Entrevista a Egar Murillo: el arte como idioma

Entrevistamos a Egar Murillo, un creador distinguido, jujeño de nacimiento y mendocino por adopción.

Por Andrea Calderón

Nació en Jujuy y creció en Mendoza. Creador indispensable, ha cosechado premios, becas, distinciones y exposiciones que lo ubican en un lugar privilegiado de nuestra cultura. Desafíos de un artista que no para de trabajar.

Cuando los pa­dres de Edgardo Murillo se ena­moraron, tenían 17 años y vivían en Bolivia. Él, hijo de una familia acomodada; ella, una campesina sin estu­dios. De los juicios y prejuicios de su entorno escaparon y en­contraron en Jujuy, su primer refugio para el amor. Al año de nacer, Egar -apodo que lleva desde la adolescencia-, estuvo a punto de morir. Una enfer­medad que le quitó el apetito y un pronóstico desolador lleva­ron a su tío a pintarle un ataúd de blanco, para enterrar al niño según la tradición norteña.

"Mi madre vendía fruta en Palpalá, una zona por en­tonces semi rural. Un día me llevaba atado a su espalda y en un camino de tierra vio un montículo brillante al costado del camino. Era un caballo muerto, un percherón, lleno de gusanos blancos, brillantes por el sol del mediodía. Se acercó por curiosidad y yo aspiré el vaho. Al otro día caí enfermo. Ade­más de un médico, mis padres consultaron a una curandera. Estaban esperando a que muriera cuando me vieron masticar un san­tito que tenían de yeso y después pedir co­mida. Es una historia bastante increíble, se puede decir. El doctor les sugirió entonces venir a Mendoza por el clima",

recuerda el artista que en 1993 recibió la Beca al Estí­mulo por la Fundación Antorchas y un año más tarde fue seleccionado para participar de un taller de formación y desarrollo diri­gido por Guillermo Kuitca en la Fundación PROA.

Egar es el mayor de siete hermanos. Antes de vivir junto a su familia en una villa, fue llevado “de prepo” por su abuelo a Bolivia. Sin embargo los Murillo no resistieron a la comida picante ni a las costumbres ni al clima, y regresaron a Mendoza, donde una vez más debie­ron empezar de cero. Li­gado al dibujo y a la escri­tura desde niño, al tiempo que cursaba la carrera de Artes, Egar fue pintor de casas, guardia de noche y recepcionista de un hotel. Una vez recibido, trazó una carrera en la que ha cosechado destacadas distinciones (Segundo Premio Salón Nacional de Pintura, en 2012; Primer Premio Salón Regional Vendimia en “Dibujo” y en “Pintura”, en 2005 y en 2001, entre otros). Su obra ha formado parte de exposiciones nacionales e internacionales de indudable relevancia: en el Centro Cultural Néstor Kirchner, en la Galería Van Riel en Buenos Aires -de la que forma parte-, en el Centro Cultural Recoleta o en la Galería Helix, en Florida. En Mendoza es también integrante del staff de Daniel Rueda. La trayectoria de Egar Murillo es indisociable de su capacidad técnica, estética y creativa, que atraviesa múltiples lenguajes a partir de los cuales ha creado códigos, universos e imágenes difíci­les de olvidar. Fue el artista que en el 2001 salió a las calles a recolectar material de descarte para su obra y el que con miles de tapitas de gaseosa creó “Logos”, una serie con personajes emblemáticos e imágenes icónicas de la historia del arte.

"LA VIDA DEL ARTISTA ES MUY DIFÍCIL EN EL SENTIDO DE QUE SUPONE BUSCAR LO QUE QUERÉS HACER, ADEMÁS DE COINCIDIR CON LA OBRA QUE TE GUSTA Y LOGRAR EL RECONOCIMIENTO DE LOS PARES, DE LOS CRÍTICOS Y DEL PÚBLICO".

-¿Qué relación encontrás entre esa vi­vencia de la infancia y lo que hacés?

-Hay varios puntos de conexión. Siempre me ha interesado la existencia humana, la muerte. Cuando empecé a pintar, en la facultad, me interesaba mucho la cultura popular, sus códigos, los santos, pero desde un tratamiento conceptual. Por ejemplo, yo pintaba los santitos y les pegaba los bole­tos del colectivo, como una especie de viaje existencial ligado a la cultura del trabajo, porque siempre vi a mis padres trabajando.

-¿De dónde provienen los elementos "punk" que aparecen en algunas de tus obras?

-Recién ahora reconozco que la influencia del movimiento punk me pegó muy fuerte, antes tenía una especie de prejuicio sobre eso: como el punk era una subcultura y yo iba a la Facultad de Artes, me parecía que no correspondía, aunque yo me sintiera punk por dentro. De cualquier manera ade­más de esos elementos, mi trabajo también tiene mucho tono social y político.

-¿Cuándo empezaste a relacionarte con el arte?

-Desde chico dibujé. Si bien no tuve la posibilidad de tomar clases de dibujo o pintura, sí me puse a escribir poemas. En la adolescencia surgió mi interés por la litera­tura y luego mi padre me obsequió un libro muy caro de Salvador Dalí y una máquina Olivetti cuando cumplí los 18 años. Estas son cosas muy importantes para mí, porque de algún modo me permitieron acercarme más al arte.

-¿Qué libros te llevaron a inscribirte en Letras primero, y a seguir más tarde la carrera de Artes?

-De Letras sólo hice el preuniversitario y después me crucé de facultad, pero lo pri­mero que leí y me trasladó a otra parte y a creer en el arte, fue un poema de Fernando Pessoa sin saber que él era el autor porque el libro no tenía tapa. “Lluvia oblicua”, se llama. Fue un golpe muy grande ese, que me llevó a escribir.

-¿Por entonces ya te sentías artista?

-No, no, porque llegar a ser artista es un largo camino.

-¿Y cuándo creíste estar en ese camino por primera vez?

-En la Facultad, cuando rendí Taller 5 de Pintura con Alberto Musso, a quien respe­taba, pero con quien tuvimos varias diferen­cias. En esa época, a los estudiantes nos interesaba mucho la nueva imagen, la pin­tura posmoderna o el neo-expresionismo, algo que él aborrecía. Para ese examen llevé un cartel que estaba en la puerta de una verdulería de la villa, mal escrito, con mala ortografía que para mí era una obra en sí misma sin entender mucho a Duchamp, porque ni llegamos a verlo en la Facultad. A cambio yo le di al verdulero un cartel muy bonito que le hice. Me fue muy bien con eso, saqué un 10. En ese momento pensé que estaba la posibilidad de ser artista.

-¿Cuándo hiciste tu primera muestra?

-En el ‘88, en el Hotel Aconcagua, donde trabajé de recepcionista.

-¿A partir de ahí se abrió tu camino en la escena de las artes visuales?

-(Piensa). La vida del artista es muy difícil en el sentido de que supone buscar lo que querés hacer, además de coincidir con la obra que te gusta y lograr el reconocimien­to de los pares, de los críticos y del público. Implica paciencia y perseverancia. La socie­dad podría vivir sin arte pero no sin perso­nas que se expresen y entre ellas están los artistas.

"NO SE PUEDE SER ARTISTA DE LUNES A VIERNES Y DESCANSAR LOS FINES DE SEMANA. SE ES ARTISTA TODO EL TIEMPO. LA DIFICULTAD ES QUE NO SE TIENE UN SUELDO PERMANENTE".

-¿De qué depende, en tu caso, la elec­ción de determinada técnica, material o lenguaje para abordar una obra?

-Del aburrimiento. A veces necesito hacer cosas distintas y es entonces que investigo otras posibilidades. Hago de todo un poco y no me encierro en la pintura. Actualmente sigo trabajando con las tapitas, un proyecto que empezó en el 2001 como concepto. Quise hacer lo que hace un cartonero, por eso junté plásticos, cartones, cajas de remedios y cualquier elemento con el que más tarde pudiera hacer algo. Con las tapi­tas me siento muy cómodo porque las veo como un píxel redondo de color.

-¿Qué significan los concursos y reco­nocimientos obtenidos a lo largo de tu carrera?

-Los concursos son una forma de subsis­tencia y me dan cierta tranquilidad para continuar trabajando. No se puede ser artis­ta de lunes a viernes y descansar los fines de semana. Se es artista todo el tiempo. La dificultad es que no se tiene un sueldo permanente, sumado a que en Mendoza no existe un mercado del arte. Es natural en muchos artistas vivir en ese estado de incertidumbre. Alguna vez pensé en aban­donarlo todo.

-¿Cómo ves el estado actual del arte en Mendoza?

-Creo que hay excelentes artistas jóvenes, que podrían estar colgados en Buenos Aires o en Nueva York y que están en con­sonancia con el arte contemporáneo a nivel internacional. Lo que no existe son lugares de exposición y más ahora con tres museos cerrados, eso es parte de la desidia de los gobiernos. Tampoco se realiza desde hace algunos años el Premio Vendimia, siendo que a la Fiesta de la Vendimia se le destina tanto presupuesto.

-¿De qué se nutre tu arte y cuáles son tus temas de trabajo?

-Tengo varias fuentes que me nutren, pero hay referencias que he reconocido con el tiempo y que son muy importantes para mí, no sólo por su arte sino también por su pensamiento: Lucio Fontana, Marcel Du­champ, Antonio Berni y Pablo Picasso. En cuanto a los temas con los que trabajo, está sobre todo la existencia humana, la soledad de las personas, la destrucción del planeta y la justicia, en el sentido de que lo que uno haga debe tener para mí una función social.

-¿Qué deseos tenés por cumplir como artista?

-Me encantaría hacer una gran obra que aún no he logrado, que tuviera algo muy profundo y sin tiempo, casi como algo me­tafísico. Ojalá pueda lograrlo.

Hasta febrero, la Cava de Arte de Bodega Santa Julia presenta una exposición colectiva de Egar Murillo, Daniel Bernal y Enrique Manzano, un recorrido fascinante por la obra de tres artistas mendocinos vinculados al neoconceptualismo.

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