La muerte del ex presidente uruguayo José Mujica sacudió a la política internacional. Pese a haber estado retirado de la vida pública desde hace tiempo, por su avanzada edad y su delicado estado de salud, sorprendió gratamente la repercusión también existente en medios de todo el mundo.
Prescindiendo de las cuestiones ideológicas, en cada cita o publicación al referente uruguayo se lo rescata, principalmente, por los valores en los que fundó su vida pública luego de la turbulencia creada por su militancia guerrillera y los largos años de cárcel posteriores.
Gran mérito el de volver a la escena sin ánimo de revancha contra un sector de la sociedad uruguaya que seguramente lo descalificó en su momento por su inclinación a las armas y a la violencia. Algo tan alejado de la realidad argentina, ciertamente.
Cada disertación, entrevista o charla de café con el veterano dirigente derivó en la enseñanza de verdaderas lecciones de vida, pensamientos y definiciones con las que consolidó su bien ganada fama de poeta, pensador y consejero. Un gran intérprete de lo cotidiano y su importancia. Un verdadero y sorprendente filósofo nutrido en la escuela del diario vivir, sencillo y defensor de la natural.
También haya que reconocer que todo lo que hizo y legó el reconocido dirigente uruguayo fue posible en gran medida por el contexto social y político en el que le tocó desempeñarse. “Pepe” Mujica fue protagonista de la sana alternancia partidaria que caracteriza a la política de su país, en el que no sobresalen aún los extremos, sino izquierdas y derechas moderadas, centristas, sanamente cerca del sendero del consenso que tanto apuntalan un sistema democrático.
Y ese atributo tiene sus correlatos. Uruguay viene calificando en forma elevada entre los países del mundo por la vigencia de la libertad de expresión y el combate contra la corrupción, claros sustentos republicanos. Y esa notable valoración se traslada a la ciudadanía, que suele reconocer tales atributos de sus dirigentes.
Queda en evidencia una vez más que la tradición democrática uruguaya, sólo interrumpida por la dictadura militar que gobernó entre 1973 y 1985, sobresale y trasciende por encima de los intereses sectoriales, tanto políticos como económicos, haciendo dificultoso cualquier intento de instalación de regímenes populistas o autoritarios.
Como hemos señalado anteriormente en este espacio, son virtudes institucionales del pueblo uruguayo a través de sus representantes, que deben servir como modelo para varios países, en especial el nuestro, en el que el que ha quedado demostrado que, por inoperancia de sus miembros, la democracia no alcanzó a instalarse como mecanismo de convivencia y solución de los problemas de la comunidad.
En el vecino país sobresalen las instituciones desde sus raíces. Bien se ha señalado en más de una oportunidad que allí los partidos políticos tienen estructura, dirigencia electa, normas de disciplina, seguidores con identidad política y, sobre todo, un conjunto de ideas y creencias que implican un lazo común, según la rigurosa definición de una calificada pluma periodística uruguaya. En ese escenario trascendió muchísimo más, lógicamente, la vida de Mujica, un hombre que llegó a la categoría de estadista.