¿Cómo lograr que nuestras expectativas no condicionen la identidad de nuestros hijos?

En ocasiones, los sueños y frustraciones de los progenitores terminan “diseñando” el futuro de los hijos, sin dejar brecha para que estos reconozcan sus deseos y construyan su camino personal.

Los aprendizajes familiares permanecen como huella indeleble, de manera consciente o inconsciente, para toda la vida.
Los aprendizajes familiares permanecen como huella indeleble, de manera consciente o inconsciente, para toda la vida.

Suele decirse que los viajes comienzan aún antes de emprenderlos, es decir, cuando se los planifica y se fantasea con ellos. Es curioso, pero algo similar acontece con la salud mental de una persona, ya que también sus bases surgen incluso antes de que dicho sujeto arribe a este mundo. ¿Cómo es esto posible?

Sucede que las expectativas de los progenitores empiezan a configurar con anticipación el escenario al que llegará el futuro bebé. ¿Se trata de un hijo o hija deseado/a? ¿Se lo pretende niño o niña? ¿Se desplegará sobre ese pequeño ser un cúmulo de deseos proyectados por sus padres? ¿Harán ruido en la crianza las frustraciones individuales de estos familiares? ¿Cuál es la historia de quienes constituyen la pareja y cómo influirá en la educación?

En definitiva, ¿cuál es el lugar real y cuál el simbólico que vendrá a ocupar este hijo o hija dentro de la estructura familiar?

“Los aprendizajes familiares permanecen como huella indeleble, en forma consciente o no, para toda la vida.”

Como empieza a advertirse, este “viajero que nace” ya está, en gran parte, condicionado en su travesía... Y en la mayoría de los casos, su salud mental futura dependerá de que pueda ser consciente de sus condicionamientos y tenga la oportunidad de cuestionarlos.

Más allá de la corriente psicológica que aborde el tema (sistémica, cognitiva o psicoanalítica), no es casual que todas coincidan al considerar a la familia como fuente de salud o enfermedad. Es la familia quien favorece la socialización primaria y la principal encargada de inculcar valores, así como también la que moldea la conducta del infante y direcciona su identidad.

Ya Salvador Minuchin, destacado psiquiatra y pediatra argentino, consideraba a la familia como la célula básica de la sociedad y la matriz de la identidad personal. Según este autor, la familia es la encargada de velar por el bienestar psicosocial de sus miembros; en el seno de ella, el niño adquiere consciencia de su ser y pautas de relacionamiento con los demás.

“La futura salud mental de los hijos dependerá de que puedan ser conscientes de sus condicionamientos y tenga la oportunidad de cuestionarlos.”

Los aprendizajes familiares permanecen como huella indeleble, en forma consciente o no, para toda la vida. En definitiva, nuestra identidad no emerge de la nada: surge de un contexto particular que es la familia.

Para Freud, el “Yo” es lo menos propio que hay. ¿Por qué? Porque surge a partir de las distintas identificaciones con los otros. Identificarse significa tomar algo del otro y hacerlo propio, incorporarlo a la propia personalidad. Y es claro que con quienes más se identifica un niño o una niña es con sus padres y con otras figuras significativas de la niñez.

Es por eso que los traumas vividos en la infancia tienden a permanecer de manera latente a nivel inconsciente, pudiendo incluso seguir influenciando el accionar y el estado anímico de alguien adulto.

*Psicólogo y autor del libro “Los laberintos de la mente” (Editorial Vergara). www.espaciodereflexion.com.ar

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