Estadio Feliciano Gambarte: El Tanque, la tribuna y el barrio: el legado de una generación apasionada

En la voz del fallecido Alejandro Parigi, reconocido periodista y fanático bodeguero, un repaso de una historia única, plagada de nostalgia y gloria.

Entre las tantas postales que ofrece el estadio Feliciano Gambarte, hay una que nunca pasa desapercibida: el tanque de agua, silencioso y firme, como si sostuviera la historia sobre sus patas. No solo es una reliquia de cemento; es el símbolo de una época donde construir un club era literalmente poner el cuerpo, el bolsillo y hasta la propia vida al servicio de un sueño colectivo. Alejandro Parigi, periodista, productor, hincha apasionado del Tomba, quien falleció en septiembre de 2022, fue uno de los que mejor supo contar esa historia, en parte porque también era parte de ella.

“Lo primero que hicieron fue el tanque, porque no había agua… Dijeron: vamos a hacer un estadio y no tenemos agua. Y fue lo primero que levantaron”, me contó muchas veces Alejandro. Y lo sabía de primera mano. Su padre fue quien lo construyó, y también gran parte de la tribuna. Una obra que, con los años, se transformaría en símbolo.

“Mi viejo tenía una empresita constructora y se metió a fondo con el club. Se terminó fundiendo por el Tomba. Embargado, tuvo que vender máquinas, camionetas, todo… porque nunca le cobró al club lo que le tenía que cobrar. Mi vieja se enteró años después, cuando encontró los pagarés en un cajón. Se armó el quilombo de su vida. Pero así era: dirigencia de antes, a puro corazón”.

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A los pocos días de su partida, la popular y la dirigencia del Tomba rindieron homenaje a Ale. Su rostro volvió a encenderse en la pantalla del Malvinas, como un último abrazo del club de su vida.

A los pocos días de su partida, la popular y la dirigencia del Tomba rindieron homenaje a Ale. Su rostro volvió a encenderse en la pantalla del Malvinas, como un último abrazo del club de su vida.

La familia Parigi está atravesada por el club. El tío de Alejandro fue uno de los fundadores. Su abuelo, vasco de pura cepa, era primo hermano de Feliciano Gambarte por el lado materno. “Por parte de mi vieja eran vascos y Feliciano era primo de mi abuelo. En casa se respiraba Tomba, desde siempre”.

Esa herencia lo marcó desde chico. “Nací a cuatro cuadras del estadio. A los 8 años le pedí a mi viejo que me hiciera socio y empecé a jugar en las inferiores. Llegué hasta sexta. Pero después me atrapó el rock…”.

Por un color, solo por un color...

Ahí comienza otro capítulo de esta historia: el de la tribuna más rockera del país. Así la denominaba Parigi. En los años 70 y 80, Alejandro y un grupo de amigos armaron una cofradía única: eran hinchas fieles, medio barrabravas, pero también lectores voraces y músicos. Una generación que mezclaba piedra y poesía, bohemia y filosofía.

“Después de esas noches fisurados de rock, caíamos a la cancha como podíamos. En los 70 éramos los López (Marcelo y Gury), el Andi Carrión, yo… Y después, en los 80, cayeron el Goy Ogalde (cantante ), el Marmat Padilla (periodista y escritor), el Roly López… que eran más pendejos y los sacábamos cagando. Tenían 12 años… Les decíamos que fueran a tirar papelitos a otro lado”, recordaba entre risas.

Pero esa mezcla de aguante y bohemia fue el sello de una época. “El sábado tocábamos, volvíamos rotos, pero el domingo íbamos a la cancha. Era loco, porque puteábamos como barrabravas, nos agarrábamos con los de Huracán, con los de Maipú, con los leprosos… Y el lunes nos juntábamos todos en el ACA. El Panadero de Gimnasia, el Sodero de la Lepra, uno de los bolinstones de Argentino, que después fue farmacéutico, y hasta el Gordo Olmedo de Talleres. Nos cagábamos a piedrazos el domingo y nos moríamos de risa el lunes. Eso ya no pasa más”.

López, Carrión y Parigi fueron personalidades de la música que dejaron una marca profunda en el rock mendocino. Roly (periodista y escritor) y Andrés tocaron en bandas como Salvajes Unitarios y Emma y los Berp. El Gordo Parigi, un animal de radio con alma de guitarrista y corazón tombino, formaba parte de esa generación que llenaba estadios y pubs con la misma intensidad. La música, la cancha y el barrio se fundían en una identidad única.

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Además de músico y escritor, Roly López fue un tombino de alma y compañero de redacción en diario Los Andes.

Además de músico y escritor, Roly López fue un tombino de alma y compañero de redacción en diario Los Andes.

Ale, como todos le decían, estudiaba Ciencias Políticas y Comunicación, pero en la tribuna era uno más: “Me ponía la del Tomba, y había que demostrar que te bancabas la parada. Nosotros éramos clase media baja, pero teníamos acceso a la cultura. Había libros, discos, cine, teatro y, al mismo tiempo, el Tomba. Era muy nuestro”.

La contradicción era parte del juego. “No lo planeábamos, pero era así. Nos puteábamos en la cancha y al rato hablábamos de Spinetta, de Borges o de Benedetti. Era una hinchada muy particular”.

El fútbol que fue, el fútbol que viene

Como buen nostálgico, Parigi no romantizaba del todo el pasado, pero sí lo sentía distinto. “Antes nos juntábamos para ver buen fútbol. Éramos fanáticos de Godoy Cruz, sí, pero también íbamos a ver al Trinche Carlovich a Maipú. En esa época el Tomba era horrible, perdíamos hasta con Fray Luis Beltrán. Entonces íbamos en el bondi a Maipú a ver jugar al Trinche. Juntábamos las monedas y salíamos de gira”.

La pasión era transversal. También recordaba con cariño al mítico Loco Julio, un personaje eterno del Tomba. “Una vez estábamos en un partido de Gutiérrez y Godoy Cruz, nevaba, y el Loco se nos desploma en la tribuna. Pensamos que se nos moría. Lo llevaron al vestuario y a los 15 minutos volvió nuevo. Para mí tenía 80 años y yo tenía 17. ¡Era inmortal ese tipo!”

El legado de los que ya no están

Ale Parigi falleció hace tres años, como también Roly López y Andrés Carrión (2017), dos compañeros inseparables de esa hinchada de guitarras. Los tres forman parte de una memoria colectiva que todavía vibra en las paredes del barrio, en los murales, en la identidad que hizo del Tomba mucho más que un club.

Y el tanque sigue ahí. Testigo de glorias, miserias, asambleas, sueños incumplidos y promesas cumplidas. Con los años, el estadio fue cambiando: tribunas más cómodas, nuevas instalaciones, accesos modernos. Pero el tanque resiste, hermoso en su fealdad funcional, como una escultura accidental de otro tiempo. No se lo toca, no se lo pinta. Es sagrado.

Porque la historia del Tomba está hecha de esos ladrillos: la pasión de un padre que se funde por el club, los libros que pasan de mano en una tribuna, las anécdotas que suenan y tienen melodías de canciones, y la memoria de quienes dejaron cuerpo y alma en una camiseta azul y blanca.

Feliciano Gambarte
Godoy Cruz está cerca de volver al Feliciano Gambarte

Godoy Cruz está cerca de volver al Feliciano Gambarte

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