23 de agosto de 2025 - 13:26

The Köln Concert: la música imposible de Keith Jarrett cumple 50 años

Hace medio siglo, el pianista de jazz brindó un concierto contra todas las adversidades cuya magia se replicó en uno de los discos más hermosos de las últimas décadas. Una obra maestra que surgió desde el silencio.

¿De dónde sale una obra de arte y, sobre todo, una obra maestra? Por supuesto una respuesta fácil, pero en realidad carente de demasiado sustento, sería: “del genio del artista que la crea”. Con lo cual nos veríamos obligados a preguntar qué significa “genio”, qué significa “crear” y qué significa, en el medio, ser “artista”.

No vamos a ponernos a indagar en esto demasiado. La cuestión de la esencia del arte forma parte de una de las ramas de la filosofía, la estética justamente, y hay muchas posiciones. Por ejemplo, a mediados de los años 30 del siglo pasado, Martin Heidegger, uno de los filósofos más influyentes de su tiempo, redactó un ensayo justamente titulado El origen de la obra de arte, donde intenta responder esta cuestión: cuál es la esencia del arte, qué es lo que le da su carácter de obra.

Sin entrar en la fascinante teoría heideggeriana, sería bueno fijarnos en el modo en que resolvió esta pregunta uno de los mayores artistas que en el mundo han sido: el pintor y escultor italiano Miguel Ángel. A él le preguntaron una vez cómo hacía para conseguir esas esculturas magníficas y él respondió: “Tomo el bloque de mármol y le quito lo que sobra”.

Viajemos ahora a 1975, a enero de ese año y a la ciudad de Colonia. Más precisamente, a la casa de la Ópera de esa localidad alemana. Allí, en ese teatro, repleto de gente, de expectativa, de tensión, una noche se sentó un tipo frente a un piano desvencijado y produjo una obra maestra. Ese tipo realizó uno de los conciertos más impresionantes de los que se tiene registro, no sólo porque la interpretación (es decir, la pericia para apretar las teclas) fue abrumadoramente hermosa, sino porque la música que se fue tocando no estaba previamente escrita, sino que fue improvisada allí.

El hombre al piano era un estadounidense y se llamaba Keith Jarrett. A sus jóvenes 29 años ya era un prestigioso músico de jazz. Un niño prodigio que había ofrecido su primer concierto de piano a los siete años y que desde hacía al menos una década venía dando que hablar, como parte de agrupaciones de músicos prestigiosos, como Art Blakey o Miles Davis. También había formado cuartetos de jazz tanto en Estados Unidos como en Europa, había grabado discos con diversos grupos y desde hacía poco había comenzado también a grabar álbumes y brindar conciertos en solitario.

A uno de esos conciertos europeos había asistido, con apenas 16 años, una alemana llamada Vera Brandes. Amante del jazz y gran conocedora de la música, a Vera la juventud no le había impedido organizar eventos artísticos en la ciudad donde vivía, justamente Colonia, y llamó tanto la atención por su impulso que la radio Westdeutscher Rundfunk ("Radiodifusora del Oeste Alemán") le pidió que organizara una serie de conciertos que ella bautizó New Jazz in Cologne. Para el quinto de ese rosario de conciertos Vera pensó en la presentación de Keith Jarrett, que quedó agendada para el 24 de enero de 1975.

Muchos problemas conspiraron para que ese concierto no se hiciera realidad. Por el lado de Keith Jarrett, tras varios conciertos europeos, terminó arribando a Colonia pocas horas antes de la presentación. Pero no sólo eso: llegó desde Suiza en un incómodo Renault 4 conducido por Manfred Eicher (su mánager y productor). El viaje le provocó un enorme dolor de espalda, que agudizó el arrastraba desde hacía tiempo. Por supuesto, venía mal dormido, estaba agotado y cuando puso el pie en Colonia, se dio cuenta de que le habían destinado un hotelucho como alojamiento. Casi sin comer, se dirigió a la Casa de la Ópera de Colonia, donde Vera Brandes lo recibió emocionada y lo llevó hasta el escenario donde estaba el piano en el que iba a tocar.

Claro está que cuando el pianista vio el instrumento, todo se vino abajo. Jarrett no era especialmente amable en el trato, pero a las horas de viaje, al cansancio, al insomnio, al insomnio, al hotel y al aspecto poco confiable de la organizadora —que ahora tenía 18 años— se le sumó el hecho de que el piano que le habían puesto para tocar era muy pequeño para la gigantesca sala en la que estaba. Él creía que iba a encontrarse con un Bösendorfer Imperial, pero por una serie de malentendidos, a Vera le trajeron un Bösendorfer baby grand, más apto para ensayar en una casa que para sonar en una sala de conciertos.

Contrariado, el músico se sentó al piano y descubrió que la butaca estaba rota, así que tuvo que sentarse en una silla cualquiera. Luego, al probar el piano notó las limitaciones: el sonido era bajísimo para el gigantesco espacio y la afinación era tan deficiente que las teclas graves sonaban desinfladas y las agudas chillaban.

Keith Jarrett The Köln Concert
Portada del disco The Köln Concert, de Keith Jarrett

Portada del disco The Köln Concert, de Keith Jarrett

Jarrett viajaba con su mánager y fue este el encargado de comunicar la decisión a Vera: "En esa cosa Keith Jarrett no va a tocar ni aunque sea el último piano que quede en la Tierra". A todo esto, la gente ya empezaba a llegar al lugar y la adolescente que organizaba el concierto se desesperó. Sin opciones de mucho más, corrió a buscar a Jarrett al camarín para rogarle, implorarle, que no cancelara el concierto, para decirle que ella lo había escuchado tocar en vivo hace un par de años y sabía que era capaz de hacer algo hermoso incluso en ese instrumento. Parece que al agotado, al dolorido, al contrariado Keith Jarrett la juventud y la decisión de la chica lo conmovieron, así que salió al escenario a tocar.

Lo que se produjo luego ingresó al mismo tiempo a la historia y a la leyenda. Keith Jarrett, sin partituras adelante, sin un plan claro de concierto, sin posibilidad de pulsar siquiera todas las teclas del instrumento, tocó durante 65 minutos una de las músicas más hermosas del último medio siglo. No tiene sentido pensar en si eso fue jazz, música clásica, rock o algo aún sin nombre. Sí que Jarrett acarició entre jadeos notorios ese camino blanco y negro para transitar una obra de arte inmortal. Algo que dejó boquiabierto a un público, que, dado que el piano sonaba tan suave, se quedó en silencio y permitió que ese pobre instrumento llegara a todos los rincones de la Casa de la Ópera de Colonia.

Claro está que, cuando soltó la última tecla, Jarrett fue ovacionado. Por azar, el mánager había contratado a un ingeniero de sonido que grabó el concierto de esa noche. Lo había hecho para "uso interno": para que luego el perfeccionista Jarrett oyera cómo había salido todo. Al otro día, cuando oyó las cintas, Manfred Eicher (dueño del pujante sello ECM) decidió convertir ese concierto en un disco. Un disco rarísimo, por cierto, ya que por la extensión del concierto debió ser un LP doble, en el que debieron dividir la interpretación en cortes que se ubicaron en las caras de cada vinilo.

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Ya se dijo: todo conspiraba, también para que la edición de ese disco fuera exitosa. Pero el efecto casi mágico de la interpretación en vivo causó el mismo impacto en los que lo escucharon a través del LP, y pronto The Köln Concert —que así se tituló: "el concierto de Colonia"— se convirtió en uno de los discos más vendidos y premiados del año. Aún hoy, a medio siglo de su edición, ostenta el récord de ser el álbum de piano solo más vendido de la historia, con más de cuatro millones de placas vendidas en formato físico, números a los que habría que sumar los millones de reproducciones que ostenta en varias plataformas (por ejemplo, sólo en Spotify la primera parte del concierto cuenta con casi 12 millones de reproducciones).

Ante todo esto, no sería ocioso volver a la pregunta del comienzo: ¿de dónde salió esa obra de arte? Qué decir: esa obra salió del piano desafinado, de la sala enorme, de la adolescente que organizó el concierto como pudo, de los dolores de espalda, del insomnio y de las manos de Keith Jarrett. Las manos de un pianista escultor que, simplemente, tomaron el bloque de silencio y le quitaron lo que sobraba.

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