Las convulsiones finales de un orden conservador

Los inconvenientes de Macri, Larreta y Bullrich son la consecuencia de haber descartado de inicio cualquier método acordado de resolución de sus diferencias internas, apostando a que todo se defina en las primarias. Sin considerar demasiado la velocidad de la crisis. Porque hay un orden conservador -el del populismo- que está en crisis terminal en la Argentina.

El ministro de Economía, Sergio Massa, y el presidente Alberto Fernández.
El ministro de Economía, Sergio Massa, y el presidente Alberto Fernández.

Sólo en países como la Argentina puede ocurrir que el mismo ministro de Economía que hace dos meses gastó 1.000 millones de dólares del Banco Central para anunciar una recompra de bonos de la deuda externa haya sido el que esta semana decidió el asalto a los ahorros en dólares del sistema jubilatorio para evitar una crisis terminal en las reservas.

Sergio Massa (sigue en el cargo) escaló en estos días otro peldaño en su trayectoria funambulesca. Su plan de estabilización inflacionaria perforó de nuevo el techo del 6% mensual de aumento generalizado de los precios y marcó un umbral complicadísimo para evitar que la inflación anual vuelva a ser de tres dígitos. No conforme con eso, sus incursiones en el mercado financiero están dejando una herencia ominosa: deuda del Estado nacional tomada a tasas extravagantes de hasta el 45% anual (en dólares) y maniobras como la dolarización de rentas para los banqueros y pesificación de ahorros para los jubilados. El mejor ejemplo de la economía bimonetaria sobre la que suele disertar Cristina Kirchner en las kermeses de “luche y vuelve” en las universidades nacionales.

El 18 de enero, el ministro de Economía se ufanó con la decisión de recomprar bonos de la deuda externa argentina con dólares de las reservas, en medio de una sequía que preanunciaba una caída sideral de los ingresos de divisas por exportaciones. Hoy los bonos que compró valen entre 15 y 20% menos que el precio pagado por el Gobierno. Tampoco mejoró el perfil financiero de la Argentina. El riesgo país, la sobretasa que paga cada nación por su realidad económica, rondaba el 18% cuando Massa salió de compras. Hoy se acerca al 25% por encima de las cifras de referencia internacional. Después de la excursión de Massa por el fondo de olla de los jubilados, la calificadora de riesgo Fitch le bajó la nota a la deuda argentina.

Cuando Alberto Fernández se reúna esta semana con el presidente norteamericano Joe Biden, estarán otra vez rondando la escena los presagios sombríos de un default. El nuevo conejo de Massa. Habrá una consulta de rigor: ¿respaldarán los congresistas de Cristina el saqueo de dólares en la Anses? ¿Convalidarán el endeudamiento de Massa con tasas que triplican el peor de los préstamos tomados por Néstor Kirchner, al 15% anual con Hugo Chávez, en pleno default?

La implosión del espejismo Massa ha modificado drásticamente el cronograma del Gobierno. El “Plan Llegar” se anticipó de diciembre a las Paso. Y por lo tanto, al 24 de junio, cuando cierre el plazo de inscripción para las Paso.

Las señales que sigue enviando Cristina para esa fecha son contradictorias. Habilita a La Cámpora para que siga pidiendo una candidatura, aunque sea para calentar una silla en el Senado de la Nación. Ayudaría para arrastrar listas. Oscar Parrilli, mostacero de la vice, señala en dirección contraria: sugiere que Cristina no se presente, amparada en la máscara narrativa de la proscripción, para negarle legitimidad a cualquiera que gane las elecciones. Es decir: no esperar una derrota para disparar la variante Trump-Bolsonaro de impugnación sistémica.

Consenso o punto de quiebre

Los vientos borrascosos de la inflación no sólo azotan al campamento oficialista. A Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Miguel Pichetto le advirtieron: se agotaron las horas de procesión a Cumelén. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich han ajustado su discurso frente al desafío de la crisis.

Al jefe del gobierno porteño el fracaso de Massa lo deja con un discurso incierto cada vez que invoca su doctrina del consenso ampliado para superar la crisis. Massa era, antes de su paso por Economía, un interlocutor adecuado para esa teoría de la masa crítica imprescindible para instrumentar reformas económicas de fondo. Larreta necesita exhibir con urgencia con quién acordaría el soporte político del cambio.

Bullrich aprovecha para señalar que ese consenso, a esta altura, es un significante vacío. En un momento del país que no admite ambigüedades. Pero para no quedar pegada a las extravagancias antisistémicas de Javier Milei, Bullrich ensaya ahora una posición intermedia entre el larretismo y el diputado libertario.

La exministra de Seguridad habla ahora del “punto de quiebre” que define la viabilidad de un proceso de cambio. Un umbral por debajo del cual, en aras de acordar la gobernabilidad, se terminan diluyendo las reformas necesarias. Y por encima del cual la transformación se acelera a un punto que, siendo estructuralmente necesaria, puede perder sustentabilidad política. El riesgo para Bullrich es que, al ritmo que va el país, en pocos meses más su “punto de quiebre” se convierta en otro significante vacío.

Estos inconvenientes de Macri, Larreta y Bullrich son la consecuencia de haber descartado de inicio cualquier método acordado de resolución de sus diferencias internas, apostando a que todo se defina en las primarias. Sin considerar demasiado la velocidad de la crisis.

En Ecuador y Uganda los vendedores callejeros suelen entretener con un atractivo turístico singular. Por donde pasa el ecuador pintan una línea en la calle y colocan a ambos lados recipientes con agua. Al desaguar en un embudo, en la vereda del norte el agua gira en un sentido. En la vereda del Sur, gira en el sentido opuesto.

Hay un orden conservador -el del populismo- que está en crisis terminal en la Argentina. La sociedad vacila. Aún cree que se puede gambetear las leyes del magnetismo con sólo elegir la vereda más cómoda: la de la sombra en verano; en invierno la del sol.

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