El peor problema de Milei es Milei

Aun habiendo perdido políticamente en el segundo año casi todos los acuerdos que pudo construir en el primer año y a adoptar varias de las peores modalidades de la casta que tanto criticó, al presidente Milei parece estar quedándole el principal capital político con el que llegó al poder: la voluntad popular. El día de hoy en Buenos Aires y en las elecciones nacionales de octubre, vivirá las dos pruebas clave.

Todavía hoy cuesta tomar cabal dimensión del impresionante triunfo de Javier Milei en las elecciones presidenciales de 2023, cuando todo parecía venirse abajo. En ese entonces el sistema político implosionó como ocurrió a fines de 2001, porque tanto a principios de siglo como hace poco más de un año y medio, la ciudadanía quería que se vayan todos los políticos (absolutamente todos). Sin embargo, la gran y crucial diferencia fue que en 2001/2 el que se hizo cargo del desastre fue el “partido del orden”, o sea el peronismo, que vino a salvar a toda la clase política del cadalso popular. Y el ciclo volvió a comenzar con los mismos de siempre, porque no se fue ninguno. En 2023, en cambio, una sola persona, marginal a toda la política tradicional y en general a toda política, les quitó el poder tanto a un partido-movimiento con casi 80 años de permanencia, como a quien durante más de una década se fue conformando a modo de una alternativa posible para competir con el peronismo desde el liberalismo, de igual a igual: la alianza Juntos por el Cambio (el único desafío serio que tuvo el kirchnerismo en toda su existencia).

Milei fue uno contra todos. La expresión carnalizada del que se vayan todos. Ante la destrucción casi terminal que del país había hecho el kirchnerismo y ante las torpezas políticas de la Alianza que se suponía venía a ser el gran aglutinante de la parte del país no kirchnerista. En realidad, Milei debió reemplazar a Juntos por el Cambio, por eso llegó a la presidencia sumando a todos los desilusionados con el régimen político entero (ese 30% que sacó en la PASO y que lo puso sorpresivamente primero en esa instancia) y a todos los que aun seguían votando a JxC (ese 26% que se le sumó en el balotaje y que seguramente en las previas había votado a Patricia Bullrich). La suma de ambos grupos era mayoritaria frente al peronismo y Milei logró poder representarlos a todos. Por ende, tuvo (y aún quizá sigue teniendo) en sus manos, una oportunidad única para hacer un buen gobierno.

Al principio, escuchó los consejos del líder de JxC, Mauricio Macri, y los puso en práctica, incorporando también a su gobierno varios ministros que provenían del PRO, ya que su fuerza política propia por sí sola era insignificante y compuesta casi toda por gente venida de los márgenes de la política, que no es lo mismo que de fuera de la política como se vendió (eran los parientes pobres de la casta, pero no de fuera de la casta, porque de allí no vino nadie puesto que no había nadie serio que quisiera venir; eso era sólo el discurso utópico de Milei para lograr el apoyo y el aplauso de la popular). Así, pese a su fogoso discurso antipolítico fue aceptando conformar una alianza legislativa y territorial con casi todo el amplio espectro no peronista y hasta incluso con gobernadores peronistas que no comulgaban con el kirchnerismo. A partir de allí, su misión política debía ser la de hacer bien lo que Juntos por el Cambio hizo mal, pero continuarlo mejorándolo. Estaba en condiciones Milei de construir una alianza mucho más amplia que JxC, que fuera una nueva mayoría en la Argentina. La oportunidad la tuvo en sus manos y si bien la aprovechó coyunturalmente durante su primer año, la destruyó en el segundo, cuando los crecientes desaciertos políticos de a poco fueron hasta deteriorando en parte una propuesta económica que parecía (y en gran medida sigue pareciendo) razonable. Así, fue rompiendo la alianza de hecho que le aseguraba gobernabilidad pese a no contar ni siquiera con un tercio de legisladores propios en ninguna cámara y con ningún gobernador. Fue cuando quiso cortarse solo en vez de continuar con las compañías que (con ayuda de otros) consiguió. Todo en la dudosa convicción de que ganando la elección legislativa de 2025 ya no necesitaría de nadie más que de los suyos (los cuales, además, al ser marginales, se vienen dividiendo y peleando entre sí, una y otra vez).

Quiere ganarle al kirchnerismo, es cierto, pero sin compartir el triunfo con nadie (junto nada más que con su hermana, quien lo convenció de que debía ser él contra todos). Privilegió el ser otra vez plebiscitado, como de hecho lo fue en 2023, antes que mantener la gobernabilidad lograda. Y se puso manos a la obra, justo -y eso no es casualidad- el mismo día que asumió su amigo Donald Trump en Estados Unidos, el 20 de enero de este año. Creyó que, con ese apoyo fundamental, no necesitaría de ningún otro. Omnipotencia a pleno.

En esta misma edición de diario Los Andes, nuestro columnista Claudio Fantini, en una original nota, afirma que Trump, lo único importante que ha hecho hasta ahora es pelearse con todos los aliados de Estados Unidos, tanto en Occidente como en el resto del mundo, desde Canadá a Europa, llegando a Corea del Sur, la India o Japón. ¿El resultado? Que sus enemigos estratégicos -China, Rusia y Corea del Norte- (a los que, por otra parte, y paradójicamente, siempre trató mejor que a sus países amigos) empezaran a conformar una alianza estructural entre los tres. Trump unió a sus enemigos en vez de dividirlos y a la vez se dividió de todos sus amigos en vez de fortalecer su unión con ellos, dice con acierto Fantini.

Algo parecido está haciendo Milei en la Argentina: se peleó, destrató o humilló a todos sus aliados o probables aliados y le permitió al kirchnerismo colgarse de ese enfrentamiento para intentar un improbable aunque no imposible retorno, pero no por el más mínimo mérito propio sino por culpa de quien le dio de comer, o sea, el sectarismo de Milei. Le ofreció respiración artificial a alguien agonizante para poder echarle la culpa de sus propios desaguisados. Entre tanto, con la ayuda inestimable de su hermana Karina, se peleaba con todos los que querían ayudarlo. Logró así que el Congreso se le rebelara por entero y lo dejara solo como nunca estuvo ni siquiera cuando empezó y que la mayoría de los gobernadores aliados se constituyeran en ligas opositoras.

Tanto a Trump como a Milei alguien les dijo que la política se trata de morder la mano del que te quiere ayudar, si el que te quiere ayudar no lame tu mano. E incluso aun si te la lame. Por eso se está quedando sin casi nadie, habiendo logrado tener junto a él a prácticamente toda esa mayoría que no comulga con el kirchnerismo. Todos los que lo quisieron ayudar sin por eso dejar de ser lo que eran, se fueron alejando porque él los alejó. Es cierto que aún mantiene algunos junto a él, pero no en estado de alianza sino de absoluta subordinación por lo cual esos sufridos que todavía lo bancan por necesidad, viven tragando sapos, pero con creciente rencor por el trato horrible y despectivo que reciben. La lógica consecuencia será que apenas electoralmente le vaya mal al gobierno (o no demasiado bien) serán los primeros en abandonar el barco.

A los únicos aliados que no humilló fueron a los que dejaron de ser lo que eran para ser lo que él quiso que fueran. De los cuales, el ejemplo superlativo es el de Patricia Bullrich, quien antes de pasarse a las huestes de Milei cambiaba siempre de partido, es cierto, pero seguía siendo la misma Patricia. Ahora, que haya cambiado de partido es lo de menos, lo más grave es que se convirtió en una militante verticalista más papista que el papa, más mileista que Milei. Quien esta semana se superó a sí misma en tonterías y sobreactuaciones, insinuando que estamos sufriendo un espionaje ruso venezolano, y además le pidió a la justicia que allane medios y periodistas tirando por la borda la libertad de expresión que supo defender por décadas. No es que Patricia sea una obsecuente por sumisa, porque coraje y decisión no le faltan, aunque sí muchísimo criterio (no fue la única, pero sí quizá la principal responsable de que JxC no se quedara con la presidencia en lugar de Milei), pero es de concepción política militarista (o sea, a la vez una soldado y una militante) por lo que si no se la contiene (como, por ejemplo, hicieron Macri o Lilita) es proclive a dejarse seducir por el extremismo y el fundamentalismo que mejor sientan con su personalidad, aunque para ello deba dejar de lado todas las ideas que defendió durante décadas. La Bullrich, parece estar culminando su vida política habiendo encontrado lo que siempre inconscientemente buscó: la de ser un personaje en busca de su autor. Y en Milei, como nunca con ningún otro, encontró además de un jefe y un alter ego, también ese autor que le permitió liberar sus peores tendencias. Su transformación es un hecho notable de la nueva era política. Y nada positivo. Porque de eso, y de nada más que eso, se trata la excentricidad de pintar de violeta todo el país. La búsqueda de una unanimidad y una uniformidad que además de negativas son imposibles de lograr, en vez de construir los acuerdos posibles, a los que tanto se cansó de repudiar Milei durante todo este año.

Sin embargo, aun habiendo perdido políticamente en el segundo año casi todos los acuerdos que pudo construir en el primer año y a haber ido adoptando de a poco varias de las peores modalidades de la casta que tanto criticó, lo cierto es que al presidente parece estar quedándole el principal capital político con el que llegó al poder: la voluntad popular.

Hoy la pone parcialmente a prueba en el último bastión kirchnerista (que a la vez es el territorio provincial más grande del país) donde un triunfo o incluso un empate técnico podría volverle a permitir recuperar el aire que en estas últimas semanas horribles ha ido perdiendo. Sin embargo, lo principal ocurrirá en las elecciones legislativas nacionales de octubre, donde frente a Milei, nacionalmente no hay nadie, porque ningún partido ha quedado nacionalmente en pie. O sea, que, si no hubiera producido tan costoso e innecesario ruido político, estas elecciones para Milei deberían ser un paseo. Y una consolidación enorme de su poder.

Pero en la situación actual, incluso un triunfo electoral importante no le servirá de demasiado para gobernar (y para asegurar la gobernabilidad) si no es capaz de reconstruir los lazos que rompió con todos los que estaban dispuestos a marchar por el mismo camino, pero marcando diferencias y sin el menor deseo de fusionarse, que es lo que en el fondo ansían los hermanos Milei.

El voto popular, en democracia, es el más grande de los capitales políticos, pero siempre y cuando se lo use bien, ya que por sí sólo, por más contundente que sea, no alcanza. Y no sabemos si Milei eso lo ha entendido. Lo cierto es que, si no cambia drásticamente los estropicios políticos que él y su gente vienen haciendo (desde Spagnuolo al gordo Dan, desde los Menem hasta sus asesores en el libra-gate), le va a servir de poco ganar. Es demasiada la confianza que ha dilapidado, por lo que hoy el riesgo político que puede encarnar Milei no es el del autoritarismo ni nada que se le parezca (por más que su discurso siga siendo incendiario) sino la debilidad para gobernar, que en la Argentina es peligrosísima porque es lo que preanuncia la anarquía. Y ante ella, siempre el “partido del orden” está presto a reconstruirse para salvar al país de lo mismo que ese partido destruyó.

En síntesis, hoy el principal problema u obstáculo político que tiene Javier Milei para que las cosas le vuelvan o empiecen a ir bien en todos los sentidos, es precisamente Javier Milei. No existe en la política argentina del presente ningún enemigo o adversario con un poder similar al suyo, que lo pueda derrotar. Y es muy posible que el pueblo le reconfirme en las urnas ese poder, pese a todo lo que viene pasando. Pero solo le servirá a él y a todos los argentinos, si no se continúa autoinfligiendo daños, si Milei no sigue peleando contra Milei.

* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]

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