—¿Y qué música escuchabas en esa época?
—En ese momento habían salido discos para mí muy importantes como Rey Momo de David Byrne y Graceland, de Paul Simon. No me equivoqué en ese gusto, porque de ahí no solamente nació Karamelo Santo, sino también Mano Negra, Todos Tus Muertos, Los Caifanes. Fue lo que marcó todos los ‘90 hasta el 2005 o 2007, te diría, fue importante todo ese mestizismo, mezclar el ska con el reggae. En el 94 estábamos grabando La Kulebra, nuestro primer disco, y ahí hacíamos cumbia.
—Volviendo a la etapa zapatista, ¿también hubo de tu parte un compromiso de militancia ahí o sólo por el lado de la música?
—Sí, porque mis amigas trabajaban en una revista donde se escribía una página en nahuatl y otra en español, muy bien impresa, con papel reciclado y era prácticamente de servicio público, porque los pueblos originarios en México estaban muy abandonados. Yo ya venía muy nutrido de bandas en Mendoza, como Markama, como Amauta, que me habían involucrado en esa situación americanista. No era un rockero punk, que escuché a Luca Prodan y que no me importaba nada. Tenía mi parte punk y odiaba a Silvio Rodríguez, pero me gustaban Los Jaivas. Entonces, en México me pasaba que eso que había mamado me servía mucho.
—¿Y te sentías comprometido con un ideario, digamos, de izquierda?
—No te voy a decir que era de izquierda, porque nosotros los punks en los 80 no éramos de izquierda. Tampoco éramos de derecha. Éramos anti Estado, creo que ese es el tema. No queríamos saber nada con el Estado. También con la ignorancia propia de la adolescencia. Cuando empezaron con todo el tema de los 500 años, me involucré más. Empecé a leer a Galeano y ahí sí, digamos, me hice más de izquierda.
—Igual hay un anarquismo de izquierda y un anarquismo neoliberal de derecha, pero los punkies eran más de izquierda…
—Me parece que en el fondo éramos bastante ingenuos y maleables, éramos unos volantines… En ese de momento podías estar en una fiesta, obviamente colado, de un diseñador o de un cirujano plástico de la elite mendocina, en Chacras, y después, al otro día, te estabas tomando un vino en un recital punk de Los Mengueles en una carnicería. Era muy amplio, Mendoza daba esa posibilidad. Esas cosas de Mendoza son únicas e irremplazables. Mendoza es muy conservadora, muy católica, militarista por San Martín, pero cuando la gente está loca y se junta a hacer locuras, salen tipos como Quino, como Le Parc, como Tejada Gómez.
—¿Cómo es eso de la “locura mendocina”?
—Cuando nos nombraron embajadores culturales, Mercedes Sosa me dijo: "No sabés lo que era Mendoza en los 60. Yo salía y estaba Palito Ortega que vivía en la otra cuadra, venía Sandro de vez en cuando a Zanessi a grabar, estaba todo el mundo en Mendoza. Era una moda por el Nuevo Cancionero Cuyano: Matus, César Isela, Tejada Gómez…” Yo no lo podía creer. La verdad es que después del 2006 se apaga un poquito Mendoza, pero bueno… La Fiesta de la Vendimia, por ejemplo, existe porque atrás de eso hay una locura impresionante de bailarines, de coreógrafos, de diseñadores, de actores. No podría existir una Fiesta de Vendimia desde hace 60 ó 70 años si la gente no estuviera loca. Entonces, para mí Mendoza tiene esa locura cultural necesaria para ser un centro de gravedad creativa.
—Karamelo Santo surgió con la pretensión de representar una especie de “cuyanía roquera”, ¿no?...
—Sí, pero fue local más que todo. Al principio cuando armé Karamelo me volví de México a Mendoza y me junté acá con algunos músicos, pero al principio era como virtual la historia. Yo me iba a comprar un sampler, que era como la prehistoria de una computadora. Entonces hacíamos los ritmos con una máquina de ritmo y venía el Manila Prado, que era entre actor, músico, payaso, pero a mí me aportaba que tenía información musical de todo… Entonces hicimos un disco como La Kulebra donde no había miedo a destruir y crear cualquier ritmo.
—¿Y qué pasó con esa disputa que hubo en cierto momento entre ustedes?
—Como a los dos años hubo unas situaciones muy fuertes. Yo me fui a Buenos Aires, pero de los originales no quería ir nadie. Entonces rearmé la banda con otros integrantes, algunos que venían de otros grupos. No ser una banda con los mismos integrantes siempre fue un problema. Tuvo cuatro formaciones distintas y en un momento, a finales de del 2010, tuve una crisis personal. Empecé a tener ataques de pánico, me deprimí. Había una gira por Europa muy importante a la que decidí no ir, porque no me sentía bien. Hasta tenía miedo de subirme al avión y que me diera un brote psicótico. Era de locura, de cansancio, porque estaba siempre grabando. Cuando decido no ir, le doy las recomendaciones a la gente para que siga tocando. Yo me quería matar, pero la verdad es que no me sentía bien. Me peleé con el manager y noté que no había ninguna voluntad de mantener un vínculo conmigo, a pesar de que yo legalmente era y soy el dueño de todo. En un momento di permiso para seguir usando el nombre, porque no quería parar el tema laboral y quedó así hasta que ellos decidieron separarse. Como al año retomé el nombre de la banda. Justo me había cruzado con Marcelo Amuchástegui y Mario Yarque, que eran los integrantes originales, con los que inventamos la banda, y ahí empezamos de vuelta.
—O sea que ahí resurgió Karamelo Santo.
—Sí, nunca volvió a ser lo mismo, de eso estoy seguro. El highlight ya había pasado. Pero, bueno, intentamos mantenernos. Ahora estamos tocando mucho acá en Buenos Aires. Y eventualmente hacemos viajes a Chile, a México. Ahora nos ofrecieron ir a Europa. Vamos a ver qué puede llegar a salir, pero yo ya estoy grande y la verdad que irme 2 o 3 meses como hacíamos cuando teníamos 30 años no es lo mismo. Hay un sentido de responsabilidad. Todos en la banda tienen familia, hijos…
—Vos también te reformulaste con un perfil solista y como productor, ¿no?
—Sí, lo de productor siempre fue desde Karamelo Santo, porque al nacer en una provincia como Mendoza, los discos los teníamos que grabar nosotros mismos. Teníamos la ayuda de algún estudio de grabación que nos prestaba los equipos, como Bunker con Andrés Carrión y Miguel Cavallo. En los 90 mientras grababa los discos de Karamelo también grababa a otras bandas, producíamos discos de rock mendocino. Siempre me gustó grabar y trabajar con las bandas para potenciarlas. He producido más de 500 discos.
—¿También te fuiste al sur y grabaste a músicos de poblaciones originarias?
—Lo último, muy importante para mí, fue trabajar con bandas de rock de pueblos originarios. Tuve una integración muy fuerte con dos polos muy distantes. Uno en Jujuy con el Túpac Katari, que es un centro cultural que lo maneja el perro Santillán y ahí trabajé con muchas bandas de Jujuy, de Humahuaca, Sikuris del barrio San Francisco, con bandas de Sucre, en Bolivia. Después tuve otro acercamiento con la Confederación Mapuche de Neuquén y Chubut con gente del lof Nehuén. Ahí sí ya tuve una actividad de compañero integrado. Esas bandas, incluso me nombraron hueque, me pusieron el trarilonco. Lo más fuerte que me pasó en la vida, a un nivel rockero fue eso. También lo de Roger Waters. Me llega una invitación para que los chicos de Puel Kona toquen abriendo los dos recitales de él acá en La Plata ante 80.000 personas. A Roger Waters le llovían ofertas de bandas para abrir su show acá en Argentina y resulta que eligió a una de las bandas mapuches con las que trabajé. También tuve un acercamiento a la comunidad huarpe con Marcelino Azaguate. Los pueblos originarios a mí me han salvado la vida. Me controlé, porque los mapuches son muy controlados, son muy espirituales. No drogas, no alcohol. Tienen lo suyo, no voy a decir que no.
—¿Y qué pasa con la música en Mendoza? ¿Qué podrías decir?
—Bueno, creo que la música mendocina está y va a seguir estando. Hay mucha novedad, muchísima, hay muchas bandas rock. También hay mucha gente influencer que quiere ser músico, que debería dejar de preocuparse tanto por el Instagram y por el TikTok y dedicarse más a estudiar música. Pero sí hay bandas que ya sabemos que han trascendido. Creo que hay un regreso a la excelencia musical. Con Karamelo Santo, éramos más como Sumo, ¿viste? Vamos a tocar, muchacho. ¿Qué ritmo es este? Bueno, hagámoslo como salga. Hoy no. Hoy me parece que los pibes van a un profesor, van a una academia o se juntan con los amigos. Vuelve la tribalización, que se había perdido estos últimos años con todo este tema de las computadoras y la inteligencia artificial. Yo tengo estudio de grabación y tengo inteligencia artificial, porque también afinamos las cosas, arreglamos la batería o el bajo. Usamos un poco inteligencia artificial. Pero te digo la realidad: la tribalización es lo más importante. Que los chicos se junten en el barrio, en el garaje, como hacíamos nosotros, en el patio, a tocar juntos, a no individualizarse. Yo les tengo fe a los chicos. No soy de hablar mal, salvo eso de decirte que a veces me parece que quieren ser más influencers que músicos. Algunos, no todos.
—Cuando hablas de bandas nuevas, ¿estás pensando en el manso indie?
—Sí, sí, eso es lo más importante que ha salido estos años. Sí, claro. El amigo invencible, Pasado verde, Usted Señalemelo, La Skandalosa, todas esas bandas están buenísimas. Y me parece son muy profesionales todos. También me gustaría que siguiera el punk rock y el ska, porque son ritmos que en Mendoza fueron muy fuertes. Sobre todo el punk rock tenía muchas cosas para decir.
Goy en cinco claves
Libros preferidos: El lobo Estepario, de Hermann Hesse y Hojas de hierba, de Walt Whitman
¿Y los músicos referenciales?: John Lennon, Bob Marley, John Strummer, Héctor Lavoe, Joan Manuel Serrat
¿Películas?: Cinema Paradiso y Apocalipsis Now
¿De qué cuadro sos hincha?: Godoy Cruz y ahora Chacarita
Un lugar de Mendoza: Cacheuta
Rock Mestizo y cuyano
Músico, productor y agitador cultural, Guillermo “Goy” Ogalde (Mendoza, 1968) es una de las figuras más singulares del rock argentino. Desde fines de los años ochenta, su trayectoria traza un puente entre la rebeldía punk y la búsqueda de una identidad latinoamericana propia. Fundador de Los Perfectos Idiotas y, poco después, de Karamelo Santo, Ogalde fue uno de los primeros en fusionar ska, reggae y rock con ritmos andinos y cuyanos, anticipando el mestizaje que luego dominaría buena parte de la música del continente.
Su vida artística está marcada por el movimiento y la curiosidad: vivió en Valparaíso, en México durante la efervescencia zapatista y más tarde en Buenos Aires, siempre explorando nuevas mezclas y lenguajes. Ha producido más de quinientos discos y trabajado con bandas de pueblos originarios, a quienes considera una fuente espiritual y musical decisiva.