que haga un buen gobierno y ni siquiera principalmente para que se la devuelva, sino para que el libertario mantenga a la Argentina como el gran bastión norteamericano en un continente donde China avanza a paso redoblado. Más que un préstamo a un Estado extranjero, Trump le dio dinero a quien considera otro estado más de los Estados Unidos (aún más propio que el estado asociado de Puerto Rico) mientras Milei lo siga gobernando (con poder real, claro). No se trata ni de colonialismo, ni de dependencia ni de imperialismo como sugiere indignada la antigualla de izquierda, sino de convertir a la Argentina en una barrera de contención contra el peligro amarillo. Sarmiento quería que la Argentina fuera “como” los EEUU. Trump y Milei quieren que la Argentina “sea parte” de EEUU, como alguna vez se soñó, allá por la década del 30 del siglo XX, que la Argentina fuera parte integrante del imperio británico. Reiteramos, no como colonia, sino como estado asociado o algo parecido. Mucho más carnal que las relaciones carnales de Menem con Bush.

Trump se había ilusionado con que ese papel de delegaciones yanquis en América Latina lo cumplieran en conjunto Javier Milei y Jair Bolsonaro, por eso atacó a Lula todo lo que pudo y despotricó aún más contra la prisión que se le impuso al golpista brasilero, pero cuando vio que ya no había nada que hacer, le estrechó la mano a Lula y le propuso que se hagan amigos. Clarísima advertencia para Milei: ahora sós mi mejor y casi único amigo en América Latina, pero siempre y cuando ganés.

Durísima prueba para Milei quien, debido exclusivamente a su torpeza política, ahora se ve obligado a repetir lo que hizo en 2003: ser plebiscitado nuevamente. En la elección del 26 de octubre lo único importante que se votará será Milei SI o Milei NO, aunque esta vez él no esté en ninguna boleta. Se trata de algo arriesgadísimo para el presidente, porque si es derrotado perderá el único bastión de gobernabilidad que tiene (el apoyo popular mayoritario), porque no supo construir ningún otro en sus casi dos años de gobierno (o si los construyó, así como los construyó, los destruyó). Y sino recordemos… Ganó las elecciones con el apoyo invalorable de Mauricio Macri e impuso todas sus leyes y decretos durante su primer año con el apoyo invalorable de 18 o más gobernadores, pero luego, en su segundo año se convenció de que todo era mérito suyo y que los que lo habían ayudado lo hicieron porque querían quedarse con lo que le pertenecía únicamente a él ( "Nos dieron las leyes porque creyeron que iban a salir mal", dijo de sus antiguos aliados hace apenas una semana, alcanzando con eso el grado cero de la más elemental lógica o racionalidad política). Él pretendió llegar solo a las elecciones porque pensaba que las ganaba como si fuera un paseo y no quería compartir el triunfo con nadie (si esa idea se la impuso Karina a él, o si fue Javier el que le ordenó a Karina aplicarla en todo el país es algo que no sabemos, y tampoco es importante saberlo, porque en un caso u otro lo único que expresa es un colosal abuso de impericia política). Por eso ahora le tiene que ganar a casi todos, cuando se pudo haber aliado prácticamente con la mayoría de los gobernadores de las provincias, menos los kirchneristas, con lo que hubiera creado la más grande coalición no peronista de toda la historia desde que nació el peronismo. Y, compartiendo de ese modo el poder, hubiera ganado sin duda alguna las elecciones de octubre, sin necesidad de tener que plebiscitarse nuevamente, que es algo de una peligrosidad extrema. Porque es a todo o nada. Sí o no. Convirtió un paseo por un lago calmo en una ruleta rusa.

Él solo se metió en este lío en que se encuentra ahora, en el que si pierde Trump mirará para otro lado y los kirchneristas (que, como Drácula, ya olfatearon sangre) podrán volver a insistir con sus sueños destituyentes que en los últimos dos años no pudieron intentar y/o concretar como lo suelen hacer siempre con los gobiernos no peronistas (Alfonsín, De la Rúa y Macri) porque quedaron muy golpeados después del desastre fernandista, mientras que ahora hasta el propio Alberto salió a twittear contra Milei.

Por lo que lo único que le quedará si pierde, será intentar reconstruir las alianzas internas que él mismo destruyó, pero derrotado nadie se le acercará si no es para compartir en condiciones de igualdad el gobierno, y ni aun así es seguro que se le acerquen, mientras que sí es seguro que los kirchneristas intentarán hacerle juicio político o arrastrarlo del modo que sea al precipicio.

Y si llegara a ganar, salvo que lo haga de un modo contundente similar al que aconteció en 2023 (ya lo dijo el propio Milei antes de llegar a la presidencia: "la diferencia entre un loco y un genio es el éxito"), igualmente deberá negociar mayorías como si empezara de cero, porque esta vez nadie le entregará nada gratis después de tantas tonterías que hizo contra todos sus aliados o eventuales aliados.

En síntesis, por más que Donald “Papá Noel” Trump haya venido a entregarle sus costosos regalitos ya dos veces en el año, a Javier Milei sólo lo puede mantener en pie algo que no hizo nunca hasta ahora (ni siquiera es que la haya hecho mal, sino que directamente no lo hizo nunca): Política. Que para eso se eligen a los presidentes, para que conduzcan políticamente a un país y a un pueblo hacia un destino mejor, aunque tanto el presidente como sus votantes odien a la política y a los políticos. Con el agregado, en el caso de Milei, que por lo que ha demostrado hasta ahora, el único modo que él tiene de hacer algo sensato en política es que cuente a su lado con consejeros de fuste que le pongan límites a sus “iniciativas”, exactamente lo contrario de lo que vienen haciendo gente con experiencia y talento como Luis Caputo o Patricia Bullrich que en vez de ayudarlo criticando sus constantes errores, lo único que han hecho es ayudarlo a que los multiplique para que no los expulsen del paraíso como hizo con Macri, los gobernadores y todos los suyos que osaron criticarle una coma.

No obstante, en un país presidencialista como lo es Argentina, así como hasta ahora el principal problema que Milei ha tenido fue Milei, si quiere salir adelante deberá ver cómo hacer para que el mismo Milei sea el principal interesado en arreglar los desbarajustes que cometió el propio Milei. Y actuar en consecuencia, porque en última instancia todo depende de él.

Sin embargo, nada está dicho definitivamente todavía, al menos hasta el 26 de octubre, en donde se jugarán más cuestiones de las que debieron jugarse porque nadie fue capaz de advertirle al presidente (o si alguien lo fue no lo escuchó) la madre de todos sus errores: que el querer quedarse con todo puede ser el camino más corto para quedarse sin nada.

* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]

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