12 de septiembre de 2025 - 00:00

¿Era Wagner argentino?

“Rienzi, el último tribuno”, la ópera de Wagner, narra la historia de un anónimo funcionario con ambiciones políticas que, en la Roma del siglo XIV, en la Italia medieval, supo capitalizar el descontento del pueblo con la corrupción de la nobleza y se hizo del poder con el apoyo masivo de la gente. En particular, su hermana Irene fue una figura central en ese proceso y en la vida misma del tribuno romano.

El presidente Milei y yo tenemos algo en común: los dos somos aficionados a la ópera. Es entendible. El género operático, como el arte en general, refleja la vida en todos sus matices y lo hace, además, en un marco musical sublime. Diría casi celestial, si no fuera que tengo desde hace años aversión a los términos grandilocuentes. Por mi parte, soy un convencido wagneriano. Wagner revolucionó el género y compuso óperas inolvidables, además de escribir él mismo sus libretos. Esas obras forman parte del repertorio habitual de las principales casas operísticas del mundo.

Hay una, sin embargo, relegada a segundo plano durante el siglo pasado y que es, por esa razón, muy poco conocida, aún por los iniciados: “Rienzi, el último tribuno”. Narra la historia de un anónimo funcionario con ambiciones políticas que, en la Roma del siglo XIV, en la Italia medieval, supo capitalizar el descontento del pueblo con la corrupción de la nobleza y se hizo del poder con el apoyo masivo de la gente. En particular, su hermana Irene fue una figura central en ese proceso y en la vida misma del tribuno romano. Ya desde el estreno mismo, “Rienzi” tuvo un éxito enorme.

Con el correr del tiempo, en gran parte debido al juicio negativo de Wagner sobre la obra, a la que consideraba inmadura e imbuida de “fuego juvenil”, “Rienzi” pasó al olvido. El compositor prohibió incluso que fuera presentada en el Festival de Bayreuth que, desde 1876, tiene lugar en el teatro que él mismo hiciera construir en esa ciudad de Baviera.

Por razones obvias, “Rienzi” era la ópera preferida de Hitler, otro entusiasta wagneriano. Su obertura se tocaba en ocasión de la inauguración de los congresos del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, en Nüremberg, durante las décadas de 1920 y 1930, y hay testimonios según los cuales Hitler habría afirmado que “todo comenzó” cuando vio “Rienzi” por primera vez. Es indudable que Hitler se veía reflejado en el político medieval romano, catapultado al poder por el mayoritario apoyo popular, en contra de la casta nobiliaria.

Pero lo que bien empieza, no necesariamente bien acaba. Víctima de fantasías megalómanas de poder, y soñando con construir un reino que perdurara por muchos años, Rienzi fue perdiendo el apoyo de sus propios secuaces y, finalmente, también la aprobación del pueblo que lo había ungido como tribuno. En la producción de Deutsche Oper Berlin de 2010, sumido en su desazón ante el giro de los acontecimientos, el tirano se lamenta en una famosa aria: “El pueblo, a quien hice digno, me abandona, y todo amigo también. Dos cosas, entonces, me serán fieles para siempre: el Cielo mismo… y mi hermana”.

La obra tiene distintos finales, debido a que la partitura y el manuscrito originales de Wagner fueron destruidos por los bombardeos aliados. Pero el manuscrito original estaba en el bunker de Hitler y desapareció en el incendio en el momento del asalto final, probablemente quemado en el incendio.

Se han podido reconstruir, sin embargo, diversos epílogos sobre la base de anotaciones hechas por el compositor. No obstante, el denominador común de todos esos finales es su carácter inexorablemente trágico. Es fácil entender la popularidad que “Rienzi” obtuvo en el siglo XIX, su época de esplendor. Constituía una denuncia del poder tiránico y, a la vez, una advertencia sobre el destino probable de quien se sienta elegido como único intérprete de la voluntad popular.

Tal vez sea ésa la razón por la cual la dirección del Festival de Bayreuth ha decidido poner “Rienzi” en escena el año próximo, al cumplirse 150 años de la inauguración del evento, desafiando la propia voluntad de Wagner.

En un momento histórico en que el sistema republicano y el Estado de Derecho son amenazados por múltiples aprendices de Rienzi es, sin duda, saludable advertir sobre el posible epílogo trágico de tales aventuras políticas.

Por lo que he leído, el gusto operístico del presidente Milei difiere del mío. Sería, no obstante, deseable que el primer mandatario sumara “Rienzi” a las obras exhibidas en las veladas de los domingos en Olivos. De cara al futuro, debemos estar siempre dispuestos a enriquecer nuestro repertorio.

(*) Claudio Marcelo Tamburrini tiene 70 años; es un filósofo, escritor y libretista argentino radicado en Estocolmo (Suecia). Claudio fue militante político y estuvo detenido-desaparecido en el centro clandestino "Mansión Seré" entre el 18 de noviembre de 1977 y el 24 de marzo de 1978, cuando se fugó junto con tres compañeros de ese cautiverio.

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