26 de marzo de 2018 - 00:00

El sueño fallido de la república catalana - Por Daniel Bosque

El expresidente catalán Carles Puigdemont, detenido ayer por la policía alemana en virtud de una orden de detención europea emitida por España, encarnó para sus partidarios el sueño de una república catalana soberana.

Desconocido incluso en Cataluña hace dos años, este periodista de 55 años, con una espesa mata de pelo negro al estilo Beatles, se convirtió en una figura internacional al liderar el fallido intento de secesión de la región española.

Establecido en Bélgica desde entonces, lejos de la justicia española que ordenó encarcelar a algunos de sus compañeros, aspiraba a recuperar la presidencia regional de la que fue cesado por el gobierno español tras la declaración de independencia del pasado 27 de octubre.

Formalmente acusado de “rebelión”, entre otros cargos, por la justicia española, Puigdemont fue detenido poco después de cruzar la frontera alemana en coche desde de Dinamarca.

Exilio voluntario

En enero de 2016, llegó casi por casualidad a la presidencia de Cataluña, cuando su compañero de partido Artur Mas, un independentista sobrevenido, renunció para favorecer una alianza con los sectores más radicales del separatismo.

Nacido en Amer, un pueblo a 100 km de Barcelona, había sido alcalde de Gerona, una pequeña ciudad burguesa del noreste de Cataluña, y había presidido la asociación de municipios independentistas de la región.

Hijo de pasteleros criado en una de las zonas más nacionalistas de la región, Puigdemont prometió conseguir en 18 meses la independencia en la que creía desde su juventud.

Contra viento y marea, saltándose prohibiciones del Tribunal Constitucional, su gobierno organizó un referéndum de autodeterminación ilegal el 1 de octubre celebrado sin garantías y en medio de fuertes cargas policiales contra los votantes.

Su convicción pareció flaquear sólo una vez, en la víspera de la declaración de independencia del 27 de octubre, cuando propuso a sus socios convocar elecciones en vez de proclamar la República, evitando así un choque frontal con Madrid.

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