La primera relación del artista plástico mendocino Juan Scalco con la pintura desata en nuestra mente imágenes de poesía pura: el entusiasmo de un canillita, de un florista, que con veinte años recién cumplidos ocupaba sus domingos en ir a pintar al parque San Martín con un grupo que había fundado Vicente Lahir Estrella. Dicen que no faltaba nunca.
Corrían los años 30 y Scalco tenía enfrente suyo no solo la perspectiva verde del parque diseñado por Thays y el perfil de las montañas, sino también a uno de los paisajistas más notables de la pintura mendocina: Lahir Estrella, quien junto a otros como Fidel de Lucía, habían compuesto la mitología visual de una tierra caracterizada por las hileras de vides y el horizonte nevado. Con él, el joven que había nacido en un cafetal brasileño y que había pasado años desarraigado en un orfanato y luego en un convento, buscó la forma de permanecer y pertenecer, por fin, a un entorno: pintó paisajes.
Pero, vistos desde hoy, los paisajes de Scalco vibran demasiado fuerte para ser pintoresquismo naïf, que es de lo que lo acusaron durante décadas. Sus figuras desbordan de vitalidad y fe. Sus cuadros son como Polaroids con personas que se mueven enérgicamente, que cosechan, siembran, nadan, juegan y conversan, pegados a la superficie espesa del óleo. En palabras atribuidas a él por el inolvidable escritor y librero, y amigo suyo, Carlos Levy, Scalco no aceptaba "la pintura sin mensaje".
Era un realismo social asentado en el trabajo y el descanso, en la felicidad y en la vida en familia y comunidad. Pinturas como "Trabajando en la ripiera" (propiedad del MMAMM) son una oda a todo ello, como también sus escenas de ocio (como "Paisaje de Potrerillos"). Otras tienen la magnificencia didáctica de un mural.
En algún punto, esa alegría en las "simples cosas" lo acerca a un contemporáneo como José Bermúdez, quien, con su propio lenguaje, también dedicó innumerables lienzos a la felicidad cotidiana. De hecho, una profunda amistad los unió y el retrato que hizo de Scalco (de quien casi no hay registros fotográficos) lo atesoró en su taller hasta su muerte en 2021 (otro a quien inspiró, y le valió un retrato suyo, fue Ricardo Embrioni).
Scalco, en cambio, murió hace 30 años. El paso del tiempo todavía no le ha dado el justo reconocimiento que merece. El próximo 14 de agosto se recordará el día en que falleció en la misma pobreza que predicó durante toda su vida. Y ayer, anticipándose a este aniversario, la Mansión Stoppel - Museo Carlos Alonso inauguró la muestra "Habitar, trabajar y disfrutar", que cuenta con curaduría de la prestigiosa gestora y académica Julieta Gargiulo. "Nada más oportuno para festejar esta nueva Vendimia que brindar un homenaje a uno de nuestros grandes maestros, Juan Scalco, quien supo con sus pinceles, su poético realismo social y su marcado acento testimonial, cantar al hombre mendocino, para quien pinta, y a los espacios donde aquel trabaja, habita y se recrea", escribió.
Un artista plástico mendocino y universal
En efecto, Scalco creía en el arte al servicio del pueblo. Siempre estaba rodeado de libros y tenía una sensibilidad especial para la música, cantando incluso en coros de iglesias. "Nunca me he sentido solo, la soledad es pura psicología. Vivo en compañía de cuatro mil millones dentro de este hermoso paisaje que es la tierra", decía.
Esa retórica humanista, en algún punto, se convirtió en militancia por los derechos humanos y por el comunismo. Fue de hecho en 1968, mientras caminaba por calle San Martín con bonos contribución para los presos de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, cuando vivió el episodio más oscuro de su vida. Fue acusado de comunista por la infame Ley 17401/1967 de Onganía y lo metieron preso. Ángel Bustelo, también militante del PC, asumió su defensa, y en una nota publicada el 15 de agosto de 1995 en Los Andes, recordaba con mucho pesar que fue "perseguido por los jueces de entonces, que sentaron cátedra persecutoria. Lo mantuve escondido casi un año en mi finca El Resuello. Y no dejó pasar un día sin dejar de cubrir telas con genialidades hijas de modestia inabarcable, desnudo de riquezas pasajeras".
Scalco hizo su primera exposición individual en 1951, en la desaparecida Galería Giménez, según consignaba Levy en un perfil publicado en el portal La Melesca. Pasaron las décadas, con innumerables exposiciones y reconocimientos, y hasta incluso un viaje a la Unión Soviética, en 1987, en donde pudo ver, en Moscú y Leningrado, los últimos resquebrajamientos de un sistema que en su militancia y su pintura tenían el sabor de la utopía. Dicen que en sus últimos años, inhabilitado para pintar, había vuelto a la música y estaba componiendo una cantata: "Canto de amor y paz para Mendoza y su clase trabajadora". ¿Quedará registro de ese último abrazo a la tierra que lo adoptó y a la que amó como pocos?
"Habitar, trabajar y disfrutar" puede visitarse con entrada gratuita hasta el 21 de abril en la Mansión Stoppel- Museo Carlos Alonso.
La opinión de otros artistas plásticos
Luis Quesada dijo: “Scalco es un narrador visual excelente, la claridad con que lo que se propone es solo posible cuando se tiene un seguro conocimiento de ese propósito y un sentido compositivo que permite repetir con riqueza y variedad una misma idea estructural. Está movido, en ese sentido, por ideas de solidaridad, de justicia social y de redención de los humildes. Los títulos de sus obras son evocadores de esa condición insobornable de luchador social”.
Por su parte, Rodrigo Bonome, del Teatro del Pueblo de Buenos Aires, en 1975, afirmaba: “Juan Scalco es un pintor que ama su paisaje y su gente, es decir, el paisaje de su Mendoza y la gente que en el valle o en la montaña es parte indivisible del mismo. Y ese amor lo ha llevado a hurgar en el potencial subjetivo de los seres y las cosas, dándoles esa fuerza expresiva que llega al contemplador con imágenes que no necesitan de introductores porque conocen el camino directo hacia la emoción”.
En tanto, Carlos Levy supo definirlo así: “Un pintor flaco, demasiado flaco, quizás; un maravilloso pintor flaco que, con sus ojos celestes apretados entre sus inmensas orejas, ve y oye todos los colores del paisaje, del hombre y su paisaje. Será por eso, entonces, que su pintura canta en todas sus pinceladas. Habla de alegrías y canta; habla de los pesares de su criatura humana y canta, y si esa criatura sufre, canta más todavía, pues porque Scalco la ama por sobre todas las cosas. Confía en ella y se le entrega sin misterios. Con ternura impaciente la hace inquilina de sus desvelos y entonces nos dice: Nunca me he sentido solo, la soledad es pura psicología. Vivo en compañía de cuatro mil millones dentro de este hermoso paisaje que es la tierra”.